martes, 6 de mayo de 2008

Perdónanos nuestras deudas / Luis Ignacio Parada

Cuando Terencio escribió, hace dos mil cien años eso de «Según andan hoy las costumbres, si alguien te paga lo que te debe, debes estimárselo como un gran favor» estaba muy lejos de saber que las deudas que hoy tienen los países, las empresas, los partidos políticos y los particulares son auténticamente impagables.

Tan difícil es que alguien pague una deuda que hasta el Padrenuestro dice ahora. «Perdónanos nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden», donde antes decía «Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores».

No hay dinero en el mundo suficiente para que todos paguemos nuestras deudas. «La más capaz fábrica de papel moneda existente en todos los tiempos, explica Paul C. Martin en su libro Cash, estrategia con-tra el crack, tardaría diez años en fabricar billetes antes de que todos los acreedores vieran satisfechas sus demandas».

Por eso resulta sorprendente el énfasis con los que las emisoras de radio y televisión dieron ayer la noticia de que en el primer trimestre de este año los deudores concursados (incluidas empresas) fueron un 78,6% más, que los concursos en la construcción crecieron un 118%, que resultaron afectadas, 425 empresas y que el total de familias españolas que no pudieron pagar sus deudas en ese periodo fue de 66. Esa no es la prueba del nueve de la crisis económica. Eso son pequeñas peripecias personales mal planteadas.

A comienzos de 2005, los ministros de Economía de los siete países más poderosos del mundo concedieron la suspensión del pago de los intereses de la deuda exterior a las naciones afectadas por el maremoto del Índico. No condenaron los intereses ni perdonaron el principal; simplemente aplazaron o refinanciaron los créditos. Sabían que no los van a cobrar nunca pero les bastaba tener una razonable certeza de que podrán seguir anotando beneficios para prestar más, porque las garantías se habían revalorizado.

En enero de 2006 los periódicos destacaban una noticia insólita: “Argentina puso ayer punto final a medio siglo de endeudamiento con el Fondo Monetario Internacional al hacer efectivo el pago de los 9.574 millones de dólares”. Fue una operación de propaganda porque inmediatamente pidió más dinero a tipo de interés más bajo.

En agosto del mismo año, Rusia anunció a bombo y platillo que había completado el pago por adelantado a los 18 países acreedores del Club de París de 23.740 millones de dólares, la totalidad de la deuda de la extinta Unión Soviética. Pero pagó exclusivamente para que las agencias de rating le mejorasen la calificación.

Dicen los informes más alarmistas que el ahorro bruto de los hogares españoles empieza a ser insuficiente para amortizar los préstamos y que el endeudamiento de las familias en España ha superado ya el 100% de la renta disponible. Pero no dicen que ese nivel es inferior al de Holanda 190, Estados Unidos 124, Reino Unido 112 o Alemania 111. Estamos en el promedio europeo donde sólo están por debajo Francia, con el 59 y Bélgica con el 67%.

Asusta pensar qué pasaría si todos tuviéra-mos que pagar nuestras deudas al mismo tiempo. Porque desde que se inventaron las anotaciones contables, el dinero sólo es un subproducto de la contabilidad, una constante universal que ha funcionado durante las ochocientas generaciones que van desde el trueque a las tarjetas de crédito.

Hoy sólo cobran las deudas los usureros y eso gracias al grosero procedimiento del cobrador del frac: los bancos decentes se conforman con ampliar el crédito, renegociar el pago y provisionar fallidos. Aunque luego publiquen noticias “alarmantes” sobre morosidad (1%) y familias quebradas (66 en total).

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