lunes, 13 de agosto de 2007

La producción de melones de la Vega Baja alicantina sufre una merma

ORIHUELA.- El ánimo de los productores de melones está como el producto, por los suelos, debido a la desastrosa campaña que ha llevado el precio a cotas insospechadas en otros tiempos. Al menos es lo que se desprende de las opiniones de los recolectores de melones de la comarca de la Vega Baja, que han recortado los tiempos de la temporada hasta concluirla mucho antes de lo previsto.

Ahora que nos aproximamos al final de la campaña, los pequeños agricultores que mantienen explotaciones familiares en el sur alicantino si tienen una palabra para definir el estado de la temporada, es la de negativa en función del nivel de precios y del comportamiento de los mercados, según el diario "La verdad".

De esta opinión es Manuel Rodríguez, un agricultor que mantiene su melonar en el Campo de Guardamar y que explica que las ventas son lentas, a lo que hay que sumarle otros factores como que, a pesar de que la oferta no es elevada, se enfrenta con una demanda aún más corta, con escaso tirón, y muy influida por la abundante presencia de otras frutas de diversa índole.

Y es que en la Vega Baja la oferta es acorde con un inicio de final de campaña, en particular para las variedades de melón Amarillo y Piel de Sapo, que puede considerarse terminada a poco de comenzar el mes de agosto, cuando en otras temporadas su recolección y llegada al mercado se ha adentrado más en el calendario estival, una situación que puede trasladarse a otra de las variedades preferidas por los consumidores como es el melón Galia.

Las causas se deben, según explican los agricultores, a que el consumidor español ha optado de un tiempo a esta parte por unas variedades en detrimento de otras y se prefieren los piel de sapo o las sandías, que mantienen una demanda normal durante este verano. En cambio, para la exportación los países europeos se decantan por otras variedades más pequeñas como la que ofrecen los galia.

Una de las causas que ha frenado el consumo de melones procedentes de la Vega Baja en toda Europa es el descenso de temperaturas y lluvias que sacude al continente y que ha reducido la demanda de esta fruta de consumo veraniego, lo que motiva el descenso de las exportaciones.

A esta situación climatológica cabe añadir las modas que sacuden a los consumidores y que no iban a dejar de lado al melón español. Los europeos prefieren las piezas pequeñas ya que compran por unidades las frutas y para eso buscan un pequeño calibre y en este caso el melón amarillo, que sobrepasa los requerimientos de tamaño del europeo, ni siquiera se arranca del melonar.

Con estas dos coyunturas no es de extrañar que el panorama entre los pequeños agricultores de la Vega Baja sea desalentador. Si a esto le sumamos que variedades como la galia empujan con fuerza por ser más azucarado y que su textura y sabor es preferido por los consumidores la variedad que más se produce en la comarca tiene difícil encaje entre los consumidores del siglo XXI.

En esta difícil tesitura se hallan algunos productores del campo de Guardamar, donde el pasado 8 de agosto todavía se encontraban arrancando melones los hombres de esta tierra cercana al mar. Acompañados por Manuel Rodríguez esta gente de campo se pregunta si les merece la pena seguir dedicándose a las labores agrícolas, como ha hecho toda la vida la familia de Isidoro.

Para este agricultor, que recoge la cosecha ayudado por su padre y su tío los márgenes comerciales y la política agraria de la Unión Europea son una mezcla nefasta para los productos autóctonos y achaca «a la dejadez de la Administración y los abusos de la distribución, especialmente de las grandes empresas, el que se ha ido agravando el problema y aumentando la distancia entre los precios que reciben los productores y los que pagan los consumidores».

Asegura Isidoro que entre los jornales por hora que tiene que pagar a los recolectores y el precio por kilo que se paga no se tiene ni para pagar el plástico que los cobija y lamenta que en el sector de frutas y hortalizas, los niveles de precios han experimentado fuertes subidas en destino, mientras que en origen los agricultores perciben los mismos precios año tras año, lo que repercute en lo que denomina una «crisis permanente ya que muchos productos no cubren ni los costes de recolección».

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