domingo, 17 de agosto de 2008

La impensable caída de la casa Andersen

MADRID.- Arthur Andersen, la compañía norteamericana de auditorías fundada en 1913, desapareció en agosto de 2002 tras tocar el olimpo empresarial. El 'caso Enron', el mayor pero no el único de sus grandes errores, precipitó el final de una empresa con 85.000 empleados que crecía un 10% al año, según "El Mundo".

Imaginen que ustedes son alumnos de una escuela de negocios y les cuentan la siguiente historia: en 2001, una de las empresas más prestigiosas del mundo tuvo unos ingresos de 9.336 millones de dólares. Era un negocio tan boyante que crecía un 10% al año.Se ganaba mucho dinero. La firma era una de las más apreciadas del mundo entero. Tenía 85.000 empleados. Al año siguiente no existía.

Dios santo, ¿qué había pasado en esos meses para que desapareciera del mapa esa firma? Por cierto, ¿cómo se llamaba? Arthur Andersen. Era la número uno en el universo de la auditoría porque la mayor parte de los grandes bancos y empresas del mundo le cedían sus cuentas para certificar que eran entidades de fiar y atraer inversores.Una auditoría de Arthur Andersen era como tener la denominación de origen de La Rioja.

Cierto que el lenguaje de los auditores era una interlingua que sólo comprendían ellos, pero unas palabras mágicas estampadas en las cuentas públicas podían suponer la consolidación de una firma o su hundimiento. Esas palabras bajaban de escala desde «opinión favorable» (nos fiamos de los estados financieros de esta compañía), «salvedades» (una pequeña irregularidad), «opinión desfavorable o negativa» (aquí hay algo que huele a chamusquina), y «opinión denegada» (no tengo datos para emitir una opinión porque la empresa no me los ha proporcionado). El auditor era un ser insobornable que cumplía con el principio emitido por el señor Arthur Andersen de «think straight, talk straight», es decir, «piensa correctamente y habla sin tapujos».

Llegó un momento en que los auditores sabían tanto de una empresa que no sólo se limitaban a firmar informes limpios sino que deslizaban buenos consejos sobre cómo mejorar la eficiencia de la compañía.¿Hemos dicho consejos? Así es: esos consejos se convirtieron en un departamento que se llamó consultoría y creció con tal vigor que Andersen ganaba más dinero por ahí que con la auditoría.

«Los consultores representaban la modernidad, la inteligencia, las técnicas just in time, la ingeniería», afirma Francisco López, ex socio de la firma. Los auditores eran unos señores con manguitos que disfrutaban haciendo sumas y restas, en fin, el pasado. Y llegó el deep impact. Los consultores declararon la guerra de independencia.

Arthur Andersen se dividió en dos pedazos en 1989. Por una parte, la división de consultoría (Andersen Consulting), y por otro, la de auditoría. Aquello era como un terremoto porque desde su fundación en Chicago en 1913 por el recto señor Arthur Andersen, la compañía se había convertido en la una firma seria y creíble.Las disputas entre auditores y consultores se hicieron tan crudas que en 2000 el Tribunal Internacional de Comercio decidió que los consultores se fueran por su lado, pero no podrían usar más el nombre de Andersen. Fue entonces cuando nació Accenture.

Arthur Andersen se quedó compuesto y sin su novia. Se consoló pensando que los disgustos habían acabado, pero solo acababan de empezar. En 2001, uno de los mayores gigantes americanos se declaró en quiebra y arruinó a miles de pequeños inversores.Se llamaba Enron y lo sorprendente era que en los años anteriores había sido considerado por Harvard como un ejemplo de empresa innovadora.

Enron poseía plantas de energía y tuberías de gas prodigiosas que recorrían EEUU de punta a punta. Con la liberalización de la energía, en 1990, la compañía presidida por Kenneth Lay creó negocios nunca vistos como una web para comprar y vender energía («No necesitamos más instalaciones», decían los ejecutivos), y hasta para comerciar con el tiempo meteorológico, es decir, apostando a si iba a llover, nevar o hacer calor en los meses futuros. La idea emocionó tanto a los directivos que continuaron traficando con todo lo que se les pusiera por delante: papel, acero, plástico, y anuncios en televisión. Así hasta 500 productos.

Los periodistas seguían embelesados por las evoluciones de este gigante y Fortune le dio durante seis años el premio a la empresa «más innovadora». Pero allí se escondía un mar de pérdidas que no aparecía por ningún sitio gracias a que el director financiero, Jeff Skilling («Soy jodidamente listo», decía en Harvard), las había traspasado a las Special Purpose Entities, unas sociedades radicadas en paraísos fiscales. Cuando por fin se supo que Enron era peor que el Titanic, todo el mundo buscó al auditor: Arthur Andersen.

Los auditores que habían firmado las cuentas de Enron se pusieron tan nerviosos que empezaron a destruir documentos. Por ese error se les acusó de obstrucción a la Justicia en 2002. Siguieron las bancarrotas de Waste Management, Sunbeam y WorldCom lo que conformó la mayor bancarrota en serie de la historia de EEUU.Todas estaban auditadas por Arthur Andersen. La firma más prestigiosa del mundo de la auditoría sufrió además la persecución del Gobierno americano que quería entregar al pueblo un cabeza de turco para desviar la atención.

Dado que la Securities and Exchange Commission no permite ejercer a personas acusadas de felonía, Arthur Andersen tuvo que entregar sus credenciales oficiales y desaparecer en agosto de 2002. Ironías de la historia: en 2005 el Tribunal Supremo tomó la última decisión sobre el caso de Arthur Andersen contra el pueblo de EEUU, y el juez William Rehnquist concluyó que el veredicto del jurado no era correcto por falta de información. Pero el rescate había llegado muy tarde.

Los arturos se integraron en Deloitte y hasta tomaron el control de la compañía. Hoy sólo quedan algunos blogs donde viejos empleados prometen escribir un libro para reverenciar a la firma que les hizo tan poderosos. (www.pacolopez.biz)

Cambio de ideas

En España, Arthur Andersen empezó a conocerse cuando Miguel Boyer, ministro de Economía y Hacienda, revisó las cuentas de un pulpo gigante trufado de bancos y empresas, y lo intervino en 1983.Encargó una auditoría y fue entonces cuando los españoles supieron qué era Arthur Andersen. Tras meses de inmersión en las cuentas de uno de los mayores grupos empresariales de entonces, cuyo propietario era José María Ruiz Mateos, los auditores determinaron que estaba en quiebra porque debía más de un billón de pesetas, pero sólo valía 822.000 millones.

Hasta entonces muchas grandes compañías y bancos españoles no tenían cuentas financieras sino apaños. Boyer y Arthur Andersen les cambiaron de ideas. En los años 90 era la firma que auditaba a la mayoría de las empresas del Ibex 35.

También en esos años, el bufete Garrigues Walker se alió con Andersen para fusionar su negocio fiscal en Garrigues Andersen, pero tras el fin de la firma en 2002, tuvo que eliminar el nombre.Los auditores se integraron en Deloitte con tal fuerza que de hecho la absorbieron y hoy su presidente es un ex arturo.



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