viernes, 13 de junio de 2008

Inflación en tres tiempos / Primo González

Hay demasiadas fuerzas empujando al mismo tiempo en la dirección no deseada como para suponer que la inflación dejará de ser un serio problema a corto plazo. Y, sin embargo, la situación económica debería invitar justamente a todo lo contrario. En teoría, un debilitamiento de la demanda favorece la relajación de los precios y ahuyenta las tensiones inflacionarias.

Estamos en una situación de clara desaceleración económica, de crisis incluso, en la que la demanda privada no sólo acusa cansancio sino retraimiento y temores, quizás en parte infundados.

Están cayendo muchos indicadores de consumo, tanto de consumo al por menor como de compra de bienes duraderos (automóviles, muebles, electrodomésticos,...) y por supuesto está cayendo el precio de la vivienda.

Y, sin embargo, los precios están en su momento más álgido desde hace más de una docena de años. Es la stanflación, ausencia de crecimiento o crecimiento bajo con aumentos de precios desmedidos, situación a la que hemos llegado de forma súbita.

En un año, la tasa de inflación se ha duplicado con creces, desde el 2,2% de abril de 2007 al 4,6$ de mayo de este año. Afirman algunos analistas que para finales del verano podríamos estar en niveles del 5% o superiores.

En la economía no suele haber caprichos ni las cosas suceden por azar. El crecimiento imparable de los precios, que sólo ha tenido un ligero respiro en los trece últimos meses (en abril de este año), tiene buena parte de su origen en el aumento de los precios del petróleo, que se han multiplicado por dos en apenas un año, tomando el precio del barril de crudo en dólares.

En euros, la subida ha sido menor porque la solidez de la divisa europea ha contribuido a parar un poco el golpe inflacionista importado, pero no lo suficiente como para que se filtre una parte de la inflación exterior que nos llega por la vía de los consumos de productos energéticos, hoy por hoy imprescindibles para el funcionamiento de la economía.

La otra causa del aumento de los precios se encuentra en el disparatado aumento de los precios de algunos alimentos, que en el último año han registrado incrementos superiores al 20% en algunos casos y al 10% en bastantes más.

Dado que se trata de productos en los que no se han producido incrementos disparatados de la demanda y en los que la oferta ha sido bastante homogénea con el pasado, cabe deducir que en este apartado se han producido ineficiencias cuya responsabilidad puede tener nombres concretos y culpables muy definidos.

En todo caso, la contribución de los precios alimenticios a la inflación general no puede ser achacada exclusivamente, ni siquiera mayoritariamente, a factores externos e incontrolables. Algo se ha escapado de las manos a las autoridades económicas y más concretamente agrarias como para haber permitido un desbordamiento tan manifiestamente excesivo de los precios finales de productos alimenticios básicos, como la leche, las frutas, el pan o los productos lácteos, productos todos ellos que muestran a estas alturas del año incrementos anuales superiores al 10%.

Un tercer factor se está cruzando en nuestro camino durante los últimos días, el derivado de la restricción de la oferta de productos alimenticios a causa de las distorsiones en el transporte de alimentos, lo que ha reducido de forma puntual en algunos lugares la oferta de productos, que han aprovechado algunos para elevar los precios, a veces de forma incluso disparatada.

El IPC de junio quizás nos llegue con alguna desagradable sorpresa adicional bajo el brazo, fruto de esta huelga con escaso sentido de los objetivos que está protagonizando un sector minoritario de los transportistas, pero con notable efecto multiplicador en su grado de incidencia en el transporte de mercancías.

Hacer previsiones en este galimatías de circunstancias y escenarios no debe resultarles nada fácil a los analistas que se adentran en tan compleja tarea. Sin embargo, con una economía que camina a pasos acelerados hacia el estancamiento, queda cierto margen para el optimismo en materia de inflación.

No es posible que las cosas estén rodando durante tanto tiempo a contracorriente de la lógica, que en mayor o menor medida existe en la economía. Aunque a veces tarde algo más de la cuenta en hacerse presente.

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