domingo, 10 de agosto de 2008

Al rescate obligado de bancos y Wall Street / Paul A. Samuelson

Debido al fracaso total que ha tenido anteriormente la regulación firme por parte del gobierno de los bancos comerciales, los bancos de inversión, los fondos de cobertura, las entidades de crédito hipotecario y otros fondos privados de capital riesgo, Estados Unidos se encuentra ahora sumido en una crisis financiera semiletal, y seguirá así durante un tiempo considerable.

Las alzas y los bajones del mercado inmobiliario son algo que se ha ido repitiendo a lo largo de siglos de historia económica. En una columna anterior, en mayo, aparecían especificados los sospechosos de rigor a los que tenemos que culpar de provocar este último desplome financiero, el peor de la historia, en Estados Unidos y fuera de sus fronteras. Desgraciadamente, una semana tras otra, los titulares ponen ahora en evidencia lo grave que es el desastre que han dejado tras de sí estos sospechosos.

Por consiguiente, mi tarea en este artículo es proporcionar un análisis serio de cómo y por qué será necesario un gasto gubernamental de calado en ayudas para restablecer la estabilidad en los principales bancos, en Wall Street y en los mercados extranjeros.

Las pérdidas tanto de prestamistas como de prestatarios son tan inmensas que ningún banco privado de inversión, ningún banco privado comercial, ningún grupo privado de inversiones y ningún superrico Warren Buffet podrían verse impulsados jamás a rescatar a los principales afectados.

Sí, es verdad que el interés público exige que se salve a Fannie Mae y a Freddie Mad. Pero sólo un ingenuo podría pensar que cuando se les salve, sus bienhechores gubernamentales vayan a librarse de sufrir pérdidas grandísimas.

El capitalismo privado puro nunca se puede salvar a sí mismo después de haber generado burbujas especulativas muy extendidas. Ésa es la razón por la que se fundaron en un principio los bancos centrales, como el Banco de Inglaterra, el Banco de Suecia y el sistema de la Reserva Federal de 1913. A todos los sistemas capitalistas de mercado les resulta imprescindible una “entidad crediticia de último recurso”.

La tarea del Gobierno consiste en perder dinero, no en favor de magnates ricachones ni de especuladores cegatos, sino de organismos de interés público, como Reconstruction Finance o las agencias nacionales de la vivienda.

La policía y los bomberos consumen la recaudación fiscal presente y futura. Esto no es un despilfarro. Es una asignación razonable y prudente de los recursos de la sociedad.

El presidente Franklin Roosevelt no llevó a Estados Unidos a la bancarrota cuando salvó al capitalismo de la Gran Depresión. Todo lo contrario: en 1939, cuando Hitler amenazó con conquistar el mundo entero, el Estados Unidos de Roosevelt era tan sólido económicamente que fue capaz de derrotar a los agresores alemanes por segunda vez, en 1945, al igual que lo había hecho en 1918.

Los lectores se preguntarán si la Reserva Federal y los sistemas financieros estadounidenses podrían acabar quebrando como consecuencia de la carga que representan actualmente los rescates.

La comprensión profunda de los recursos macroeconómicos del Gobierno da a entender que entre el gasto fiscal deficitario del Tesoro estadounidense, primero, y el dinero nuevo que crea el sistema de la Reserva Federal, en segundo término, se podrían saldar todas las deudas del erario público denominadas en dólares, incluso si el caos de las hipotecas subprime fuera el doble de fuerte de lo que va a ser entre ahora y 2010. Por tanto, no hay realmente que temer que vaya a producirse la clase de depresión que el presidente republicano Hoover le legó al presidente demócrata del New Deal, Franklin Roosevelt.

Una vez que hayan comprendido este punto, deberían seguir preguntándose si el éxito de la ayuda a Fannie Mae, a FDIC y a otros organismos nuevos de préstamo hipotecario no hará que Estados Unidos se convierta en una economía típica de una república bananera, con una inflación galopante como la Alemania de 1923 o el Zimbabue de 2008.

Mi sobria respuesta a esto hace referencia una vez más a la historia económica de la Gran Depresión, entre 1929 y 1939, y a las macrohistorias de la II Guerra Mundial, entre 1940 y 1946. Durante la guerra, cerca de la mitad de nuestro PIB se gastaba en librar la guerra.

En comparación con esa época y con la de la Depresión, las actividades futuras del presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, y del secretario del Tesoro estadounidense, Henry Paulson, parecerán nimias.

De hecho, hasta el momento, nuestra inflación anual actual del 5% se debe a los sobresaltos de la oferta microeconómica y no a la expansión de la moneda impresa.

Actualmente, el dinero no es en absoluto “fácil”. El crédito está anormalmente restringido para cualquier inversión que implique un riesgo considerable. Como estamos en una época de bancarrotas y de embargos, casi todo será arriesgado ahora mismo. Pregúntenle a cualquier pistolero de un fondo de cobertura o intenten lograr financiación para comprarse una ganga de casa que se ha puesto barata en su barrio.

Durante demasiado tiempo, los expertos de Wall Street y los economistas de la Casa Blanca contaban con que hubiera un aterrizaje suave y modestamente débil. En sus habituales cálculos “consensuados” incluían una caída en torno al 1% en el crecimiento del PIB por los empleos perdidos en la construcción y quizás un descenso adicional del 1,5% por la pérdida de valor neto de los propietarios de viviendas. Y está claro que nadie podía dejar de notar que los efectos de los elevados precios del petróleo y de los productos básicos de la cámara de comercio estadounidense iban a sentirse en el gasto de los consumidores en 2008.

Esto es igual que la diferencia entre diagnosticar una gripe suave y un cáncer en fase de metástasis. Utilizo esta temida palabra a propósito: la radiación puede frenar el crecimiento del cáncer en el cuello, pero no hay ningún escáner moderno ni Rayos X que puedan detectar a priori en qué parte del dedo gordo del pie va a aparecer ese tipo de cáncer.

Un colapso financiero se le parece mucho. Ayudar a la moribunda empresa Bear Stearns puede mantener su caparazón con algo de vida. Pero en pocas semanas, Merrill Lynch y Lehman Investment Bank estarán a las puertas de la muerte. Y quizás un centenar de bancos comerciales locales sean los siguientes en la lista de rumores. Quizás.

Todo se vuelve “quizás” cuando la transparencia se acaba y tiene lugar un hiperapalancamiento no realizado.

Una vez que se devuelva con seguridad a Bush a su rancho de Crawford, Tejas, un nuevo Congreso recuperará para el pueblo estadounidense la base fiscal original que el presidente Bush y el vicepresidente Cheney han estado desperdiciando en las clases con ingresos multimillonarios.

Después de 1929, ninguna democracia razonable va a volver a seguir el lema del secretario del Tesoro Mellon: liquida, liquida y liquida; paciente, cúrate a ti mismo.

El poeta Robert Frost escribió: “El hogar es el lugar en el que, cuando tienes que ir a él, te tienen que acoger”. Lo mismo ocurre con los votantes de la actualidad. Cuando las cosas se vienen abajo, tenemos que empezar a reconstruir el lugar en el que vivimos.

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