domingo, 1 de junio de 2008

El BCE cumple 10 años con un prestigio consolidado pese al recelo hacia el euro

FRANCFORT.- El Banco Central Europeo (BCE) cumple una década de existencia con el mérito de haberse labrado una reputación seria en los mercados financieros, pese a que su producto estrella, el euro, una moneda sin nacionalidad, no ha logrado hacerse querer.

El BCE nació el 1 de junio de 1998 con la misión de acompañar el estreno de la moneda única en los mercados, un paso de gigante para la construcción europea que se materializaría seis meses después.

El logro de pasar, sin gran dolor, a la moneda única europea, hoy en día compartida por 15 países a los que se sumará Eslovaquia probablemente a inicios de 2009, puede atribuirse en gran parte al "guardián del euro", con sede en Fráncfort, capital alemana de las finanzas.

Tras un inicio algo accidentado bajo el mando de su primer presidente, Wim Duisenberg, la joven institución aprendió a comunicar con los mercados. "La mejoría está más relacionada con un proceso de conocimiento mutuo entre el BCE y los mercados que con la transición", entre el holandés Duisenberg y el actual presidente, el francés Jean-Claude Trichet, indicó el jefe economista en Europa del Bank of America, Holger Schmieding.

El euro se ha impuesto por su parte como segunda moneda de reserva detrás del dólar estadounidense. Signo de confianza, empresas y Estados emiten cada vez más sus bonos en moneda europea y la circulación del euro es actualmente superior a la de los billetes verdes en el mundo.

Pero tanto débil frente al dólar, como en 2000, como fuerte hoy en día, el euro sigue sin hacerse querer. Difícil para muchos reconocerse en una moneda sin nacionalidad, surgida de una ambición mayor todavía en el aire, esto es, la unión política de Europa. Un reciente sondeo revela que uno de cada tres alemanes desearía un regreso al marco. Y más de la mitad continúa atribuyendo el encarecimiento de la vida a la divisa europea, una impresión ampliamente expandida en el Viejo Continente.

Cargar contra el BCE, el único responsable de facto del euro, se ha vuelto una tentación difícil de evitar. Francia e Italia no han cesado de criticar la política de la institución desde su nacimiento con el empeño de reducir su independencia, contemplada empero en el Tratado de Maastricht. Le reprochan preocuparse únicamente de la lucha contra la inflación -su primera misión, según el Tratado- sin tener en cuenta las consecuencias sobre el crecimiento y el empleo.

"Es algo problemático, estos comentarios políticos constantes. Esto complica la tarea del BCE", juzga Stefan Gerlach, profesor del Instituto para la Estabilidad Financiera y Monetaria, dependiente de la Universidad de Fráncfort.

Gerlach pone el siguiente ejemplo: si un responsable político pide públicamente al BCE que rebaje las tasas de interés, aunque éste tenga previsto un gesto en este sentido, no podrá hacerlo sin dar la impresión de ceder a las exigencias políticas, lo que perjudicaría su credibilidad.

Tratar de comunicar directamente con el público para contrarrestar las presiones políticas no aportaría gran cosa, defiende este profesor. "Un buen banco central debe permanecer silencioso, en un segundo plano, y trabajar correctamente". Es esencial que "inspire confianza", destaca.

Pero la labor del BCE también pasa por cumplir con sus promesas. Y desde este punto de vista, ha fracasado, según Gerlach, puesto que no ha logrado mantener durante su existencia una media ligeramente por debajo del 2% de la inflación. "Para el BCE, la ambición de los próximos diez años debe ser atenerse" a este objetivo, estima el profesor.

Un verdadero desafío, habida cuenta de la creciente tendencia inflacionista, resultante del alza de los precios de los alimentos y de las materias primas en el mundo, contra la cual el BCE no puede hacer nada.

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