lunes, 6 de agosto de 2007

La Unión Ibérica / Francisco Poveda


La progresiva integración económica entre España y Portugal desde 1986 como consecuencia del ingreso de ambos países en la CEE al mismo tiempo y la actual crisis económica, recurrente, en el vecino país, producto de desajustes estructurales de difícil abordaje, algunos vienen de los tiempos de la dictadura de Salazar, han hecho resucitar el iberismo de siglo XIX de la mano de plumas tan universales y tan poco sospechosas como la de José Saramago, con la consiguiente reacción de “padres de la patria” portuguesa tan significativos como el ex presidente Mario Soares, que ve claro, pero no lo desea cercano por su nacionalismo subyacente, el siguiente paso en el proceso.

Pero la intuición de Saramago responde a algo más que a la vuelta de los lusos a la situación inmediatamente anterior a 1.640. La osmosis sociológica y económica en el límite norte con Galicia, en la raya zamorana, salmantina, pacense u onubense, es ya total. Hace años que no existe la frontera porque “de facto” somos uno en dos. El mejor horizonte para las nuevas generaciones portuguesas es hoy mucho más Barcelona o Madrid que Bruselas o París. La realidad se está imponiendo a la historia cuando los jóvenes prefieren oír hablar de futuro que de pasado. España se ha llenado también de portugueses. Ese es el punto de la cuestión y no cabe mirar hacia otro lado ahora que a cierta forma de unión política.

Al igual que en España, (el proceso histórico no tiene vuelta atrás y la situación del País Vasco y Cataluña en su seno probablemente también va a conocer otro tipo distinto de dialéctica de relación con el resto porque ya no somos la nación imperial que fundaron los Reyes Católicos), en Portugal, tan nacionalista todavía la mayoría de sus habitantes que vivieron la época colonial, se imponen la otra realidad de las cifras y las fórmulas de salida posibles que, tal vez, no ideales pero probablemente sí de interés para todos.

La integración económica, financiera y energética lusa con su vecino hispano es ya total y ahora, mucho más desde Lisboa que desde Madrid, sí cabe plantearse a medio plazo una unión política “sui géneris” en el marco casi federal que tenemos al este de la Península sin que Portugal pierda identidad, forma constitucional ni estatus internacional. El rey Juan Carlos, por ejemplo, priva entre la clase dirigente republicana vecina, tanto o más que entre la española, tan poco monárquica la de aquí como “juancarlista” desde 1981 pese a las lógicas y deseables críticas excepciones a la regla.

Hay hasta quien ha llegado a pensar que ese proceso que apunta por el oeste condicionaría para bien la futura e incierta relación interior de catalanes y vascos con el resto de los españoles al plantear los portugueses un sistema de asociación política que reforzase la posición general de la Península Ibérica dentro del marco de la Unión Europea, al tiempo que pondría en mejor camino de solución, satisfactoria para España, el contencioso de Gibraltar, afianzase Ceuta y Melilla y, posiblemente, modificaría a favor peninsular la actual relación jurídica con una Andorra mucho más catalana que francesa.

Como se ve, todo está en movimiento y volver la vista atrás, hacia la estéril rivalidad entre castellanos y portugueses, sólo puede conducir a la paralización bíblica cuando lo realmente cierto es que ya venimos compartiendo destino conjunto en la OTAN, en la UE y en las no menos importantes regulares “cumbres” iberoamericanas desde hace un cuarto de siglo.

Cuando un Portugal de tan solo diez millones de habitantes nota la necesidad ineludible de ser algo más para salir del furgón de cola de “los 27” y parte de sus intelectuales vuelven a ver en el vecino la mejor opción posible de asociación estratégica para una mayor velocidad dentro de los parámetros comunitarios europeos, una primera aportación de Saramago a la idea de la Unión Ibérica habla de un Parlamento conjunto (¿por qué no en Coimbra o Salamanca?) con representación de los partidos portugueses y españoles. Y de mantener la identidad y actual organización política de España y Portugal cuando el siglo XXI nos va a deparar a los dos países transformaciones sustanciales sobre los procesos nacionalistas del XIX y naciones hermanas, como Méjico y Brasil, van a ver aumentar su influencia neta en el escenario internacional.

No es, pues, nada de extrañar que los dos estados modernos más viejos del Mundo, los lusos antes que los hispanos, ojo, tomen la iniciativa y alcancen conjuntamente una mayor dimensión para poder mantener el germen que les dio sentido existencial hace más de quinientos años, afrontar unidos los retos constantes de la mundialización y ofrecer las respuestas ibéricas que exigen las consecuencias sociológicas y económicas del avance vertiginoso de las nuevas tecnologías de la comunicación. Esa es la clave.

director.economiavanzada@gmail.com

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