martes, 13 de mayo de 2008

Hay que fastidiarse con los liberales / Juan Francisco Martín Seco

En La riqueza de las naciones, el padre del liberalismo económico, nos pone en guardia contra los comerciantes —en su tiempo los empresarios eran los comerciantes—, que tienden a conspirar contra la libertad de mercado; su objetivo es obtener el máximo beneficio, y para eso nada mejor que destruir la competencia.

¿Qué diría Adam Smith hoy cuando son pocos los sectores cuyos mercados no están controlados por las grandes empresas? La hipocresía y el doble lenguaje se han apoderado del discurso. El mundo empresarial hace profesión de neoliberalismo económico y arremete con toda virulencia contra cualquier injerencia estatal, pero en cuanto comienzan las dificultades, está dispuesto a apostatar e ir corriendo a que papá Estado le saque de sus apuros. Los empresarios se transforman en grupos de presión. Cada sector tiene su patrón político y por eso los representantes de promotores y constructores han ido a visitar a la ministra de la Vivienda a fin de ponerse bajo su protección.

Después de haberse forrado durante muchos años y de haber reclamado total libertad en el mercado y en la economía, ahora demandan beneficios fiscales y ayudas públicas. Solbes, que no sé si es liberal pero, al menos en esta ocasión, es consecuente, se niega a impedir artificialmente el necesario ajuste en la construcción y asegura que el sector debe corregir sus excesos de años anteriores.

Don Guillermo Chicote, presidente de la asociación de promotores y constructores, que se supone que también es liberal, se encabrita porque el Estado no interviene, se enfrenta a Solbes reprochándole que quiera resolver el problema con comparecencias y discursitos y avisa que “las suspensiones de pago van como los higos en septiembre”, lo que indica bien a las claras que los empresarios se quitan de en medio cuando las cosas vienen mal dadas y dejan quebrar a las sociedades.

Don Guillermo quiere soluciones y se las pide al Estado. En realidad, lo que parece querer es dinero, que la Hacienda Pública coloque recursos sobre la mesa. Es decir, el señor Chicote reivindica lo de siempre: privatización de beneficios y socialización de pérdidas, y también, como siempre, tal pretensión se basa en el carácter benefactor de los empresarios. Ellos no han construido casas —como el carnicero de Adam Smith en su comercio— para enriquecerse, sino por puro altruismo, para crear empleo y para que las administraciones públicas recauden más, por eso les parece injusto que el Estado no venga ahora en su auxilio y chantajean con los miles de parados que se van a producir en el sector.

Pero digo yo, que no soy liberal, que, a lo mejor, para paliar estos resultados negativos conviene más aumentar la cobertura de desempleo que subvencionar a los empresarios. A los promotores y constructores no los veo yo muy autonomistas, pero a río revuelto, pensarán, ganancia de pescadores, y por eso después de la negativa de Solbes, se dirigen al río revuelto de las Comunidades Autónomas. Es muy posible que al menos alguna de ellas les abra sus arcas en plan generoso. Total, disparan con la pólvora del rey, es decir, con la pólvora del Estado, porque antes o después pasarán la cuenta a la Administración Central asegurando que tienen un déficit fiscal o una deuda histórica.

Montoro, que se supone que también es liberal, reprocha al Gobierno que abandone a su suerte a un sector como el de la construcción, lo que no resulta demasiado comprensible ya que, como buenos liberales, habíamos quedado en que el Estado debe abandonar el mercado y la economía al sabio dictamen de la mano invisible. De hecho, todo el rifirrafe en el Congreso entre el vicepresidente económico y el portavoz de economía del principal partido de la oposición fue bastante incomprensible. Montoro no pudo alegar más que generalidades, puesto que resulta muy complicado criticar lo que uno mismo ha hecho.

Estos lodos provienen de aquellos polvos, y los polvos son tanto de los gobiernos del Partido Popular como de los del PSOE, de tal manera que a uno no le cuesta nada imaginarse el debate a la inversa, cambiando los discursos y los papeles. Montoro, en las Cortes, descubrió el Mediterráneo sosteniendo que nos enfrentamos a una crisis de confianza; es la consecuencia lógica de un mercado desregulado en el que cada empresa y sobre todo cada entidad financiera han actuado a sus anchas sin que nadie les vigilase, con lo que han podido hacer todo tipo de chorizadas. En coherencia nadie se fía de nadie. ¿No queríamos liberalismo?

El vicepresidente económico volvió a manifestar que España se encuentra ante la crisis internacional en una posición privilegiada dado que la situación de las finanzas públicas es de lujo. La economía, sin embargo, es algo más que el superávit o déficit público. Solbes olvida, o más bien quiere olvidar, que a la hora de demandar financiación a los mercados internacionales el saldo del sector público es un elemento más a financiar junto a las necesidades de empresas y familias; en suma, que lo que cuenta es el déficit exterior, el de la balanza corriente, y en esa variable hemos superado todos los récords, pero en negativo.

No es precisamente una situación de privilegio la que tienen los agentes de nuestro país en los mercados financieros, eso lo saben muy bien la banca y las cajas de ahorro españolas y, como son muy liberales, vuelven la vista al Estado para que en estos tiempos de vacas flacas les solucionen los problemas. Se encuentran, no obstante, con un obstáculo, que estamos en la Unión Europea y ya no se puede, como antaño, utilizar el dinero público para reflotar los bancos en dificultades. Las instituciones comunitarias pueden acusarnos de ayudas de Estado, y de falsear la competencia, lo que parece constituir su única preocupación.

Como quien hace la ley hace la trampa, Gran Bretaña ha hecho la trampa y el Banco de Inglaterra está ayudando a los bancos en crisis con la artimaña, aunque nadie se la crea, de que es independiente del Gobierno. Trampa que a nosotros tampoco nos vale, pues estamos en la Unión Monetaria; el Banco de España carece, por tanto, de competencias y el Banco Central Europeo no parece estar por la labor. Nuestros banqueros son muy liberales y como tales han apostado con júbilo por la Unión Europea y por la Unión Monetaria, sin embargo echan de menos otros tiempos en los que podían asumir sin miedo todo tipo de riesgos porque detrás estaba el Estado para recomponer los platos rotos, por ello se les ha ocurrido una solución muy ingeniosa: recurrir al fondo de reserva de la Seguridad Social, la llamada hucha de las pensiones, para que les saque de la crisis.

El proyecto raya en el más puro cinismo. Por mucho que la Unión Europea se asiente sobre trucos e hipocresías es difícil que acepte que los créditos concedidos por la Seguridad Social a los bancos en dificultades no constituyen una ayuda de Estado. La artificial separación del Pacto de Toledo no engaña a nadie. El cinismo adquiere el carácter de tartufismo cuando pretenden convencernos de que con tal operación todo el mundo va a salir ganando, teniendo en cuenta que los futuros pensionistas obtendrán una mayor rentabilidad sin riesgo alguno. ¿Sin riesgo alguno? Por supuesto, por eso nuestras entidades financieras encuentran múltiples obstáculos para financiarse en los mercados internacionales. Hay que fastidiarse con los liberales.
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