domingo, 13 de julio de 2008

Anatomía de la crisis / Francisco Carles Egea

Ser o no ser. Estar o no estar. Esa es la cuestión: ¿estamos o no estamos en crisis? Crisis: palabra tabú para unos, dardo envenenado para otros, la más nombrada en todos los medios de comunicación, en las tertulias, en el supermercado, en las gasolineras y dondequiera que los ciudadanos estén en el uso de la palabra.

Crisis: del latín 'crisis' y ésta del griego -dice la RAE- "mutación considerable que acaece en una enfermedad, ya sea para mejorar, ya para agravar el enfermo". Y en su segunda acepción (que es la que aquí nos interesa): "mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya sean físicos, históricos, económicos, etc."

La palabra crisis se suele entender en su sentido peyorativo cuando no es tal. Todo lo que se mueve está en crisis permanente, de lo contrario el mundo sería una foto fija, cuando por el contrario es dinámico. Crisis de la adolescencia, del matrimonio que entra crisis, de la bolsa, del cambio climático, de la economía, de confianza de valores morales y tantas otras. En su entorno se alberga una extensa familia semántica: crecer, diacrítico, epicrisis, hipercrítico, hipocrito (de donde viene hipócrita).

La larga tradición filosófica del nominalismo aborda la cuestión postulando que los nombres de las cosas, los universales, son meros 'flatus vocis', meros sonidos carentes de un significado real, en contra de los realistas, positivistas, conceptualistas, etc. Así, la crisis sería 'el nombre de la crisis' pero no la crisis misma, como 'el nombre de la rosa' no es la rosa. A partir de aquí los filósofos se enredan en sesuadas discusiones, que no es el caso ahora.

Debemos retroceder ahora a la 'Teoría de las catástrofes' del gran matemático topólogo René Thom: lo esencial de esta teoría innovadora consiste en proporcionar un método para descripciones cualitativas de fenómenos discontinuos. Y la crisis es uno de esos fenómenos. Las ecuaciones de esta teoría tampoco son ahora de este lugar. Nos quedamos con la idea de que esa discontinuidad es propia de los fenómenos biológicos, sociales, económicos, históricos, etc. O dicho de manera más simple y acaso no exacta: sin las crisis no existiría nada.

También la teoría del caos de Lorentz tiene algo que aportar sobre el asunto que nos ocupa. Viene a decir que pequeños cambios introducidos en el comienzo de un sistema pueden producir consecuencias imprevistas y de gran magnitud. Lo ilustra con el conocido 'efecto mariposa': el aleteo de una mariposa en Tokio puede provocar una gran tormenta en Toronto.

Aplicado a nuestro tema de hoy podría decirse: un aumento leve en el precio del petróleo provoca una crisis en cadena de la economía global. O si Bush se atraganta con una galleta mientras está viendo en televisión un partido de baloncesto la bolsa se hunde.

¿Podría haberse evitado la gran crisis que nos inunda? Esa es la gran pregunta. Durante los últimos días el Gobierno se servía de eufemismos, tales como: desaceleración acelerada, parón económico, mal momento de la economía, situación coyuntural, etc. Todos lo acusaban de que no hablara de crisis que estaba en boca de todos. Bueno, pues acaba de decir Zapatero que levanta la veda, que estamos en crisis "como a ustedes les gusta que diga" -ha dicho-.

Analistas sosegados han hecho la observación de que estamos ahora en una situación histórica muy distinta a la de años pasados: la globalización y complejidad de la economía mundial. El margen de maniobra de los gobernantes de cada país en muy escaso en este asunto. La gestión está en manos de las grandes empresas, de las multinacionales, de la especulación a gran escala. Lo decía muy bien el mismísimo Santiago Carrillo esta semana pasada en 'El País'.

Y es por esa contagiosidad que tienen los acontecimientos adversos por lo que conviene evitar caer en 'la profecía que se autocumple', que explicara Merton: cuando a uno o a varios grupos de personas se les avisa de la posible próxima aparición de un acontecimiento adverso, la conducta de esas personas contribuye a que el acontecimiento se produzca, a que la profecía se cumpla.

Por ejemplo: anuncia la tele que por el gran consumo y escasez de suministro puede haber problemas con la gasolina. Entonces todo el mundo acude a llenar el depósito, y en efecto: la gasolina escasea y la profecía se cumple.

Es quizá la aplicación a nuestra crisis de la teoría de la profecía que se autocumple por lo que el Gobierno quería evitar que cundiera el pánico, lo que empeoraría la situación. Otra cosa es que las medidas que se tomen sean las más adecuadas para salir de ella, dentro del margen de maniobra limitado que decíamos antes.

Conclusión: semántica y realmente estamos en crisis ¿Cuando saldremos de ella? Para más detalles consulten el libro de instrucciones.

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