jueves, 10 de julio de 2008

Supercrisis / Fernando Jaúregui

Llevo toda mi vida -lo que no es poco, me temo- dedicado a la comunicación y aún no acabo de entender determinados fenómenos sociales relacionados con esta disciplina. Por ejemplo, cuando un perro de determinada raza muerde a un niño, y eso es noticia, comienzan a proliferar informaciones semejantes en las que perros de esa misma clase han atacado a sus dueños o a otros seres humanos, con lo que se multiplica la aprensión ante esa particular subespecie de la especie canina.

Luego, de pronto, desaparece el peligro (por lo visto), porque dejan de producirse los casos de ataque.

La gente olvida la maldición que cayó sobre los chuchos, y hasta la próxima. Y así ocurre con mucha frecuencia: de pronto, una noticia que estaba ahí, a la vista de todos, durante semanas, como aletargada, cobra notoriedad inesperada, se convierte en gran titular y durante días, o hasta meses, acapara la actualidad, las especulaciones de los columnistas, los afanes de los tertulianos, el quehacer de los cenáculos.

Me parece que lo de la crisis económica está teniendo una génesis y un desarrollo semejantes. Todo el mundo sabía que se nos venía encima una crisis ya en los meses de enero y febrero pasados; todo el mundo intuía que el 'descenso' de la actividad económica no iba a ser algo que se solucionaría como por ensalmo "en marzo o abril" (o sea, después de las elecciones generales), como decían los portavoces gubernamentales y el zapaterismo en general. Y, sin embargo, la situación económica tan mala que se nos avecinaba ni era objeto de grandes análisis por parte de los especialistas ni parecía producir mayor alarma.

Y, así, José Luis Rodríguez Zapatero, el gran optimista, pudo ganar con cierta comodidad los comicios, mientras muchos se burlaban de lo mal que había estado la entonces estrella ascendente del PP, Manuel Pizarro, frente al vicepresidente de la cosa económica, Pedro Solbes, en el debate televisivo que ambos mantuvieron casi en vísperas del 9-m; lo malo es que Pizarro, que efectivamente fue dialécticamente inferior a Solbes, tenía más razón que este en lo que aventuraba...

Todavía pasarían algunas semanas hasta que se encendiesen las primeras luces de alarma (en otros países se habían encendido ya), pero nadie parecía creer que lo ocurrido con unas hipotecas-basura en Estados Unidos, o que un leve alza en los precios del barril de petróleo, pudiese generar catástrofe alguna. Hasta que llegaron los primeros gritos. Y, como suele ocurrir, llegaron más destemplados, más vociferantes, de lo que deberían haber sido.

Para hacer la historia breve, sólo diré que no hemos parado, para respirar ¿tranquilos?, hasta que el mismísimo presidente del Gobierno ha admitido en televisión la posible existencia de una 'crisis' económica, palabra hasta ahora maldita en ámbitos oficiales, donde sí se reconocía una 'desaceleración' de la actividad económica y otros términos eufemísticos.

Claro que, al admitirse oficialmente que la crisis es eso, una crisis, ha aumentado el ruido todavía más, y los pronósticos se han agravado, como si el agravamiento fuera posible: ya estamos, por lo visto, casi metidos de hoz y coz en una recesión que hace una semana aún era hipótesis lejana, fantasma imposible, manejados por los más catastrofistas.

No hay organización empresarial, colectivo de intereses o presunto y sedicente guru de la economía que no rivalice con los demás a la hora de los presagios funestos.

Estamos en esa fase en la que prácticamente todos los perros de una determinada raza han mordido a algún niño. No hay, parece, un solo indicador económico bueno, y ¡ay de quien se atreva a manifestar alguna esperanza en el futuro a medio plazo!: está, le dirán, haciéndole el caldo gordo al zapaterismo. Con lo que sospecho que la crisis, como la cotización de aquellos perros en el mercado canino, empeora: ¿cómo vamos a consumir, cómo a invertir, con la que está cayendo, con la que todos dicen que está cayendo? Y entonces, nuevo bajón.

No es que no me preocupe el tema; me preocupa, y grandemente -yo hago la compra doméstica cada semana y sé cómo andan los precios; como usted, echo gasolina al coche, pago una hipoteca y procuro que los míos no gasten innecesariamente en luz--: si hago cálculos, me encuentro un treinta por ciento más pobre ahora que hace seis meses. Y posiblemente, a este paso, muchos puestos de trabajo acabarán resintiéndose: ¿cómo evitarlo, si la gente, aterrada por su futuro, consume menos e invierte menos aún, lo que hace que el ciclo se complete?

Eso es lo peor: que nadie ha sabido explicarnos bien ni las causas ni los mecanismos de esta crisis mal analizada y peor pronosticada por los estamentos oficiales, ante la que han proliferado voces diferentes -cada vez más pesimistas, para desesperación, supongo del Gran Optimista Antropológico_y que parecen regodearse en lo mal que nos va.

Coincido, en ese sentido, con la afirmación de ZP cuando dice que el pesimismo es improductivo. Es, incluso, destructivo. Lo que ocurre es que, luego, el presidente se queda en eso,y su mera sonrisa giocondesca, sus discursos concluidos con un "consumid", ya no bastan para tranquilizarnos.

La crisis, como las campañas contra ciertas razas caninas, pasará. Dejará de ocupar titulares, y otra moda, otra cuestión coyunturalmente candente, la sustituirá. Pero quienes se hayan arrojado, como en el año 29, azuzados por las voces que llaman a la desesperación, desde las terrazas de los rascacielos de Wall Street no volverán a la vida. Y, una vez más, haremos buena la frase de Galbraith: "un economista en alguien capaz de explicar con brillantez por qué se ha equivocado en sus pronósticos".

Eso quizá justifique otra de las cosas que no entiendo en esto de la disciplina de la comunicación: de la misma manera que no me explico las oleadas de odio y temor ante algunas razas de perros a las que luego perdonamos con la benignidad del olvido, me pasma que todavía sigamos confiando en los mismos que desde hace mucho deberían merecer nuestra desconfianza. Porque siempre, siempre, se equivocan en los pronósticos y en los diagnósticos.

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