domingo, 17 de agosto de 2008

¿Es tan grave el fracaso de la Ronda de Doha? / Enrique Mora*

En las reuniones internacionales hay mucho teatro. Se escenifica para velar el contenido real del debate. Esto no es necesariamente malo en un mundo, el de la política internacional, en el que las formas son, a veces, tan importantes como el fondo. Pero las reuniones sobre comercio internacional llevan esa escenificación demasiado lejos.

La verdad es que ni siquiera son necesarias. En estas reuniones se desarrolla una complejísima negociación a múltiples bandas en la que el argumento básico es «yo disminuyo el arancel de este producto si tú me rebajas el de aquel otro». Todo es una gigantesca mentira. Cualquier manual básico de economía explica que los países ganan con el comercio en la medida en que abaratan sus importaciones. Ganan cuando bajan sus aranceles, aunque sea de forma unilateral, aunque el otro no «corresponda». Esa es la verdadera ganancia, mucho mayor que la proveniente de aumentar las exportaciones. ¿A qué vienen entonces esas macro-reuniones eternas?

La repuesta está en la política. Disminuir aranceles baja los precios. Se benefician los consumidores, que aumentan su renta disponible, y las empresas en la compra de bienes de inversión.Es decir, nos beneficiamos todos. Bueno, casi todos. Hay un pequeño grupo que sale perjudicado: el que produce ese bien. El problema es que el perjuicio es objetivo, inmediato y cuantificable, mientras que el beneficio se extiende poco a poco por toda la sociedad, pero de forma más difusa, clara sólo en el medio y largo plazo.Los perjudicados reaccionan con virulencia, protestan, escriben editoriales o cortan carreteras. Difícilmente un gobierno puede ignorarlos, aunque sepa que esa reacción contradice el bien común.Se buscan así caminos indirectos, alianzas con otros grupos económicos y proyecciones de intereses comerciales hacia el exterior. Se hace, en definitiva, política para poder orillar un sencillo principio de funcionamiento económico. Hasta ahora, y desde la Segunda Guerra Mundial, en las sucesivas Rondas de desarme arancelario la jugada había funcionado. En Doha, aparentemente, ha dejado de hacerlo. ¿Por qué?

Se ha culpado al capítulo agrícola. Cuando las rentas agrícolas han alcanzado niveles históricos parece casi una broma (y de mal gusto) tratar de descargar la responsabilidad en ese sector.Digamos que ha sido la excusa. Podía haber sido cualquier otra.Y es que las razones no son económicas. El fracaso de esta Ronda tiene un origen más profundo, y no hace sino reflejar que la sociedad internacional ha cambiado, en un proceso sin vuelta atrás. Durante casi 50 años, Estados Unidos y la Unión Europea marcaban el ritmo y fondo de la negociación. La entonces Unión Soviética estaba fuera de ese juego, igual que China, India o Brasil eran actores menores. Es significativo que la razón oficial del fracaso de Doha, el punto de ruptura, haya sido un enfrentamiento entre Estados Unidos de un lado y China e India del otro. Nada como esto anticipa un mundo en el que o buscamos nuevas formas de gobernarlo o estamos abocados a desencuentros de gravedad creciente.

Si las razones del fracaso no han sido económicas tampoco lo van a ser las consecuencias. No va a disminuir el comercio internacional porque esta negociación se muera. Peter Mandelson, el mediador europeo, ha escrito que el precio a pagar serán «oportunidades perdidas» (Daily Telegraph del 30 de julio). Es una forma elegante de decir que en el mundo real nada va a cambiar aunque nos prometiera uno mejor.

El problema es que el fracaso viene en mal momento. Hace dos años ya se dio por concluida la negociación -enterrar la Ronda se ha convertido en un ritual veraniego- y nadie lanzó augurios fúnebres. La situación es ahora muy distinta. A las escalofriantes subidas de precios de los alimentos y materias primas se suma un sistema financiero internacional sumido en una crisis de confianza de las más serias de su historia. En este ambiente, como en todas las crisis económicas, el proteccionismo es una fuerte tentación.En la campaña electoral norteamericana parece haber un concurso para ver quién ataca más el libre comercio. Por ahí puede venir el peligro. Lo último que la economía necesita es poner trabas al comercio. Eso sólo hará la crisis más larga y dolorosa.

*Enrique Mora es diplomático y trabaja en el Consejo de la Unión Europea.

enrique.mora@consilium.europa.eu

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