domingo, 21 de octubre de 2007

El síndrome anti-Gore / Paul Krugman


Un día después de que Al Gore ganara en forma compartida el Premio Nobel de la Paz, los editores de The Wall Street Journal ni siquiera se atrevieron a mencionar su nombre

En lugar de eso, dedicaron su editorial a una larga lista de personas que, según ellos, merecían más el premio.

Y en el sitio National Review Online, Iain Murray sugirió que el premio también debió ser compartido con “ese bien conocido defensor de la paz, Osama bin Laden, que de manera implícita respaldó la postura de Gore”. Verá, Bin Laden alguna vez dijo algo acerca del cambio climático; por lo tanto, cualquiera que hable sobre este tema es amigo de los terroristas.

¿Qué tiene Gore que enloquece a los derechistas?

En parte, es una reacción a lo que sucedió en el año 2000, cuando los estadounidenses eligieron a Gore, pero de alguna forma su oponente terminó en la Casa Blanca. Tanto el culto a la personalidad que la derecha trató de construir en torno al presidente Bush como la frecuentemente histérica denigración de Gore fueron motivadas en gran medida, según mi opinión, por el deseo de limpiar la mancha de ilegitimidad de la administración Bush.

Y ahora que Bush ha demostrado totalmente ser el hombre equivocado para el cargo —tanto que se convirtió en el mejor presidente que hayan podido esperar los reclutadores de Al Qaeda—, las señales de haber contraído el síndrome anti-Gore se han vuelto más extremas.

Lo peor de Gore, desde el punto de vista conservador, es que sigue teniendo la razón. En 1992, George H.W. Bush se burló de él calificándolo de “el hombre de ozono”, pero tres años después los científicos que descubrieron la reducción de la capa de ozono ganaron el Premio Nobel de Química. En 2002 advirtió que si invadíamos Irak “el caos resultante podría significar para Estados Unidos un peligro todavía mayor que el de enfrentamos actualmente con Saddam”. Y así ha sido.

Pero el odio hacia Gore es más que personal. Cuando National Review decidió llamar a su blog antiambientalista Planeta Gore, estaba tratando de desacreditar tanto el mensaje como al mensajero, porque la verdad que Gore ha estado divulgando sobre cómo las actividades humanas están cambiando el clima no sólo es inconveniente; para los conservadores, es profundamente amenazadora.

Considere las implicaciones en materia de políticas públicas que tendría tomar el cambio climático con seriedad.

“Siempre supimos que el egoísta interés personal era inmoral”, indicó Franklin Delano Roosevelt. “Ahora también sabemos que es malo para la economía”. Estas palabras se aplican perfectamente al cambio climático. Es provechoso para la mayoría de la gente (y especialmente para sus descendientes) que alguien haga algo para reducir las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, pero a cada individuo le gustaría que ese alguien fuera alguien más. Si se deja el asunto al libre mercado, en pocas generaciones Florida estará bajo el agua.

La solución a estos conflictos entre el interés personal y el bien común es ofrecer a los individuos un incentivo para que hagan lo correcto. En este caso, a la gente se le debe dar una razón para reducir las emisiones de gases de invernadero, exigiéndole ya sea pagar impuestos por las emisiones o comprar permisos para realizarlas, lo cual tiene, en gran medida, los mismos efectos que los impuestos a las emisiones. Sabemos que esas políticas funcionan: el sistema estadounidense de comercialización de permisos de emisiones de dióxido de sulfuro ha tenido un gran éxito en la reducción de la lluvia ácida.

No obstante, es más difícil lidiar con el cambio climático que con la lluvia ácida, debido a que las causas son globales. El ácido sulfúrico que contienen los lagos de Estados Unidos procede principalmente del carbón que se quema en las plantas de electricidad de Estados Unidos, pero el dióxido de carbono presente en el aire de Estados Unidos viene del carbón y del petróleo quemado en todo el planeta, y una tonelada de carbón quemado en China tiene el mismo efecto en el clima a futuro que una tonelada de carbón quemado aquí. De modo que para afrontar el cambio climático no sólo son necesarios nuevos impuestos o su equivalente, sino también negociaciones internacionales en las que Estados Unidos tendrá que dar, así como recibir.

Todo lo dicho anteriormente no debería ser motivo de controversia, pero imagine cómo se trataría a un candidato presidencial republicano si reconociera estas verdades en el próximo debate. Actualmente, ser un buen republicano significa creer que los impuestos deben reducirse siempre, no incrementarse. También significa creer que debemos bombardear e intimidar a los extranjeros, no negociar con ellos.

Así que si la ciencia dice que tenemos un enorme problema y que éste no puede resolverse con reducciones a los impuestos o con bombas, entonces la ciencia debe ser rechazada y los científicos desdeñados. Por ejemplo, la publicación Investor’s Business Daily declaró recientemente que la prominencia de James Hansen, el investigador de la NASA que fue el primero en convertir el cambio climático en un asunto de interés nacional hace dos décadas, se debe realmente a las infames tretas de, ¿quién más?, George Soros.

Lo que nos lleva a la principal razón por la que la derecha odia a Gore: en su caso, la campaña de desprestigio ha fracasado. Ha resistido todos los ataques que podían haberle lanzado y los superó ganando más respeto y credibilidad que nunca. Y eso los enloquece.

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