martes, 23 de octubre de 2007

Lo rentable de la desgracia global / Ricardo Becerra


¿Anécdotas de la globalización? Aquí van tres.

Cuenta Joseph Stiglitz (en su libro más reciente, escrito al alimón con A. Charlton, Comercio justo para todos), que durante el Foro Económico Mundial del año 2006 fue organizada una sesión especial acerca de los problemas energéticos del planeta. Allí, el más reconocido experto de la industria petrolera, ventiló una tesis asombrosa, extravagante: el derretimiento de la capa de hielo polar —que está ocurriendo más rápido de lo que nadie hubiera previsto— representa no sólo un problema climático, sino también ¡una gran oportunidad de negocios!, pues facilitará el acceso a vastas cantidades de petróleo, a mantos de hidrocarburos “más grandes que los hallados en Irak”.

De nada sirvió que algún sensato tratase de explicarle que la actividad industrial a gran escala, en un entibiecido Polo Norte, podría acelerar aún más la catástrofe ecológica mundial; por el contrario, el experto petrolero arremetió toda la tarde y dijo que es imposible detener las fuerzas del mercado, que se trata de un negocio “donde todos saldríamos ganando” durante las próximas décadas y que, por lo tanto, abandonar el proyecto representaría una decisión absolutamente “irracional”.

Y la cosa no paró allí: varias compañías petroleras —destacadamente Exxon— han seguido financiando supuestos grupos de estudios multidisciplinarios cuyo objeto es minar la credibilidad de las proyecciones del Panel de Expertos que patrocina la ONU y erosionar los fundamentos que han dado el campanazo acerca de la gravedad del calentamiento global. Así como una vez la industria del tabaco financió “investigaciones” para poner en duda las estadísticas que demostraban la relación tabaco-cáncer, así hoy, las petroleras quieren difundir un nuevo credo pretendidamente riguroso, acerca de la bondad y viabilidad de la licuefacción del casquete Ártico, porque disminuirá felizmente los costos de extracción.

Un año después, vino el diplomado acelerado que todos cursamos a propósito de la novísima ingeniería financiera internacional, los créditos subprima y sus espasmos de pánico. Supimos que los bancos y otras empresas de crédito en Estados Unidos, arrojados gozosamente a la economía de casino, inventaron esos préstamos que concedían a personas sin suficientes ingresos, carentes de bienes que respalden la devolución o que tienen, en general, un mal historial crediticio.

O sea: préstamos a quienes no deben prestar. Pero el capitalismo moderno es un adolescente que cree poderlo todo. Para compensar el alto riesgo, los tipos de interés son mucho más elevados y se les aplican recargos y comisiones extra. Lo más probable es que ese frágil entramado se quebrara —y quebró— hasta tenernos en donde estamos: los bancos no se prestan entre sí, no están funcionando correctamente y apenas cruzan operaciones porque desconfían unos de otros.

La confianza se rompió porque la información es de bajísima calidad y no es posible precisar hasta dónde ha llegado la infección (cuánto dinero realmente prestaron a los pagadores imposibles). Todos están en la picota: deudores, bancos, prestamistas y las famosas agencias de calificación, que semanas antes seguían pregonando la solvencia, en el libre mercado de las hipotecas locas.

Y finalmente, con sigilo, sin seguimiento por parte de la prensa, desde hace un par de años, se ha desatado por el mundo otra curiosa mecánica de saqueo financiero al amparo de los llamados hedge-funds. La historia es esta: una poderosa firma de fondos especulativos con sede en la más exclusiva avenida de Nueva York, Elliot Associates LP, compró en el año 2005 una parte de deuda peruana por 11 millones de dólares (ganga, pues su valor original alcanzaba los 20 millones).

El socio principal, un abogado corporativo, archiconocido en los círculos bursátiles, Paul Singer, se dio a la tarea de demandar por todo lo imaginable —impago, demora, intereses acumulados— al gobierno del Perú, pero no ante la justicia internacional, sino ante los tribunales norteamericanos. La acción legal resultó más que jugosa: Singer consiguió 58 millones de dólares pagaderos en el plazo no mayor a un año; una tasa de retorno global del 527%, a costa claro está, de los impuestos desembolsados por los ciudadanos del Perú.

Una mecánica así de rentable no podía más que difuminarse velozmente entre los corredores de mercados secundarios neoyorquinos y entre los rutilantes despachos de fondos especulativos. Todos ellos, tienen vivas sendas demandas en la justicia de Estados Unidos en torno a las deudas de Costa de Marfil, Ecuador, Turkmenistán, República Democrática del Congo y Panamá. Una especulación planetaria, totalmente privada, resuelta por las leyes de Estados Unidos y que acaba siendo financiada por los países más pobres del orbe.

¿Anécdotas de la globalización? Quizás, o también síntomas de una enfermedad más general: un libre mercado que ha perdido la cabeza, un capitalismo que trabaja sobre hipótesis descabelladas o sencillamente locas. Uno que explícitamente se propone medrar sobre la desgracia global.

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