jueves, 13 de marzo de 2008

El final de la crisis crediticia / Primo González

Acaban de anunciar los expertos de la agencia de calificación de riesgos Standard & Poor’s que el coste de la crisis hipotecaria rondará los 285.000 millones de dólares, es decir, unos 20.000 millones de dólares más que en la estimación que la misma compañía había realizado hace pocos meses. En euros, cerca de 185.000 millones.

Su valoración cualitativa es, sin embargo, mejor: los bancos ya han confesado el grueso de sus problemas crediticios, lo que significa que a partir de ahora cabe esperar menos noticias negativas del lado de los balances bancarios.

Sea o no correcta la apreciación de los analistas de la firma, el anuncio se produce cuando las valoraciones de los economistas norteamericanos sobre el estado de la economía más importante del mundo describen ya con claridad un estado de recesión, del que Estados Unidos no saldrá hasta finales de este año.

De hecho, la inyección masiva de dinero por parte de la Reserva Federal hace dos días ha sido interpretada por algunos analistas como una demostración fehaciente de que la economía estaba bastante peor de lo que se reconocía de forma pública y que la Reserva Federal cuenta con información suficientemente rica como para tomar cartas en el asunto de forma más agresiva que hasta la fecha, para tratar de evitar una auténtica crisis crediticia.

El final de la crisis crediticia será una buena noticia para todos, aunque las señales que anuncien tan feliz acontecimiento quizás tarden algunos meses en llegar.

Una de estas señales puede ser el cambio de rumbo de los resultados trimestrales de los grandes bancos norteamericanos. Si realmente han sacado todo lo que tenían debajo de la alfombra, el primer trimestre debería ofrecer resultados al alza. Y ésa sería una forma de certificar que la fase de las amortizaciones de créditos malos ya ha quedado atrás.

El panorama que ofrecen las economías domésticas de Estados Unidos a estas alturas es, sin embargo, bastante pavoroso ya que afecta a más de 200.000 propietarios de inmuebles, que son los que se calcula que ofrecen en la actualidad algún tipo de dificultad en la devolución de sus préstamos hipotecarios o ligados a hipotecas.

Es, no obstante, una proporción relativamente pequeña para el tamaño de la economía norteamericana, pues representa algo menos de una familia de cada 600. El alcance sociológico del problema no es, por tanto, aterrador, aunque parece que está relativamente concentrado geográficamente.

Las dificultades de la economía norteamericana en este terreno se producen sin embargo en un contexto relativamente afable, ya que la tasa de paro se encuentra en torno al 4,8% de la población activa y en un país que en los últimos cuatro años y medio ha creado más de 8 millones de puestos de trabajo.

La economía norteamericana se asienta además sobre bases que en algunos aspectos resultan extremadamente sólidas, como el crecimiento medio de la productividad, que en los últimos años se ha situado por encima del 2,5% anual, un crecimiento que para sí lo querrían algunas economías europeas, máxime teniendo en cuenta que en Estados Unidos se ha alcanzado en una etapa de notable aumento del empleo.

Aumentar el empleo y la productividad a ritmos tan elevados y de forma simultánea es un éxito notable, desconocido en economías como la española, sin ir más lejos.

Con recesión o sin ella, lo que la mayoría de los analistas contempla es un bache en el crecimiento económico que de aquí a unos meses debería dar paso a una nueva fase de crecimiento, en la cual los errores de la crisis financiera de la que aún no hemos salido deberían quedar subsanados. Lo contrario sería una verdadera sorpresa y, sobre todo, un auténtico problema para la economía mundial y en especial para la europea.

La fase de desaceleración que viven hoy las economías europeas, y en particular la española, tiene mucho que ver con la exportación del problema financiero que nos ha trasladado la banca norteamericana, dada la estrecha interrelación entre las economías y los sectores financieros a ambos lados del Atlántico.

Una relación que cada vez será más estrecha, según todas las previsiones. La baja cotización del dólar ha reforzado en estos últimos meses la presencia de capitales europeos (españoles incluidos) en Estados Unidos.

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