lunes, 21 de enero de 2008

¿Cómo amanecerá Wall Street? / Primo González

La segunda mayor caída del Ibex 35 desde que existe el índice, a principios del año 1990 (arrancó en los 3.000 puntos el último día de diciembre del año 1989, en la época de la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre), ha sido motivada por un acontecimiento económico. Las grandes caídas de las bolsas no siempre tienen su origen en la economía.

El récord de mayor pérdida relativa del Ibex en su historia está situado en un 19 de agosto del año 1991, cuando el selectivo cayó un 8,49% en un día, con motivo del golpe de Estado en la Unión Soviética, golpe de los comunistas ortodoxos contra Mijail Gorvachov, que fracasó en las calles de Moscú cuando el mundo descubrió a un nuevo líder, Boris Yeltsin, cuya estrella inició entonces su imparable ascenso.

Esta vez no hay descomposición de un régimen como el comunista de la Unión Soviética en el origen de los miedos de los inversores. Esta vez el miedo tiene nombres económicos. Es la recesión y particularmente la de Estados Unidos, un fantasma que acecha.

La dinámica de la mayor economía del mundo parece haber dejado desarbolado al prometedor Ben Bernanke (nombrado hace poco más de dos años máximo responsable de la Reserva Federal en sustitución del polifacético, dicharachero y mediático Alan Greenspan), cuya sabiduría ha quedado ofuscada con la crisis de las hipotecas basura del sistema bancario que él debe vigilar y supervisar.

Las heridas causadas por este problema de índole financiera han dejado al descubierto numerosos quebrantos en los bancos norteamericanos y de algún otro país, que por desgracia no han sido descubiertos aún en su totalidad.

Todo ello ha erosionado la moral de los agentes económicos y de los inversores que, desde mediados de diciembre, empezaron a vender y a refugiarse en posiciones seguras y defensivas. Este lunes, y con los mercados de Estados Unidos cerrados (en homenaje a Lutero King, como todos los años por esta misma fecha), el temor y una cierta brisa de pánico han desbordado la paciencia de los inversores en Europa y en Asia (la reacción empezó en Asia esta madrugada).

La paciencia se ha desbordado porque, en lo inmediato, Estados Unidos, sus autoridades, no han sabido convencer a los mercados de que van a poder eludir la crisis y que el país no va a entrar en recesión. Está claro que muy poca gente se ha creído una palabra de las promesas adelantadas el viernes por un agónico George W. Bush, al anunciar estímulos fiscales inmediatos del orden de los 100.000 millones de euros.

Es inevitable una pregunta: ¿habría pasado todo esto si Alan Greenspan estuviera al frente de la Reserva Federal? El mago que durante 18 años engatusó con sus frases ingeniosas a medio mundo y a la otra mitad también ya no está al frente del Sistema de la Reserva Federal, lo que nos priva a los periodistas de la facilidad de hilvanar titulares ingeniosos y a los inversores de consejos sagaces y tranquilizadores que casi siempre dejaban los problemas para más adelante.

Hay un déficit de garra comunicativa en la alta dirección de Estados Unidos, y eso lo estamos notando todos. Ni la Casa Blanca ni los señores de la Fed son capaces de transmitir ideas, ilusión, en definitiva confianza. La recesión está, por tanto, algo más cerca, ya que la economía se juega sus bazas en las expectativas, en los estados de ánimo, en las declaraciones que suscitan o no confianza... Y en estas labores, ni Bush ni Bernake son unos adalides. Más bien un pequeño desastre.

¿Cómo abrirá el martes Wall Street? ¿Será tan bajista como Europa, le seguirá la corriente o le enmendará la plana? Nadie lo sabe ahora mismo con certeza. Pero echando cuentas, las bolsas están hoy bastante más baratas que hace siete años, con ocasión del anterior calentón bursátil, cuando, con beneficios netamente más bajos que los de ahora, el Ibex rozó los 13.000 puntos. Desde cierta lógica numérica, lo de estos días es un sinsentido, aunque en los mercados no dominan las expectativas razonables sino la espiral del miedo.

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