martes, 15 de enero de 2008

Enfrentando al dragón chino / Paul Krugman


Tanto el miércoles como el jueves pasados, el precio del petróleo alcanzó brevemente los 100 dólares por barril. Como era de esperarse, el nuevo récord ocupó los titulares.

Pero ¿qué significa esto, además de la obviedad de que la economía se encuentra bajo una severa presión?

Bueno, una cosa que significa es que estamos sosteniendo la discusión equivocada sobre política exterior.

Prácticamente todo lo que se ha hablado sobre política exterior en esta campaña presidencial ha sido motivado, de una manera u otra, por el 11-9 y por la guerra en Irak. No obstante, es muy probable que los principales temas de política exterior que enfrente el próximo presidente estén relacionados con el Lejano Oriente, no Medio Oriente. En particular, es probable que los asuntos cruciales tengan que ver con las consecuencias del crecimiento económico de China.

Si analizamos cualquiera de las varias preocupaciones que enfrenta Estados Unidos hoy, resulta sorprendente la importancia que tiene China en cada una de ellas.

Comencemos con el cada vez más elevado precio del petróleo. A diferencia de las crisis petroleras resultantes de la guerra de Yom Kippur y del derrocamiento del sha de Irán, esta crisis no fue provocada por sucesos en Medio Oriente que fracturaran el suministro petrolero. En cambio, tuvo sus raíces en Asia.

Es verdad que el suministro global de petróleo ha crecido lentamente, principalmente porque el mundo poco a poco se está quedando sin este producto: los descubrimientos de grandes yacimientos son cada vez más raros, y cuando se encuentra petróleo es difícil extraerlo. Pero la razón por la cual la oferta no ha podido mantenerse al ritmo de la demanda es el creciente consumo de petróleo de las economías recientemente industrializadas, sobre todo China.

Aunque actualmente este país representa sólo alrededor de 9% de la demanda mundial de petróleo, sus requerimientos han estado aumentando a la par de la expansión de su economía, por lo que en los últimos años ha sido responsable de aproximadamente un tercio del crecimiento del consumo mundial de petróleo. Como resultado, el precio de 100 dólares por barril de petróleo es en gran medida un fenómeno fabricado en China.

Hablando de cosas hechas en China, eso nos lleva a un segundo asunto. En Estados Unidos existe cada vez más preocupación por los efectos de la globalización sobre los salarios locales, en gran medida porque las importaciones de bienes manufacturados de países en los que se pagan sueldos bajos han aumentado marcadamente, duplicándose como proporción del PIB desde 1993. Y más de la mitad de ese incremento refleja el crecimiento explosivo de las importaciones industriales estadounidenses de China, que aumentaron de menos de 0.5% del PIB en 1993 a más de 2% en 2006.

Finalmente, pero de suma importancia, está el asunto del cambio climático, que con el tiempo será reconocido como el problema más crucial que enfrentan Estados Unidos y el mundo; quizá no hoy ni mañana, pero pronto, y por el resto de nuestras vidas.

¿Por qué el cambio climático es un asunto relacionado con China? Bueno, según algunos cálculos China ya es el mayor emisor de gases de invernadero. Y como en el caso de la demanda petrolera, China juega un papel desproporcionado en el aumento de las emisiones. De hecho, entre 2000 y 2005, China aportó más de la mitad del incremento en las emisiones de dióxido de carbono al mundo.

Esto significa que cualquier intento por mitigar el calentamiento global será dolorosamente inadecuado a menos que incluya a China.

De hecho, allá en 2001, cuando desconoció su promesa de campaña de limitar las emisiones de gases de invernadero, el presidente Bush mencionó el hecho de que el tratado de Kioto no incluía a China e India como una excusa para no hacer nada. Pero el verdadero problema es cómo hacer que China sea parte de la solución.

¿Qué nos dice todo esto, entonces, de la carrera presidencial?

Del lado republicano (conocido como el Gran Partido Viejo, o GOP por sus siglas en inglés), las declaraciones sobre política exterior son sólo ruido y fanfarronería. Por lo que dicen los candidatos del GOP, se podría pensar que sigue siendo febrero de 2003, cuando el discurso nacional estaba dominado por las palabras de gente que creía que el poder del Ejército estadounidense era suficiente para “conmocionar y pasmar” al resto del mundo a fin de que se plegara a nuestros deseos.

Aviso: la población de China es 50 veces mayor que la de Irak.

Las palabras de los demócratas tienen en general mucho más sentido. Sin embargo, entre al menos algunos de los partidarios de Barack Obama parece existir la creencia de que si su candidato resulta elegido los problemas del mundo se desvanecerán ante el hechizo de su carisma multicultural.

Aviso: no funcionará con los chinos. La verdad es que China es demasiado grande para ser intimidada, y los chinos son demasiado cínicos para ser cautivados. No obstante, aunque son nuestros competidores en asuntos importantes, no son nuestros enemigos, y se pueden hacer tratos con ellos.

Muchos estadounidenses, cuando piensan en los atributos del próximo presidente en materia de política exterior, parecen estar buscando a un héroe, alguien que enfrente valerosamente a los terroristas, o transforme al mundo con su optimismo.

Pero lo que deberían estar buscando es algo más prosaico: un buen negociador, alguien que pueda tratar efectivamente con clientes muy difíciles y obtenga los acuerdos que necesitamos en materia de energía, política cambiaria y créditos de carbono.

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