domingo, 18 de noviembre de 2007

Cumbres borrascosas / Juan Diego García


El enfrentamiento de la delegación española con la de varios países latinoamericanos en la reciente cumbre de Santiago rompe la tradición de inoperancia, fatuidad, discursos de pura retórica y la imagen de familia feliz a la que unen lazos de sangre y tradición y el propósito compartido de un progreso conjunto. De ahora en adelante no habrá otra cumbre en la que no se discuta lo verdaderamente importante. El “mandar callar” se acabó.

En realidad hubo tres cumbres: la oficial de los presidentes, la paralela de los pueblos y la del empresariado de ambos lados del Atlántico.

Las primeras declaraciones vinieron de los empresarios españoles exigiendo “pleno respeto a la propiedad privada, y marcos políticos, económicos y jurídicos estables que den seguridad a los empresarios y a los ciudadanos”.

Si ese era el mensaje del capital para el debate sobre la cohesión social (lema del encuentro) no sorprende que para las mayorías pobres del continente y para no pocos gobiernos tal manifestación constituyera casi una declaración de guerra, en una región necesitada de regular de manera diferente la propiedad y de darse marcos políticos, económicos y jurídicos radicalmente diferentes de los actuales, ya que éstos son precisamente el andamiaje sobre el que reposa una desigualdad clamorosa e innegable.

La cohesión social jamás podrá alcanzarse sin afectar de manera radical tanto los privilegios de las oligarquías criollas como las ventajas y prebendas reservadas a las arrogantes multinacionales que solo buscan beneficios a cualquier precio; también al precio de la miseria y el desempleo de millones, en contraste con la supuesta vocación de creadores de empleo y generadores de riqueza que siempre alegan.

No falta razón a Kirchner, Morales, Correa, Chávez y Ortega cuando denuncian la conducta de las multinacionales españolas en sus países. Ortega acusó a una empresa eléctrica de “prácticas mafiosas”; el gobernante argentino hizo públicas las presiones inaceptables de algunas multinacionales españolas sobre su despacho; Morales recordó cómo desde siempre su país ha sido saqueado impunemente con la complicidad de una oligarquía criolla corrupta e incapaz y Chávez recordó cómo esos empresarios que hoy piden “seguridades” y “respeto a las leyes” son los mismos que participaron entusiasmados en un fallido golpe de estado que estuvo a punto de convertirse en una guerra civil.

El discurso de Rodríguez Zapatero no pudo ser más desafortunado, elogiando el modelo neoliberal y defendiendo a las multinacionales españolas. Defender el modelo neoliberal en Latinoamérica, así se haga con el mejor talante del mundo y “sin sectarismo” es como mentar la soga en casa del ahorcado. La dura respuesta de varios presidentes era inevitable pues hasta los más fervientes neoliberales de la región reconocen los fallos del modelo y prometen correcciones a una estrategia que ha hundido a Latinoamérica en un grado de desigualdad y pobreza sin parangón. La emigración, por ejemplo (un tema central de la cumbre) es tan solo una parte – eso sí, de las más dolorosas- del coste en vidas y bienes que la estrategia neoliberal ha impuesto a los pueblos de este continente mientras crece sin medida la riqueza de las elites locales y las multinacionales (incluidas las españolas) hacen su agosto.

La imagen progresista del presidente español en Latinoamérica ha sufrido un deterioro irreparable aunque en la propia España el nacionalismo ramplón valore la actitud del presidente como una defensa valiente de los “intereses nacionales”. Menos aún se entiende la defensa de Aznar, acusado con sólidas razones de estar detrás del frustrado golpe de estado contra Chávez, un asunto éste que el propio ministro Moratinos reconoció en un debate público y luego, nada menos que en el mismo parlamento español.

¿Se investigó al respecto? ¿Se presentaron excusas al gobierno de Venezuela? ¿Se han ofrecido seguridades de que tal conducta violatoria de la legalidad internacional no se repetirá?. Sin tomar en cuenta los discursos de los empresarios y del presidente español el asunto queda reducido al rifirrafe, lo anecdótico, el puro paisaje del problema. La prensa de España (y sus socios de Latinoamérica), fieles a quien financia, obvian el contexto, ocultan lo que pueden y destacan con generosidad lo secundario.

Muy grave es igualmente la denuncia del presidente Ortega acusando al embajador español de conspirar con la derecha de Nicaragua para evitar un triunfo del sandinismo en las recientes elecciones (¿órdenes de quién?). Las prácticas intervencionistas no son de recibo y repugnan al espíritu que se supone debe presidir las relaciones entre los países de la comunidad Iberoamericana. ¿Aceptaría España que un país latinoamericano interviniera en sus asuntos internos?

Es prepotente rechazar una acusación desde el extranjero contra las autoridades o empresas españolas por el solo hecho de su nacionalidad, pues recuerda la viaja patente de corso, tal como la practica hoy Washington negándose reconocer toda autoridad que no sea la propia, rodeando de impunidad los crímenes de sus ciudadanos en el extranjero o como procede Francia en el asunto del secuestro de menores en Chad, afirmando como la cosa más natural del mundo su intención de “traerse a los acusados ” como si allí no existiese una autoridad que debe respetarse. Chad ya no es colonia francesa.

¿Hay que defender a Aznar si se le acusa de intervenir en los asuntos internos de un país soberano? ¿Hay que defenderle si se le acusa de convertir a España en avanzadilla del imperialismo gringo, atacando a Cuba y presionando sin la menor consideración a Chile y México para inducirles a votar a favor de la agresión a Irak? Un tufillo desagradable de nacionalismo ramplón envenena este tipo de “argumentos”. Más aún cuando las palabras de Morales, Chávez o Castro pidiendo cuentas públicamente al Sr. Aznar y a los empresarios golpistas no van dirigidas al pueblo español, completamente inocente de las fechorías que un presidente megalómano y unas multinacionales rapaces hacen en el extranjero en su nombre.

Ninguno de estos presidentes latinoamericanos niega la responsabilidad enorme de su propia clase dominante que sirve de instrumento dócil para el saqueo colonial de sus naciones. Paradójicamente, los empresarios que someten a Managua a continuos cortes de energía para aumentar sus beneficios no hacen nada diferente de lo que hacen otros empresarios parecidos en Barcelona, ni los que se “benefician” de manera exorbitante en la construcción del metro de Medellín (por ejemplo) se diferencian mucho de los responsables del colapso barcelonés en el tren de alta velocidad.

Esas prácticas mafiosas -en palabras de Ortega- son muy propias del espíritu neoliberal de enriquecerse a cualquier precio, del “tente mientras cobro”, del capitalismo de casino que en Europa afecta y en América saquea. Con su discurso, Rodríguez Zapatero alegró los oídos de los partidarios del modelo neoliberal pero provocó la firme reacción del resto. Las palabras del monarca, ordenando a Chávez que callase y las del presidente español defendiendo a Aznar y las multinacionales de acusaciones muy graves no solo son un desliz diplomático considerable sino que alimentan la convicción de que España apoya tales prácticas diplomáticas y las seguirá apoyando en el futuro, de que España ve con buenos ojos las tropelías de sus multinacionales en el Nuevo Continente.

Mandar a callar a Chávez o retirarse ostentosamente mientras Ortega hacía uso de la palabra y luego que Rafael Correa hubiese denunciado con rotundidad el creciente racismo contra los latinoamericanos en España introdujo una atmósfera de autoritarismo que rompe la idea de encontrarse ante una comunidad de iguales. ¿Qué molesta a las autoridades españolas? ¿Acaso el contenido de las denuncias?, ¿Por ventura la condición de quien las hace?. La frase del presidente español “espero que sea la última vez que esto sucede” tenía ese aire de regañina de quien se dirige a gentes subordinadas, agregando así más leña al fuego.

Sin duda, la reacción de las autoridades españolas produce alborozo en la oposición venezolana y alegra al otrora izquierdista Alan García, pero muy poco más. Madrid esperaba seguramente una condena a Chávez y un apoyo a sus posiciones pero ésta no se ha producido ni se va a producir. A esta hora, sin embargo, más de uno estará pensando en la necesidad de estrechar la vigilancia sobre las actividades del embajador de España y estar atentos al proceder de las multinacionales españolas. Venezuela ya anuncia una revisión a fondo de las inversiones españolas. La famosa comisión que debe preparar la conmemoración en 2010 de los gritos de independencia de las colonias americanas tendrá que considerar el asunto con nuevas perspectivas. Algo se rompió en Santiago; ha terminado un idilio en torno a una supuesta comunidad de naciones hermanas y de ahora en adelante todo debe ser considerado con ojos nuevos.

Mal escogió Rodríguez Zapatero su discurso. Tan mal que se opacó la propuesta de unificar el sistema de pensiones, contribuir a llevar agua potable a los millones de pobres que carecen de ella y crear en Panamá un centro de logística para atender grandes catástrofes; unas iniciativas por cierto muy positivas y que pueden ser un modelo de cooperación nuevo que meta en cintura la ambición desmedida de empresarios inescrupulosos y atempere la mente calenturienta de los políticos que abrigan aún sueños de grandeza imperial, aunque sea tan solo como achichincles de los gringos.

La tercera cumbre (con escaso eco en los medios) reunió a movimientos indígenas, asalariados, ecologistas, defensores de derechos humanos, grupos de mujeres, en fin, pobrerío, gentes humildes que debieron quedarse pasmadas al escuchar los cantos de alabanza de Rodríguez Zapatero a un sistema neoliberal que han padecido como los que más. Difícil debe hacerles resultado entender la defensa de un presidente intervencionista y agresivo como Aznar y el respaldo sin fisuras a unos empresarios peninsulares a quienes solo la minoría local que les acompaña en sus fechorías ve con buenos ojos. Sus conclusiones, entregadas a la mesa directiva de la cumbre oficial quedarán arrinconadas junto a otras, de tantas cumbres y encuentros que jamás se traducen en soluciones reales.

Pero de algo si se puede estar seguro: aunque no todos compartan la vehemencia del presidente Chávez ni su peculiar estilo, suscriben sus palabras…”Los imperios quisieran que nosotros nos calláramos, pero no nos vamos a callar. Nadie nos va a callar”.

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