jueves, 17 de enero de 2008

De las torres gemelas a la crisis bancaria / Primo González


Soplan vientos de cambio en la conducción de la economía norteamericana, quizás de golpe de timón, a pesar de que el actual ocupante de la Casa Blanca tiene los meses contados y actúa ya de cara a la Historia más que para el electorado. En noviembre hay elecciones y llegará un nuevo inquilino. Bush posiblemente va a despedirse de la presidencia con un plan de emergencia económica, de corte diferente al que puso en marcha en el otoño del año 2001, presionado entonces por la necesidad de articular una respuesta al tremendo golpe del 11-S. Ahora no se han hundido las torres gemelas, pero Wall Street está conmovido, seriamente conmovido, por las pérdidas espectaculares de los grandes bancos norteamericanos a causa del fiasco de las hipotecas basura.

La sensación de que una recesión está próxima ha sido, de todas formas, exagerada por muchos analistas, ya que en sentido estricto deberían contabilizarse dos trimestres consecutivos de descenso de la producción para hablar de recesión y eso no se ha producido. Es más, la economía norteamericana, aunque crece cada vez más despacio, lo estaba haciendo por encima del 3% todavía hace pocos meses y la información más reciente no parece que permita asegurar que ese lento crecimiento se ha convertido en retroceso, es decir, en recesión.

Pero tanto Bush como su protegido Ben Bernanke, ahora colocado al frente de la Reserva Federal, consideran que ha llegado el momento de adoptar medidas de estímulo económico. Es el primer Gobierno de un país occidental que se enfrenta a esta tesitura, lo que dice mucho de la agilidad de los gobernantes de este país, ya que en Europa estamos aún esperando medidas de corte expansivo, sobre todo desde el Banco Central Europeo, que no acaban de materializarse con la excusa de los riesgos inflacionistas. La Administración norteamericana no tiene muchos márgenes para actuar, ya que a diferencia de la batería de medidas anteriores, la situación del dólar y de la propia economía presenta algunos desperfectos importantes.

La primera decisión con la que se puede contar será una rebaja de tipos de interés más agresiva de la que se esperaba inicialmente y que podría empezar a materializarse el último día del mes de enero con ocasión de la próxima reunión de la Reserva Federal. Se habla ya de un recorte de 0,75 puntos en el tipo de interés, para dejarlo en el 3,50%, lo que implicará, de confirmarse, una importante aceleración en el ritmo de la reducción de tipos, que hasta ahora bajaban mediante escalones de 0,25 puntos.

Para cuando esa medida pueda ser anunciada, es probable que el Gobierno haya puesto ya sobre la mesa algunas medidas de tipo presupuestario y fiscal, que son las que verdaderamente pueden contribuir a estimular la demanda interna, en especial la de consumo, fuente del crecimiento de la economía norteamericana. Algunas de estas medidas, como la supresión de los gravámenes al cobro de dividendos, ya fueron utilizadas hace seis o siete años y alguna de ellas adoptó la forma de medida permanente, pero quedan algunas figuras impositivas que podrían ser modificadas para trasladar renta a los consumidores en detrimento del sector público y mejorar, con ello, la capacidad de gasto de los consumidores.

Pero la cuestión central de las medidas tendría que estar orientada a devolver la confianza de los inversores en los bancos, en sus balances y en solvencia, puestos seriamente en entredicho a lo largo de los seis últimos meses. Una de las cuestiones clave es la de facilitar la devolución de los préstamos hipotecarios a aquellos sectores de la población que tienen deudas con el sector financiero, que son precisamente las que han puesto en marcha la crisis actual. Si el problema central está en la solvencia de la banca, las medidas tendrán que ir dirigidas a solucionar ese problema mediante algún mecanismo que no socave los hábitos de una economía de mercado.

Por el momento, el único recurso que está utilizando la banca para salir del atolladero es el de acudir a inyecciones masivas de capitales públicos de países petroleros o asimilados. No parece que esta sea una solución muy del gusto de cualquiera de los gobernantes de la Casa Blanca, actual o futuro. La solución, por lo tanto, tendrá que venir desde dentro.

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