sábado, 3 de mayo de 2008

Calvo Sotelo, solvente y enigmático / José Antonio Zarzalejos


Con las siguientes palabras comienza el último de los tres libros –Pláticas de familia (2003)-- que escribió el fallecido ex presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo: “Mataron a Calvo Sotelo. ¡Fixeron ben! Esta es la primera opinión política de la que guardo memoria. Me la gritaron al pasar por el Cantón de Ribadeo, camino de la casa de mis abuelos en la calle Paz –la Casa de Abajo, la casa de Bustelo--, el lunes 13 de julio de 1936. Yo acababa de cumplir diez años y los autores del grito me parecieron unos hombretones, aunque tal vez eran sólo unos rapaces maleducados y provocadores.”

Este párrafo define a un hombre importante de la democracia española: en sus apellidos vinculados a la política del siglo XX –tanto por Calvo Sotelo (monárquico) como por Bustelo (liberal)—y en sus modos personales y públicos de conducirse, sin dogmatismos, siempre, o casi siempre, con un margen para la duda, la benignidad y, en todo caso, la tolerancia.

Leopoldo Calvo Sotelo era, en su biografía personal y familiar, un hombre de afectos y de lealtades, pero también de contradicciones ideológicas que supo reducir en una trayectoria meritoria y leal consigo mismo. Se insertaban en su apellido y en su clan desde un tío abuelo –Adolfo Vázquez Gómez—fundador de la masonería en Uruguay, hasta un tío carnal tenido por el protomártir del Alzamiento Nacional (José Calvo Sotelo), siguiendo por la saga de los Bustelo –liberales confesos—, llegando a parientes cercanos socialistas como Fernando Morán – su cuñado, ex ministro de Exteriores con Felipe González—o Mercedes Cabrera Calvo Sotelo, actual ministra de Educación y Asuntos Sociales y su mujer –inseparable y admirablemente discreta--, Pilar Ibáñez Martín, hija de uno de los ministros de Educación más conspicuos del general Franco. Así que nuestro querido ex presidente era una resultante ideológica que sólo podía militar con autenticidad plena desde primera hora –luego de hacerlo en el monarquismo parlamentario juanista—en el moderantismo de la Unión de Centro Democrático.

Calvo Sotelo fue, además de un hombre de estudios técnicos (ingeniero de Caminos, Canales y Puertos), un gran humanista. Su prosa fina e irónica le consagró como un magnífico conferenciante y articulista (no puedo por menos que agradecer las muchas Terceras de ABC y artículos –como ese memorable “En el principio fue el Rey” en el número especial de noviembre de 2000 con motivo del XXV aniversario de la proclamación de Don Juan Carlos I, que firmó durante los más de siete años en los que desempeñe, siempre con su afecto, la dirección de ese periódico) y un relator agudo en textos del máximo interés como el titulado “Memoria de la Transición” (1990) y “Papeles de un cesante: la política desde la barrera” (1999). Amigo, aunque no confidente, de Adolfo Suárez recogió su testigo cuando su intuición inteligente le decía en 1981 que la labor transitoria de UCD había concluido.

No se embarcó en el Centro Democrático y Social del abulense y abandonó el partidismo porque, como hombre de Estado que siempre fue, entendió su misión en una coyuntura histórica, apartándose luego “a la barrera” –como a él gustaba decir-- para alzarse en referencia de un estilo elegante y señero en el que la serenidad y la ironía se adueñaron de su forma de ser y de estar. También de decir y de aconsejar. Jamás alardeó de su experiencia profesional y política –desde presidente de Renfe hasta ministro de Comercio, Obras Públicas y Relaciones con las Comunidades Europeas, alcanzando, primero la vicepresidencia económica del Gobierno (1980) y luego –tras el traumatismo del 23-F de 1981—la presidencia que ostentó con la mayor de las dignidades, entregando la posesión de la Moncloa al PSOE tras la mayoría absoluta del socialismo en octubre de 1982. Y, en ocasiones, siendo él consciente de cierta preterición honorífica, soportó con ese senequismo galaico que le distinguía la invisibilidad con la que la desagradecida política española regateaba el reconocimiento a sus méritos.

La muerte de Leopoldo Calvo Sotelo y Bustelo, marqués de la Ría de Ribadeo, tiene el significación de lo insólito: se va el primero de los cinco presidentes del Gobierno que ha tenido la democracia española desde el pacto constitucional de 1978; y se va cuando su compañero de fatigas –más joven que él--, Adolfo Suárez, ya no puede llorarle porque el vacío se ha adueñado de su vida invivible.

La marcha del que fuera el más breve de los jefes de Gobierno de la democracia española se produce en la agitación de una derecha democrática que manosea la brújula sin hallar el norte y en la levedad de una izquierda improvisadora. Pero su partida al más allá –era creyente y era consecuente—nos reta a desentrañar las claves de la Transición que están en sus libros y en sus artículos. La información que se deja caer en esos textos es preciosa para historiadores y periodistas porque Calvo Sotelo fue un hombre solvente pero enigmático, amigo de meigas, de palabras ambivalentes y convicciones serenas y firmes.

Huyó de la pedantería profesoral y, por eso, como reto y como retrato, concluyó así el último de sus libros: “Por eso no predicaré homilías prudentes a mis hijos y me limitaré a desearles, desde esta última página, una buena navegación por el boisterous sea of liberty, “por el ruidoso mar de la libertad” que dijo Jefferson.” En la libertad creyó y libre se ha ido. Ahora le ha de acompañar –póstumo, como siempre en España—el agradecimiento.

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