domingo, 17 de agosto de 2008

Israel resiste (por ahora) a la crisis

JERUSALÉN.- Tras un vistazo a las cuentas de la economía israelí, nadie diría que es un país con 60 años de conflicto a sus espaldas. Ni que las conversaciones de paz con los palestinos han entrado en barrena, ni tan siquiera que el resto del mundo sobrevive como puede a una crisis financiera que dura ya un año, publica hoy "El País".

Las empresas de innovación tecnológica relacionadas con el software o los chips tiran desde hace años de una robusta economía a prueba de grandes crisis. Israel es, después de EE UU, el país con más empresas en el índice de valores tecnológicos Nasdaq, tiene una tasa de paro por debajo del 7% por primera vez desde los noventa y una economía que lleva cuatro años consecutivos creciendo por encima del 5%.

Cierto es que para este año las previsiones de crecimiento son algo menores -en torno al 4,2%-, y que esta ligera caída, junto a la extrema fortaleza del shekel y la inflación, tiene preocupados a los analistas israelíes. Pero no menos cierto es que esa preocupación provoca la risa en las grandes economías europeas o en EE UU, donde las tasas de crecimiento son mucho menores y los problemas en el mercado inmobiliario de gran calado.

En Israel, sin embargo, la ausencia de una burbuja inmobiliaria, la existencia de un sistema bancario a salvo de hipotecas subprime y un crecimiento que depende sobre todo de las exportaciones de productos tecnológicos explican en buena medida que este pequeño país de Oriente Próximo no haya sucumbido, de momento, a la crisis global. No obstante, coinciden los expertos, acabará por llegar. Con retraso y muy amortiguada, pero golpeará.

"Las consecuencias de la crisis en Israel las veremos en la segunda mitad de 2008 o incluso en 2009, pero probablemente se dejarán sentir con menos intensidad que en otros países", vaticina Tal Keinan, el hombre que hace tres años fundó KCPS, el hedge fund (fondo de alto riesgo) con oficinas en Tel Aviv y Nueva York, y asesor del ministro de Finanzas. Keinan explica que el sistema bancario israelí cuenta con una sobreprotección crediticia que evitará vaivenes como los estadounidenses con las hipotecas basura. Habla, además, de un mercado inmobiliario relativamente saneado.

Parecidas predicciones hace el ministro de Finanzas israelí, Roni Bar-On, que ha advertido de que a pesar de que la economía seguirá en buena forma, la crisis global terminará por hacer mella. Por eso, dijo, nada de aumentar el gasto público. En cualquier caso, el presupuesto del año que viene está pendiente de un más que probable cambio en el Gobierno después de que el primer ministro, Ehud Olmert, sucumbiera a uno de los varios escándalos de corrupción que acumula.

En el capítulo económico el saliente Olmert dice preocuparle sobre todo la rampante desigualdad de un país en el que las cifras macro no cuadran con la distribución de la riqueza. Según los datos del Gobierno, hasta un 35% de los niños israelíes vive por debajo del umbral de pobreza. La desigualdad se ceba sobre todo con la población árabe-israelí y con la comunidad haredi, los judíos ultraortodoxos, que acostumbran a tener un ejército de hijos y que en buena parte viven de subsidios estatales y dedican su vida al estudio de la Torá.

Pero a pesar de la desigual distribución y de los temores y predicciones de unos y otros, las exportaciones -suman el 45% del PIB-, sobre todo las de productos de alta tecnología, siguen exhibiendo músculo y contribuyendo al crecimiento. Hoy operan en Israel 3.361 empresas de alta tecnología, según el Instituto de Investigación de capital riesgo. Sólo la hiperfortaleza del shekel podría zarandear las exportaciones, ya que buena parte de ellas tienen como destino final EE UU, con un dólar en horas bajas con el que es muy difícil competir.

¿Cómo es posible tanta fiebre productiva y consumista en un país cuya política interna y externa va de mal en peor? Esta es una de las preguntas que traen de cabeza a los estudiosos del devenir económico del país y a las que sólo algunos se atreven a esbozar tímidas respuestas. "Porque mientras obtengan beneficios, los inversores seguirán poniendo dinero, y porque vienen a Tel Aviv a hacer negocios y apenas tienen contacto con el conflicto", explica Yaakov Fisher, de la consultora I-Biz. Cierto es que la llamada burbuja de Tel Aviv y sus suburbios empresariales conocidos como el Silicon Wadi tienen más que ver con la lejana California que con la vecina y asediada Gaza.

Pero los cerebros se van

El cuidado y la promoción de la materia gris han sido en buena parte responsables de la fortaleza de la economía israelí durante la última década. En los años noventa, los Gobiernos israelíes dedicaron grandes sumas de dinero a la iniciativa privada y reformaron las leyes para crear un ambiente propicio a la innovación y al desarrollo tecnológico. El invento funcionó. Que empresas como Microsoft o Intel hayan abierto en el país uno de sus pocos centros de desarrollo fuera de Estados Unidos no es una casualidad. Hoy, Israel atrae más capital riesgo que ningún otro país al margen de EE UU y son las exportaciones de productos de alta tecnología las que tiran del carro de la economía nacional.

Pero advierten quienes siguen de cerca los movimientos de los jóvenes talentos que algo está cambiando. "La fuga de cerebros es muy alta, sobre todo en el sector público, en las universidades o en los hospitales, donde los sueldos no son competitivos", explica Omer Moav, profesor de economía de la Universidad Hebrea de Jerusalén y de la Royal Holloway de Londres, además de miembro del Shalem Center. Israel considera la fuga de cerebros una amenaza a su propia existencia, porque los científicos y los ingenieros que se van dejan de investigar en el terreno militar y de contribuir por tanto a la seguridad del país.

Según los datos que maneja Moav, en 2005 fueron 25.000 israelíes los que se fueron del país, frente a los 19.000 de los dos años anteriores. Habla este profesor de la enorme desigualdad de la sociedad israelí, que obliga a los que tienen ingresos decentes a costear con sus impuestos a grandes grupos sociales entre los que destaca la población ultraortodoxa. "Aunque los salarios puedan compararse a los de otros países, la carga impositiva es mayor, y al final, los trabajadores no encuentran los servicios en transporte o medio ambiente que ofrecen los países extranjeros porque aquí hay otras prioridades, como el conflicto con los palestinos", dice Moav.

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