martes, 20 de mayo de 2008

Globalización y empleo / Josep Borrell


El actual momento de la globalización se caracteriza por lo que podríamos llamar “el salto adelante” de algunas economías emergentes.

Por su alto ritmo de crecimiento, la dimensión alcanzada por algunos de sus sectores económicos, sus reservas de divisas y las actividades de sus fondos de inversión, que se han convertido en los nuevos banqueros del planeta, pronto habrá que llamarlas economías emergidas.

Algunos países hasta ahora especializados en producción de bajo valor e intensiva en mano de obra (China e India principalmente) también exportan productos que requieren tecnología y formación media-alta, tanto en manufacturas como en servicios. Además, las deslocalizaciones desde las economías desarrolladas no son únicamente de empresas industriales de baja calificación, sino también de media y alta y del sector servicios.

Pero las condiciones sociales y laborales de esos países, que son, en muchos casos, su mejor atractivo para conseguir atraer la inversión, siguen siendo incomparables con las europeas. Por ello, la pregunta que surge con cada vez mayor insistencia es cómo este proceso puede afectar a la estructura productiva y al empleo en Europa.

Países como la India producen ya más ingenieros que EEUU y su industria farmacéutica ya es la cuarta mundial, mientras Europa está perdiendo la suya. China es, desde hace tres años, el mayor exportador mundial de tecnologías de la información y comunicación (TIC).

Las exportaciones de productos tecnológicos del sudeste asiático ya representan el 19% del PIB. Esta tendencia se viene consolidando: en 1996 el 86,5% de las exportaciones mundiales de alta tecnología provenían de los países desarrollados y en el 2006 disminuyeron hasta el 74,3%.

Aunque las deslocalizaciones siguen afectando a sectores intensivos en mano de obra y baja calificación (automóvil, química, textiles), también empiezan a deslocalizarse sectores de mayor calificación, como banca y seguros, informática, TV, telecomunicaciones y servicios empresariales.

La mayoría de las deslocalizaciones desde la UE-15 van a los nuevos Estados miembros (51,2%), pero Asia, principalmente China e India, absorben ya el 36,3%, y el resto del mundo recibe el 12,5%. Aunque la pérdida de empleo como consecuencia de estas deslocalizaciones es aún moderada (el 8% del total del empleo perdido en Europa en el 2005), constituye un dato preocupante sobre todo porque los nuevos Estados miembros de la UE también están empezando a deslocalizar parte de su producción a otras economías con menores costes laborales.

El efecto de la deslocalización incide también en las presiones para desregular el empleo no deslocalizado. La temporalidad ha crecido en el conjunto de la Unión, el trabajo temporal es cada vez mas involuntario, las diferencias en términos de protección legal y salario entre trabajadores temporales e indefinidos es notable y sigue aumentando.

Además, la temporalidad es cada vez más temporal: mientras el número de contratos temporales de entre 1 y 2 años de duración se ha multiplicado por dos entre 1992 y el 2006, los contratos temporales de menos de 1 mes de duración han aumentado en un 293% en el mismo periodo, y los de entre 1 y 3 meses lo han hecho en un 256%.

Las estimaciones de la OIT (2004) apuntan a que un 20% del PIB y un 15% del empleo de los países desarrollados corresponden a la economía informal, la desigualdad aumenta y los salarios pierden peso en la renta nacional a nivel europeo.

Para hacer frente a esta situación, la UE se propuso desarrollar la “Economía del Conocimiento” a través de la llamada Estrategia de Lisboa. Pero no hemos conseguido alcanzar a nuestros rivales directos (EEUU, Japón y Corea), y Europa puede verse superada por algunas economías “emergidas” que están aumentando su inversión en innovación, formación y sus exportaciones high-tech, sin por ello aumentar su gasto social ni mejorar sus condiciones laborales.

Las TIC refuerzan este proceso por las siguientes razones:

Han creado un modelo de empresa mucho más flexible y propensa a la readaptación continua aumentando las posibilidades de reestructuración y relocalización. Recientes estudios confirman que al menos el 20% del total del empleo en el sector servicios europeos es susceptible de deslocalización.

Han creado una nueva estructura productiva donde todo lo susceptible de ser producido y distribuido de forma digital puede hacerse en tiempo real y a escala planetaria, ampliando el potencial mercado y permitiendo sortear las regulaciones nacionales.

Han abierto a la competencia internacional sectores de calificación media-alta que hasta ahora estaban protegidos de esa competencia.

Por ello, en el contexto de economía más globalizada que estamos viviendo, las TIC pueden reforzar la dualidad laboral a escala planetaria y cuestionar la viabilidad de ciertos modelos sociales de las economías desarrolladas.

Para enfrentarse a estos retos Europa no tiene otra opción que desarrollar la sociedad del conocimiento. Pero el escenario es cada vez más complejo y las garantías de éxito se reducen a medida que incumplimos los objetivos que nos propusimos en el año 2000.

Europa debe hacer esfuerzos adicionales que permitan mantener y aumentar sus diferenciales de productividad con aquellas economías con las que aún tiene ventaja y disminuirla con aquellos en los que se aprecia una clara desventaja.

Pero, inevitablemente, habrá costes de adaptación en muchos sectores, y no sólo entre los trabajadores menos cualificados, también en los de calificación media y alta. Para evitar la tentación proteccionista se deberá hacer un esfuerzo especial para que los trabajadores más perjudicados por este proceso de globalización, además de formación, reciban rentas de compensación.

Para ello, el concepto de “flexiseguridad”, siguiendo el ejemplo de la experiencia danesa, aparece como la receta con la que cuenta Europa para afrontar la globalización. Pero, con ser nuestra mejor opción, puede no ser suficiente para mantener nuestros Estados del bienestar en un mundo tan económicamente desigual y laboralmente tan precario.

Además de nuestra readaptación productiva hacia sectores de alto valor, Europa debe desempeñar un papel más activo en el diseño de otro modelo de globalización que tenga en lo social uno de sus pilares fundamentales.

El propio Banco Mundial y el FMI reconocen ya que el crecimiento económico por sí solo no reduce la pobreza. Y sin una harmonización de los estándares laborales y sociales los problemas de financiación de las políticas sociales serán cada vez más graves.

Por ello, una alternativa a la globalización neoliberal basada en el Consenso de Washington debería ser un Consenso de Bruselas que tuviese como aspiración principal la creación de un modelo de bienestar global, no como una excusa para “proteger” el mercado europeo sino para una globalización más integradora.

Pero estamos muy lejos de ello.


No hay comentarios:

Publicar un comentario