viernes, 16 de mayo de 2008

Patriotismo bancario / Luis Aparicio

En anteriores ocasiones he mostrado mi desacuerdo en la actuación de la banca española durante el boom inmobiliario y su complicidad abosluta en el desvarío de los precios con los que conseguían negocio abundante. Es obvio pensar que su papel de financiadores ha sido determinante y que, por tanto, también deben pagar sin ayudas ni remiendos las consecuencias de la desaceleración: ellos ayudaron a crear la burbuja.

Sin embargo, el presidente Zapatero ha logrado contagiarme su patriotismo económico, en este caso bancario para salir en defensa firme y decidida de los ataques que las entidades financieras españolas reciben del exterior. Además estamos en el bicentenario del 2 de mayo. Ya se sabe que uno puede y debe criticar a su familia si lo merece, pero jamás consentirlo si lo hace un ajeno al clan. Pues aquí viene a pasar lo mismo.

La situación de los bancos y las cajas de ahorros españolas está clara. En los resultados del primer trimestre han demostrado fortaleza y sus debilidades son ciertas. Han dado muchos créditos hipotecarios y están comprometidos hasta las trancas con constructoras e inmobiliarias. Una situación de desaceleración, un aumento del paro –cosas que ya se están produciendo– provocará la subida de la morosidad que también ya estamos viendo, y desdibujará la cuenta de resultados.

También se están viendo forzadas a renegociar deuda y en el caso más extremo a convertirla en participación accionarial. Esto es lo que ocurre con tendencia a irse agravando si la crisis económica –lo siento aquí, señor Zapatero– continúa como es de prever.

Pero si nos vamos un poquito más arriba en el Norte geográfico, la situación es sustancialmente peor. Provisiones de miles de millones de euros que traen brucas reducciones de beneficios, incertidumbres sobre sus carteras de activos y la subprime (bonos basura hipotecarios) presidiendo cualquier noticia sobre sus cuentas de resultados. Credit Agricole, Barclays, Deutsche Bank, etcétera, etcétera.

Además, han llegado las macroampliaciones de capital para cubrir los huecos dejados por las pérdidas. Se han echado atrás proyectos de inversión ante la falta de recursos y están presentando unas cuentas de resultados desalentadoras. Si se va a Estados Unidos, la cosa es aún peor. Recurso a capitales exóticos, anuncios de despidos millonarios y salvamentos de la Fed por doquier, disfrazados bajo inyecciones de capital que supuestamente se devolverán.

Pues bien, tanto las autoridades financieras –recordemos el caso del Reino Unido– y el resto de bancos, sobre todo europeos, arremeten a la más mínima contra las bancos españoles, sembrando dudas sobre su solidez. También sus equipos de análisis hacen de continuos aguafiestas sobre las entidades españolas cotizados, cundo asistieron mudos al engrosamiento de su cartera basura que en entonces brillaba con el oropel de la diversificación y el buen negocio.

Una buena parte de la culpa de estos ataques la ha tenido la debilidad del Banco de España de no hacer una defensa más firme de lo que había: nadie puede garantizar el futuro pero sí decir que en el presente no existen contaminaciones. Tampoco los bancos y las cajas hicieron en el comienzo de esta crisis ningún esfuerzo de transparencia que todos hubiéramos deseado. El habitual mutismo del Gobierno sobre cualquier tema transfronterizo tampoco ha ayudado. Entre el silencio siempre se escuchan muchas dudas.

Simplemente, se agradecería de la competencia extranjera un poco más de seriedad en el ataque al sistema financiero español y, como es lógico, que arreglen primero su patio antes de mirar las miserias del vecino que las hay, pero, esta vez, menos.

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