sábado, 12 de julio de 2008

Irlanda /Serge Halimi

Imagínense que nada más dictarse un veredicto de inocencia de un jurado popular, el presidente del tribunal vuelve a concederle la palabra al fiscal para que complete su acusación. Y que, esta vez, la acusación obtiene la cabeza del acusado.

Por qué no, puesto que el 12 de junio pasado, poco después de que una amplia mayoría de los irlandeses rechazara el Tratado de Lisboa (que sólo puede entrar en vigor si lo suscriben los 27 Estados miembros de la Unión), la mayoría de los dirigentes europeos declararon que el proceso de ratificación continúa… Es decir, que las elites atentan contra la soberanía popular.

«Europa» tiene práctica. Es su marca de fábrica, aunque se presente como el reino de la democracia en la tierra.

Porque rechazaron un Tratado «simplificado» lo bastante ambiguo como para que el Primer Ministro, Brian Cowen, haya tenido que reconocer que no ha conseguido leerlo del todo, los irlandeses, según un diputado europeo, resucitaron el recuerdo de una «democracia popular».

«No es por casualidad», confirmó uno de sus colegas, «que el referéndum sea el procedimiento preferido de los dictadores» (1). Y el presidente del Parlamento Europeo, Hans-Gert Pottering, remataba: «El ‘no’ irlandés no puede ser la última palabra» (2).

Por lo tanto, habrá un segundo referéndum sobre el Tratado de Lisboa y después, quizás, un tercero: los irlandeses votarán hasta que digan «sí», porque lo reclaman los Estados que no han consultado a sus electores ni siquiera una vez…

¡Los Irlandeses son culpables! Ingratos, egoístas, populistas, no saben estar a la altura de la generosidad y abnegación de su clase dirigente. Salvo cuando, al confiarle el poder, le dieron autoridad para emprender «valientes reformas». Pero en ese caso no volvieron a votar. En eso son, por otra parte, muy europeos.

Se ha quebrado un eslabón. La marca «Europa» no ha dejado de extenderse y venderse en nombre de la paz, la prosperidad, la justicia, la igualdad. Confeccionó lindos carteles con un cielo muy azul y niños que bailan tomados de las manos; cuenta con un enjambre de periodistas y artistas militantes incansables; Europa produce coloquios, reuniones, subvenciones y, seguramente, hasta molinos de viento.

Pero nadie enarbola sus colores. Su identidad aparece difuminada hasta el punto de que, cuando se imagina una moneda común, la única cara impresa en sus billetes es la de la carestía de la vida.

Europa habla de paz, pero se enrola en las guerras del ejército estadounidense. Habla de progreso, pero organiza la desregulación del trabajo. Habla de cultura, pero redacta una directiva, Televisión sin fronteras, que multiplicará la frecuencia de las cuñas publicitarias. Habla de ecología y de seguridad alimentaria a la vez que levanta un embargo de once años sobre la importación de pollos estadounidenses previamente sumergidos en un baño de cloro (3).

Y, finalmente, habla de libertad y ratifica una «Directiva de la vergüenza» que prevé que los extranjeros en situación irregular podrán estar detenidos durante dieciocho meses antes de que los expulsen.

Cumplir las promesas europeas exige adaptar por arriba: libertades, derechos sociales, fiscalidad progresiva, independencia. En nombre de la unificación, se ha hecho lo contrario y se han rebajado los progresos de los Estados más avanzados. La detención prolongada, el trabajo nocturno extendido a las mujeres, el libre comercio, el atlantismo. Semejante movimiento ha acabado por parir una Europa social que dice «no».

Al observar que en Irlanda las mujeres, los jóvenes entre 18 y 29 años, los obreros y los empleados rechazaron en masa el texto propuesto, la revista The Economist ironizaba: «Un órgano colegiado electoral parecido a los del Siglo XIX, es decir, limitado a los patronos viejos de sexo masculino, habría conseguido un «sí» masivo al Tratado de Lisboa» (4) ¿Qué Europa se podría construir en un sistema vuelto al sufragio censitario?

(1) Respectivamente, Jean-Louis Bourlanges en France Cultura, 22 de junio de 2008 y Alain Lamassoure en Le Figaro, París, 16 de junio de 2008.

(2) Le Monde, 17 de junio de 2008.

(3) José Manuel Barroso, presidente de la Comisión Europea, explicó que «poner barreras a esas importaciones se consideraría incompatible con las reglas del comercio internacional», L’expreso, París, 19 de junio de 2008.

(4) The Economist, Londres, 21 de junio de 2008.

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