jueves, 21 de agosto de 2008

El MD-82 despegó de Barajas escaso de potencia y no se incendió en el aire, según "Abc"

MADRID.- Las imágenes grabadas por las cámaras de seguridad de las pistas de Barajas muestran que el MD-82 de Spanair que se estrelló el miércoles no tenía potencia suficiente cuando inició el despegue, según fuentes de la investigación consultadas por "Abc", que ya han visionado la secuencia.

No dura más de dos o tres segundos. La imagen corrobora el testimonio del piloto de una aeronave que aterrizaba en ese momento en paralelo: «Ese avión no despega, se está comiendo la pista». Tanto él, como el resto de la tripulación del avión que procedía de Guayaquil ya han sido citados a declarar por la Guardia Civil. El cotejo de esa grabación, las marcas dejadas por el aparato en la pista —del ala, restos del tren de aterrizaje, esparcido a ambos lados—, y los primeros testimonios recabados, aún sin determinar las causas, apuntan a que el accidente se produjo de la siguiente forma.

El MD-82, con 162 pasajeros a bordo y diez tripulantes, inicia la maniobra de despegue a las 14.20 horas. Es el segundo intento; casi una hora antes había tenido que regresar a la puerta de embarque al detectar el comandante un fallo en el sensor de temperatura exterior, que se comunicó al pasaje. Todas las fuentes coinciden en que esa anomalía no guarda relación con lo que ocurrió después, pero también se está investigando.

Un inspector técnico de Spanair certificó que el McDonnell Douglas podía volar. El manual prevé que se quite el interruptor que le da energía a la toma de aire, situado bajo la cabina del copiloto, según la compañía.

El avión inicia el despegue por la pista 36 izquierda; el comandante advierte la falta de potencia, seguramente justo después de alcanzar la llamada V1 —cuando ya no se puede abortar la maniobra—; se llega a VR o velocidad de rotación. El aparato, que no se había elevado más de 50 metros, se inclina (probablemente tras fallar el motor derecho, aunque persisten las dudas); se precipita al suelo, el ala derecha va golpeando la pista y el piloto pierde el control.

El avión a más de 280 km por hora va deshaciéndose y arrastrándose unos 500 metros —hay marcas de ese maniobra descontrolada—. No llega al final de la pista, se sale por la derecha, atraviesa la valla perimetral y se precipita por una semipendiente escalonada de entre cinco y siete metros hasta el cauce del arroyo de la Vega. Allí explotan los depósitos cargados de queroseno y el aparato se incendia.

Los cuerpos de los vivos y los muertos quedan diseminados en la vaguada a lo largo de unos 400 metros. La tripulación no llegó a meter el tren de aterrizaje, se lo fue dejando tras caer a ambos lados de su recorrido. «No existe una altura establecida para recogerlo. Lo normal es que el “tren arriba” se ordene dos o tres segundos después de la rotación, cuando ya tienes altura suficiente y con un positivo régimen de ascenso», según detalla un piloto a "Abc".

A partir de unas cuantas aproximaciones, todo son incógnitas. Quienes han visto las imágenes aseguran que no se aprecia ningún motor ardiendo en el aire, sí la falta de potencia, el giro brusco y el desequilibrio del aparato.

La escasa potencia puede deberse a múltiples razones: sobrepeso, calentamiento, fallo de motor o una avería más seria que, en teoría, debería haberse detectado en la revisión de mantenimiento. «Levantó las ruedas delanteras y seguramente también las traseras», explicó la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez.

Fuentes de Aviación Civil llaman la atención sobre el fallo del motor: con uno no operativo el avión hubiera podido volar. Dicen que si ese fallo existió tuvo que producirse después de despegar, si no el comandante habría abortado la maniobra. Un error humano tampoco está descartado. Nada lo está. Ahora la investigación, varias paralelas en realidad, tiene que ir dando luz a todos estos interrogantes.

Las cajas negras y la grabación de seguridad ya están en poder del Juzgado número 11 de Madrid. Una de las cajas está dañada, pero los datos se podrán recuperar igual. Son dos: en una quedan grabadas las conversaciones de los miembros de la cabina y de los sistemas de control exterior; la segunda es la técnica, la que registra más de un centenar de parámetros de la situación de la aeronave tales como funcionamiento de los motores, temperaturas, presiones o situación atmosférica.

Recuperadas tras el siniestro, constituyen uno de los principales elementos probatorios. Los encargados de analizarlas son los miembros de la Comisión de Investigación de Accidentes e Incidentes de Aviación Civil (Ciaiac), que depende de Fomento.

Son siete funcionarios, apoyados por personal especializado en seguridad aérea de Estados Unidos y de la Unión Europea y expertos de las compañías implicadas. A ellos les compete dilucidar toda la parte técnica. Hoy seguían en la «zona cero» recogiendo piezas, turbinas y restos para etiquetarlos y empezaron a llevar el material a una sala cedida en el aeropuerto.

Esta investigación, la más larga en el tiempo, confluye con otras tres: la identificación de cadáveres, la inspección ocular y las diligencias. El equipo de Grandes Catástrofes de la Guardia Civil, Policía Científica del CNP y decenas de forenses trabajan sin descanso para concluir cuanto antes. Los expertos consideran que por los métodos tradicionales —huellas, reconocimiento fotográfico, identificación de objetos— no será posible poner nombre a más de 60 o 70 víctimas, dado el estado de los cuerpos; para el resto habrá que recurrir al ADN.

La inspección ocular comenzó nada más terminar el rescate de víctimas. Se ha encomendado al equipo central del Servicio de Criminalística de la Guardia Civil con apoyo de sus laboratorios. Decenas de agentes se dedican desde el miércoles a tomar fotografías en la zona, a determinar el punto de impacto, a elaborar croquis, a marcar el área en la que quedaron diseminados los cadáveres, a separar pertenencias, documentación, a contrastar cada resto hallado.

Las diligencias policiales han sido encargadas a la Policía Judicial de la Comandancia de Tres Cantos, apoyada por miembros de la Unidad Central Operativa. Los agentes reflejarán en cientos de folios la declaración de los heridos —aún no se ha podido tomar ninguna—; la de los testigos —ya están siendo localizados y citados—: la del personal del aeropuerto, personal de la aerolínea, técnicos de mantenimiento, equipos de rescate.

Un puzzle de palabras para tratar de dilucidar qué ocurrió y cómo. Será clave el testimonio de los supervivientes del JK5022, cuyo plan de vuelo se le asignó al comandante el pasado 17 de agosto. Ellos explicarán si se les informó de qué pasaba, si se intentó una maniobra distinta, si notaron algo.

El último trance lo vivieron hoy decenas de agentes y rescatadores. A las 8.45 de la mañana recuperaron el cuerpecito calcinado de un bebé, tapado por la maleza y el fuselaje. A las 13 horas encontraban a otro menor, con los miembros amputados. Eran los que faltaban.

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