domingo, 27 de enero de 2008

LIBROS Vivir en la incertidumbre / Esteban Hernández

En 1999, Ulrich Beck publicó un texto, llamado World Risk Society, que conoció ediciones en más de diez idiomas, pero no en el suyo, el alemán. Y cuando años después quiso solventar esa laguna, se dio cuenta de que ya no era posible: el mundo se había transformado tanto en el cambio de siglo que analizar los mismos temas requería de enfoques nuevos. Esa fue la génesis de su último libro, en el que trata no sólo de perfilar el problema, sino de aportar algunas soluciones.

Y, ciertamente, describe asuntos centrales de nuestro tiempo. El terrorismo de mediados del siglo XX no resulta comparable, en cuanto a dimensiones y repercusión, con el proveniente de los integrismos religiosos. Por otra parte, tampoco las dimensiones de las crisis financieras, y las consecuencias a las que pueden abocarnos, son comparables con las del pasado. Y cuando hablamos de riesgos climáticos, pensamos sobre todo en la posibilidad de una catástrofe mundial. Estamos, pues, ante problemas que han dejado de estar espacialmente limitados, como ocurría hace un par de décadas, para cobrar una dimensión global.

Y es que hemos pasado a vivir en un mundo que anticipa de continuo las catástrofes. Como señala Beck, el anuncio del gobierno británico de que había descubierto un plan terrorista para atentar con explosivo líquido contra varios aviones, derivó en una modificación normativa que multiplicó los controles y estableció restricciones respecto de los objetos que podían llevarse consigo durante el vuelo. No había ocurrido nada pero actuábamos exactamente igual que si algo hubiera pasado. Es ese contexto abierto, en el que algo puede ocurrir siempre y para el que las medidas preventivas nunca resultan del todo eficaces, en el que hemos de vivir, y el que ha acabado por ordenar nuestras sociedades.

Para el sociológo alemán, que popularizó la expresión “sociedad del riesgo” en 1986, los problemas actuales refuerzan las tesis entonces establecidas. Veníamos de un mundo que creía que a través del análisis y de la previsión racional podía estar exento de peligros. Y lo que vemos, más al contrario, es que por mucho que nos afanemos en calcular las consecuencias de nuestras decisiones, siempre acaban generando efectos imprevistos. Y, en ese orden, podría decirse que la sociedad moderna no enferma por sus derrotas, sino por sus victorias.

Por ejemplo, el desempleo es efecto de los logros humanos, en tanto es nuestra inventiva, que ha generado una alta productividad, la que convierte en prescindible la antigua mano de obra. Si hay problemas con los sistemas de pensiones, es porque los descubrimientos de la medicina han permitido aumentar la esperanza de vida. O si hay agujeros en la capa de ozono es porque los adelantos técnicos, que han permitido mayores tasas de bienestar han generado problemas no previstos. En realidad, la idea central en la reflexión de Beck tiene bastante que ver con aquel postulado liberal según el cual todo intento de hacer el bien contiene efectos contrarios; que las intenciones suelen llevar a lugares diferentes de los previstos.

La apuesta de Beck para superar las disfunciones contemporáneas es el establecimiento de una realpolitik cosmopolita. Según sus tesis, estamos en un momento en que ninguna nación puede hacer frente a los riesgos por sí misma; en que si algún país quiere evitar las alianzas internacionales, saldrá perdiendo; en que cooperar no es un medio, sino un objetivo. Lo que sí deja claro el ensayista alemán es que ese camino no significa una renuncia a la autonomía.

Una UE supeditada a EEUU, por ejemplo, sería un error, ya que se trata de buscar puntos de coincidencia y no de alcanzar unanimidades impuestas. Además, para Beck, el realismo cosmopolita es además realismo económico, ya que, además de generar legitimidad, también permite compartir costes. Ese es, para el pensador alemán, el único camino para actuar eficazmente en un mundo en exceso móvil.

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