jueves, 21 de agosto de 2008

La gran ilusión / Paul Krugman

Hasta ahora, las consecuencias económicas internacionales de la guerra en el Cáucaso han sido menores, a pesar de que Georgia es una ruta importante del suministro petrolero.

Sin embargo, al leer las malas noticias más recientes, me empecé a preguntar si esta guerra es un presagio, una señal de que la segunda gran era de la globalización podría compartir el destino de la primera.

Si se está preguntando de qué hablo, esto es lo que necesita saber: nuestros abuelos vivieron en un mundo de economías fundamentalmente autosuficientes, economías nacionales encerradas en sí mismas. Pero, antes, nuestros tatarabuelos vivieron, al igual que nosotros, en un mundo de comercio e inversiones internacionales a gran escala, un mundo destruido por el nacionalismo.

En 1919, el gran economista británico John Maynard Keynes describió cómo era la economía internacional en la víspera de la Primera Guerra Mundial. “Un habitante de Londres podía ordenar por teléfono, mientras bebía su té matutino en la cama, distintos productos de todo el mundo. Al mismo tiempo, y con los mismos medios, podía invertir su riqueza en recursos naturales y nuevas empresas de cualquier rincón del mundo”.

Y el londinense descrito por Keynes “consideraba esta situación algo normal, seguro y permanente, excepto en dirección hacia mayores avances... Los proyectos y la política del militarismo y el imperialismo, de las rivalidades raciales y culturales, de los monopolios, las restricciones y la exclusión... aparentemente no tenían influencia alguna en el curso de la vida económica y social, cuya internacionalización estaba concluida en la práctica”.

Sin embargo, después llegaron tres décadas de guerra, revolución, inestabilidad política, depresión y más guerra. Para el final de la Segunda Guerra Mundial, el mundo estaba económica y políticamente fragmentado. E hicieron falta un par de generaciones para repararlo. Entonces, ¿podrían las cosas derrumbarse otra vez?

Sí, sí pueden.Consideremos el desarrollo de los acontecimientos en la actual crisis alimentaria. Durante años se nos dijo que la autosuficiencia era un concepto anticuado, y que era seguro confiar en los mercados mundiales para garantizar el abasto alimentario.

No obstante, cuando los precios del trigo, el arroz y el maíz se dispararon, los “proyectos y políticas” keynesianos de “restricciones y exclusión” regresaron: muchos gobiernos se apresuraron a proteger a los consumidores nacionales prohibiendo o limitando las exportaciones, dejando a los países importadores de alimentos en una situación desesperada.

Y ahora es el turno del “militarismo y del imperialismo”. Económicamente hablando, la guerra en Georgia no es por sí misma un gran problema, pero representa el final de la “Pax Americana”, la época en que Estados Unidos más o menos mantuvo el monopolio sobre el uso de la fuerza militar.

Y eso hace surgir algunas interrogantes reales sobre el futuro de la globalización. La más obvia es que la dependencia de Europa en la energía rusa, en especial el gas natural, ahora parece muy peligrosa, más peligrosa incluso que su dependencia en el petróleo de Medio Oriente, indiscutiblemente. Después de todo, Rusia ha utilizado el gas como arma: en 2006 canceló el abasto a Ucrania debido a una disputa por los precios.

Y si Rusia quiere y puede usar la fuerza para reafirmar su control sobre su autoproclamada esfera de influencia, ¿no harán otros lo mismo? Sólo piense en el caos económico global que provocaría el hecho de que China, que está a punto de superar a Estados Unidos como la principal nación manufacturera del mundo, reclamara por la fuerza sus derechos sobre Taiwán.

Algunos analistas dicen que no debemos preocuparnos: la integración económica global en sí misma nos protege de la guerra, sostienen, porque las economías con éxito comercial no pondrán en riesgo su prosperidad asumiendo un aventurerismo militar. No obstante, esto también trae desagradables recuerdos históricos.

Poco después de la Primera Guerra Mundial, otro autor británico, Norman Angell, publicó un famoso libro titulado La Gran Ilusión, en el que afirmaba que la guerra se había vuelto obsoleta, pues en la era industrial moderna incluso los vencedores militares pierden mucho más de lo que ganan.

Tenía razón... pero de cualquier manera siguen surgiendo guerras. ¿Son entonces los cimientos de la segunda economía global más sólidos que los de la primera? En ciertos aspectos, sí. Por ejemplo, una guerra entre naciones de Europa occidental realmente parece inconcebible en la actualidad, no tanto por los lazos económicos sino por los valores democráticos compartidos.

Sin embargo, gran parte del mundo, incluyendo países que juegan un papel clave en la economía global, no comparte esos valores. La mayoría de nosotros hemos vivido creyendo que, al menos en términos económicos, esto no es importante, que podemos contar con que el comercio mundial fluya libremente por la sencilla razón de que es muy rentable.

Pero esa no es una premisa segura.Angell tuvo razón al describir que la creencia de que una conquista rinde dividendos es una gran ilusión. Pero creer que la racionalidad económica siempre evita la guerra también es una gran ilusión. Y el alto grado de interdependencia económica global actual, que sólo se podrá sostener si los principales gobiernos actúan de manera sensata, es más frágil de lo que imaginamos.


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