domingo, 25 de mayo de 2008

El BCE cumple diez años con un sólido prestigio

FRANCFORT.- El Banco Central Europeo (BCE) cumple una década de existencia con el mérito de haberse labrado una reputación seria en los mercados financieros, pese a que su producto estrella, el euro, una moneda sin nacionalidad, no ha logrado hacerse querer.

El instituto emisor comunitario nació el 1 de junio de 1998 con la misión de acompañar el estreno de la moneda única en los mercados, un paso de gigante para la construcción europea que se materializaría seis meses después. El logro de pasar, sin gran dolor, a la moneda única europea, hoy en día compartida por 15 países a los que se sumará Eslovaquia en enero del 2009, puede atribuirse en gran parte al «guardián del euro», con sede en Francfort, capital alemana de las finanzas.

Tras un inicio algo accidentado bajo el mando de su primer presidente, Wim Duisenberg, la joven institución aprendió a comunicarse con los mercados. «La mejoría está más relacionada con un proceso de conocimiento mutuo entre el BCE y los mercados que con la transición», entre el holandés Duisemberg y el actual presidente, el francés Jean-Claude Trichet, explica el jefe economista en Europa del Bank of America, Holger Schmieding.

El euro se ha impuesto, por su parte, como segunda moneda de reserva detrás del dólar estadounidense. Signo de confianza, empresas y Estados emiten cada vez más sus bonos en moneda europea y la circulación del euro es actualmente superior a la de los billetes verdes en el mundo. Pero tanto débil frente al dólar, como en el 2000, como fuerte hoy en día, el euro sigue sin hacerse querer.

Difícil para muchos reconocerse en una moneda sin nacionalidad, surgida de una ambición mayor todavía en el aire, esto es, la unión política de Europa. Un reciente sondeo revela que uno de cada tres alemanes desearía recuperar su antigua moneda, el marco. Y más de la mitad continúa atribuyendo el encarecimiento de la vida a la divisa europea, una impresión ampliamente expandida en el Viejo Continente.

En esa tesitura, cargar contra el BCE, el único responsable de facto del euro, se ha vuelto una tentación difícil de evitar. Francia e Italia, por ejemplo, no han cesado de criticar la política de la institución -sobre todo, en materia de tipos de interés- desde su nacimiento con el empeño de reducir su independencia, contemplada empero en el Tratado de Maastricht.

Le reprochan preocuparse únicamente de la lucha contra la inflación -su primera misión, según el Tratado- sin tener en cuenta las consecuencias sobre el crecimiento y el empleo. «Es algo problemático, estos comentarios políticos constantes, porque complica la tarea del BCE», juzga Stefan Gerlach, profesor del Instituto para la Estabilidad Financiera y Monetaria, dependiente de la Universidad de Francfort.

Gerlach pone el siguiente ejemplo: si un responsable político pide públicamente al BCE que rebaje los tipos, aunque éste tenga previsto un gesto en este sentido, no podrá hacerlo sin dar la impresión de ceder a las exigencias políticas, lo que perjudicaría su credibilidad. Tratar de comunicar directamente con el público para contrarrestar las presiones políticas no aportaría gran cosa, defiende este profesor. «Un buen banco central debe permanecer silencioso, en un segundo plano, y trabajar correctamente», comenta.

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