domingo, 15 de junio de 2008

Fallece Rafael del Pino, fundador de Ferrovial en 1952

MADRID.- Rafael del Pino y Moreno, fundador de la empresa Ferrovial, falleció anoche en Madrid por causas naturales. Nacido también el 10 de noviembre de 1920 en Madrid, casado con Ana María Calvo-Sotelo, hermana del ex presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo, y con cinco hijos, Del Pino era presidente de honor de la empresa constructora, que desde 2000 dirige su hijo, Rafael del Pino y Calvo Sotelo, y un hombre profundamente austero.

Ferrovial es hoy en día uno de los principales grupos de infraestructuras del mundo, con 104.000 empleados, presencia en 43 países y actividad en construcción, la gestión y mantenimiento de aeropuertos, autopistas y aparcamientos y los servicios urbanos.

Ferrovial utilizó la actividad constructora con que nació como motor para financiar su expansión hacia otros negocios.

La empresa, según sus datos, ha invertido desde el año 2000 en torno a 10.200 millones de euros en diversificar su actividad y su presencia geográfica. En 2007, fruto de esta estrategia, el 80% del resultado bruto de explotación se generó fuera de España y el 73% provino de la gestión de infraestructuras.

Una de sus principales hitos fue la adquisición en 2006 de BAA, grupo británico gestor de aeropuertos, entre ellos los tres de Londres, por un importe de unos 12.500 millones de euros.

Además del trabajo que realiza en España tiene concesiones en Reino Unido, Chile, Australia y Estados Unidos, donde desarrolla fundamentalmente tareas de infraestructura y de gestión de aeropuertos. En España gestiona también autopistas de peaje, igual que en Portugal, Canadá, Chile, Irlanda y EE UU.

Ferrovial tiene concesiones en el londinense aeropuerto Heatrwhow, o en Estados Unidos, donde tiene a su cargo una autopista Chicago Skyway.

Rafael del Pino fue colocado en 2007 en el puesto 79 de los hombres más ricos del por la revista estadounidense de negocios Forbes, con una fortuna valorada en 5.500 millones de euros, y sólo por detrás de los españoles Amancio Ortega, Carlos March, Emilio Botín y Gabriel Escarrer.

En el año 2000, abandonó la presidencia de Ferrovial para dar el relevo a su hijo Rafael del Pino Calvo-Sotelo. Desde entonces era presidente de honor de la constructora y también presidía la 'Fundación Rafael del Pino', entidad que había creado en 1999.

Rafael del Pino y Moreno poseía la Gran Cruz de la Orden al Mérito Civil, la medalla de oro de la Real Academia de la Historia y el premio "Juan Lladó" convocado por la Fundación José Ortega y Gasset y el Instituto de Empresa.

El negocio construido por un doctor ingeniero de Caminos

Era doctor ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. Comenzó su vida profesional en Vías y Construcciones en 1947, de la que llegó a ser director, y hasta que en 1952 fundó Ferrovial. Consiguió llevar a lo más alto una empresa que comenzó siendo familiar.

A este ingeniero de Caminos, casado con Ana María Calvo-Sotelo (hermana del ex presidente del Gobierno) se le ocurrió fundar en noviembre de 1952 una compañía constructora pensando en alcanzar la cima algún día.

Ferrovial es un gigante capaz de gestionar una cartera de pedidos de miles de millones de euros, con una capacidad de generar empleo para varios miles de trabajadores y una proyección internacional.

Lejos de estas magnitudes, Del Pino puso en marcha Ferrovial a duras penas. Primero como suministrador de material para Renfe. Concretamente, se hizo con una contrata para realizar el cajeo de traviesas de madera que se utilizaban entonces en las obras de construcción de la red ferroviaria. Eran los años duros de la posguerra y Del Pino recuerda con claridad que recibía 3,98 pesetas por cada traviesa tratada con creosota» (un producto para alargar el tiempo de utilidad de la madera).

El presupuesto apenas permitía cubrir los gastos del material que importaba de Alemania. Pero gracias a ese contrato, que mantuvo durante 16 años, Ferrovial logró abrirse camino y optar más tarde por obras de envergadura, como la ampliación de los metros de Madrid y Barcelona.

La constructora fue consolidando su actividad poco a poco, con los rígidos criterios de gestión que compartieron muchos de los empresarios de la época. Crecimiento a base de trabajo y un rechazo casi moral a la posibilidad de endeudarse para financiar el negocio. A partir de los años 60, y con su propio dinero, la sociedad apuesta por ampliar gradualmente su ámbito de actuación.

Por aquel entonces, inicia la explotación de canteras, la construcción de pantanos y sus primeros proyectos de pavimentar carreteras, el embrión de lo que, mucho más tarde, le permitiría participar con sus propios recursos en faraónicos proyectos de los trazados de autopistas y autovías...

Junto a la familia Botín, a las hermanas Koplowitz, los Entrecanales, los Massaveu o a la condesa de Fenosa, Rafael del Pino era el propietario de una de las mayores fortunas del país; un hecho que no parece haber alterado ni sus hábitos ni los principios de un empresario forjado a la antigua usanza, partidario del ahorro y del control del gasto, obsesionado por la puntualidad.

El patriarca de un imperio al que aún le encantaba ponerse el casco y recorrer las obras. Cartesiano, de carácter fuerte y hasta agresivo en ocasiones, Del Pino presumía de ser un viejo zorro en el mundo de los negocios, que ha aprendido a no dar por perdida ninguna batalla».

Alguna, sin embargo, ha perdido. Del Pino era consciente desde hace muchos años de que el negocio de la construcción en España estaba abocado a una serie de fusiones y de operaciones de concentración. Y que las empresas que aspiren al liderato deben apostar por ello.

En 1990, Ferrovial intentó, sin éxito, el asalto a Cubiertas y MZOV, otra de las grandes empresas familiares del sector. Su órdago encontró respuesta inmediata. Las familias Entrecanales y Mesa Buxareu resistieron el asedio como una cuestión de principios en una de las guerras empresariales más duras e interesantes de los últimos años, marcada en todo momento por la fuerte personalidad de los empresarios enfrentados, la del propio Rafael del Pino y la de José María Entrecanales.

A pesar del fracaso, el cerco impuesto por Del Pino a Cubiertas se saldó con unas plusvalías de más de 5.000 millones de pesetas para el presidente de Ferrovial. Su próximo movimiento, la toma del control de Agromán, le costó poco más de la mitad del dinero que había ganado tras retirarse de Cubiertas.

Agromán, la constructora vinculada desde siempre a Banesto, estaba al alcance de Ferrovial tras la crisis provocada en el grupo por la gestión de Mario Conde. Entre 1993 y 1995, Agromán había acumulado unas pérdidas de más de 35.000 millones de pesetas y se encontraba al borde de la quiebra.

En 1995, Ferrovial pagó 2.000 millones de pesetas por esta sociedad, e inyectó otros 1.200 millones para encauzar su saneamiento. La antigua constructora de Banesto fue sometida a una cura de caballo que la llevó a desprenderse de sus activos ajenos a la construcción y a prescindir de un tercio de su plantilla.

En el momento en el que Del Pino tomó el control de Agromán, esta sociedad perdía una media de 20 millones de pesetas al día. Al cierre de 1998, sus beneficios superaban los 3.000 millones, después de presentar unos resultados positivos de más de 1.200 millones en 1997. Y otro dato: en el momento en el que Ferrovial se hizo con la mayoría del capital de Agromán, esta empresa costaba en Bolsa unos 10.000 millones de pesetas. Cuatro años más tarde, la capitalización bursátil de la sociedad superaba los 150.000 millones, esto es, 15 veces más.

Al margen de su trayectoria empresarial como creador de Ferrovial, Rafael del Pino ha sido considerado siempre como una personalidad que ha ejercido una fuerte influencia en la política y en los negocios a lo largo de los últimos años.

Un ascendiente que se ha materializado a través de foros como la Asociación para el Progreso de la Dirección (APD), o de su papel integrador de los que más tarde se llamaría "beautiful people", un club inexistente o poderoso, según las diferentes versiones, del que formaban parte personalidades como Leopoldo Calvo Sotelo, Mariano Rubio, Carlos Solchaga, José María López de Letona, Claudio Boada, José María Amusátegui, o Juan Antonio García Díez, entre otros.

Del Pino consideraba que su gran defecto había sido trabajar como un condenado, una pasión que no había abandonado con los años. Acudía a diario a la sede de la empresa en la Calle del Príncipe de Vergara, junto a la antigua colonia Cruz del Rayo, en Madrid. Desde su despacho se divisan tres de las construcciones simbólicas del Madrid de los últimos años: las Torres KIO, Torre Europa y Torre Picasso.

Y, muy por encima, el cielo, otra de las grandes pasiones de Del Pino. No el cielo que pueda ver cualquiera, sino la observación de los astros. Sirius, dos veces mayor que el Sol, en el triángulo invernal. Rigel en Orión, Aldebarán en Taurus... El universo en movimiento.

El negocio de la construcción está dominado en España por un escaso número de familias históricas. Como en toda saga, estas familias han visto también escisiones, como la provocada a mediados de la década de los ochenta, cuando un grupo de ingenieros de Caminos procedentes de Ferrovial se instalaron por su cuenta y fundaron Sacyr.

La Fundación

El objetivo de la Fundación Rafael del Pino es contribuir a la mejora de los conocimientos de los dirigentes de la España del futuro, al impulso de la iniciativa individual y al fomento de los principios de libre mercado y libertad de empresa, según escribio el propio don Rafael.

"Nuestros dirigentes han demostrado durante muchos años que con tenacidad y esfuerzo pueden alcanzarse lugares de excelencia en todos los campos del saber y de la actividad profesional y empresarial. Por ello, creo que merece la pena dedicar nuestro esfuerzo para que tanto los dirigentes españoles de hoy como los del futuro puedan desarrollar con todo éxito sus capacidades en un mundo progresivamente globalizado en el que la competitividad es una referencia fundamental.

La Fundación no circunscribe el concepto de dirigente al mundo empresarial. La noción de dirigente debe referirse a un amplio abanico de actividades relacionadas con distintos campos del saber entre los que destaco los siguientes: la economía y la empresa, el derecho y la justicia, los medios de comunicación, la política y la gestión pública, las relaciones internacionales y la enseñanza.

Nuestro patrimonio histórico y cultural es importante. Por ello, la Fundación también desea promover el conocimiento de la historia, contribuir a la defensa del patrimonio cultural hispánico y favorecer la creciente importancia de la lengua española como vehículo de comunicación en el mundo.

He creado la Fundación Rafael del Pino para devolver a la sociedad española parte de lo que esta misma sociedad me ha dado a lo largo de mi vida personal y profesional. Ha sido mi deseo que la Fundación sea independiente y cuente con una larga vida. Para ello cuento con el compromiso de mi familia.

Durante mi dilatada actividad empresarial he aprendido que las instituciones, como ocurre con los edificios o las carreteras, se construyen paso a paso, con cierta prisa y, sobre todo, sin interrupciones. Los objetivos deben alcanzarse también con deseo de excelencia. Espero que la Fundación los persiga con el espíritu de esfuerzo que ha animado a todos mis colaboradores durante más de 50 años de vida profesional".

Todo un testamento.

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