jueves, 10 de abril de 2008

El ansia del beneficio produce monstruos / Luis Aparicio

Estamos en un año goyesco y la frase contra el racionalismo acuñada en su cuadro “El sueño de la razón produce monstruos”, encaja muy bien para explicar la actual crisis de los mercados crediticios y financieros, ahora con el beneficio como causa de los excesos que empiezan a pasarnos una abultada factura.

Vaya por delante que el beneficio empresarial es el pilar de este sistema capitalista que vivimos, y es lógico. Sin embargo, se ha convertido en un fin último por el que se está dispuesto a pagar cualquier precio y ha llegado la hora de pasarse por ventanilla.

Todo se reduce a una avaricia desmedida de prácticamente todos los agentes económicos y sociales. No nos engañemos, incluso las familias han especulado al máximo en el pasado ciclo eufórico y cualquier conversación se empezaba o terminaba con el acierto de una compra inmobiliaria que había duplicado o triplicado su precio.

Ni siquiera el hecho de que a todos les estaba pasando lo mismo amortiguaba el entusiasmo en el relato de su estrategia inversora.

En las economías domésticas ha habido de todo, dependiendo de las distintas capacidades económicas, pero en el mundo empresarial y financiero la codicia ha sido generalizada y, hasta ahora, sabiamente administrada y fomentada. Sobre las entidades financieras ha girado buena parte de este remolino. Crecer en crédito y arañar cuota de mercado al competidor ha sido la constante de los últimos años y no sólo en España. En Estados Unidos, Reino Unido y España, donde se han focalizado los mayores “boom” inmobiliarios las entidades han ido a por todas y, aunque con matices, el crédito basura ha sido generalizado.

Desde los créditos sin garantía alguna de Estados Unidos a los muy arriesgados que se han dado en España con los precios inmobiliarios inflados y a grupos más sensibles al paro y poco arropados por la estructura familiar, como los emigrantes. La subida de precios no era problema, más negocio para las entidades financieras que lograban que mes a mes el importe medio de la hipoteca en España creciera.

En otras economías menos rumbosas en la concesión de créditos, la codicia tomó forma de compradores de esos bonos que alimentaban el boom inmobiliario de otros países. Aquí también se podía asumir cualquier riesgo con el objetivo de comprar bonos con rentabilidad de medio o un punto por encima los más seguros y así poder ofrecer a sus accionistas un mayor beneficio que avalase su “acertada” gestión.

El último pilar de la avaricia desmedida es utilizar el beneficio como referencia del sueldo de los altos directivos y, no pocas veces, de sus empleados. Con ese pastel, el gestor se ve forzado a generar la máxima ganancia asumiendo riesgos o maquillando balances, ya que en ello le va el capricho del año o de su vida.

Este enfoque del beneficio que justifica cualquier medio que se emplee es el causante de esta situación de crisis. También explica los miles de despidos y las siguientes miles de contrataciones. En definitiva, los continuos bandazos que dan los distintos sectores de la economía y a la que acaban arrastrando. Curiosamente, las empresas cotizadas de beneficios más constantes y regulares, las que escapan de los sobresaltos, son las que gozan de una mayor revalorización en plazos medios y largos. Demasiado tiempo para la inmediatez de la bolsa.

La avaricia sin medida de los riesgos, sin control de las consecuencias, seguirá siendo la causa de ésta y muchas más burbujas que se crearán y estallarán en las economías. Aunque sería interesante un estudio profundo para lograr crecimientos más sotenidos y menos espasmódicos. Una avaricia que tiene alguna disculpa en nuestra propia esencia. Menos disculpable es la estulticia a la que se aferran los supervisores y reguladores económicos.

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