lunes, 14 de abril de 2008

La fiesta ha terminado / Luis de Velasco

En Estados Unidos, tras años de crecimiento ininterrumpido en los noventa, muchos proclamaron el fin de los ciclos económicos. En el 2000 llegó el batacazo de las dot.com y la cruda realidad. En España, tras una docena de años de crecimiento (matiz importante: el crecimiento del PIB por habitante, especialmente desde el 2000, ha sido mucho menor), más de un optimista proclamó llegada la era del crecimiento ininterrumpido, del adelantamiento a Italia (hoy desmentido) y del inmediato a Francia.

La realidad de unos indicadores económicos que muestran un crecimiento del PIB claramente a la baja, así como de unas previsiones cada una de ellas peor que la anterior, confirma que todavía hay ciclos y que, para la economía y la sociedad españolas, la fiesta ha terminado. Resulta que los antes denominados antipatriotas tenían (teníamos) razón. Ya no se trata de si habrá o no aterrizaje y si será suave o no. El aterrizaje está ahí y no parece que vaya a ser suave.

El “modelo” de crecimiento de estos años, basado en tipos de interés reales bajos, incluso negativos, desahorro familiar, liquidez abundante (la financiación exterior supone un 10 por ciento del PIB, récord mundial), auge del ladrillo (la construcción supone el 18 por ciento del PIB, siendo la mitad la residencial, lo nunca visto), abundantísima mano de obra inmigrante con salarios muy bajos y derechos laborales bajo mínimos, salarios reales estancados y altos beneficios empresariales, llevaba dentro las semillas de su agotamiento.

Ello acompañado del estar a la cola en educación, I+D+i, productividad, penetración de internet, exportaciones de tecnología media y alta, déficit comercial en términos de PIB. Es así que esta crisis —o como se la quiera llamar— es, sobre todo, nuestra. Aunque, por supuesto, en una economía abierta como la española tiene también componentes externos, agudizados por la crisis de Estados Unidos que, con alcance todavía desconocido, se va extendiendo por el mundo dañando no sólo la economía financiera sino también la real.

Hay que recordar que este “modelo” de crecimiento ha tenido y tiene notables costes medioambientales (por los destrozos causados en el territorio, sobre todo en las costas), éticos (los casos de corrupción se han multiplicado ante la indiferencia de la ciudadanía, esto último también muestra de ese deterioro en los valores) y sociales, con diferencias crecientes, como muestran todos los indicadores disponibles, en la distribución personal de la riqueza y de la renta. Curiosamente, en su reciente discurso de investidura, el hoy presidente Zapatero hablaba textualmente de que su idea de España “pasa por un país decente, porque distribuye con equilibrio la riqueza que genera”. ¿A qué país se refiere?

The party is over, la fiesta terminó. El nuevo Ejecutivo enfrenta problemas enormemente graves. Problemas tanto de corto plazo como de un cambio de modelo de crecimiento, algo esto último complejo y siempre lento. Y los enfrenta con limitados instrumentos de política económica en su mano por un vaciamiento doble. De un lado, camino de Bruselas o Fráncfort, sede ésta del Banco Central Europeo, donde su presidente insiste, acertadamente, en que su principal preocupación es hoy la inflación y no lo que pase en España o Irlanda.

Del otro, en proceso que parece no tener fin, camino de las Comunidades Autónomas. Hoy el Estado gestiona un escaso tercio del gasto público total y escasamente la mitad en inversión pública. Está claro que ese “Estado residual” del que habló Maragall está mal equipado para hacer frente a esta crisis que es coyuntural y estructural. Pero de eso, y de las medidas que parece va a aprobar el nuevo Gobierno, hablaremos otro día.

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