sábado, 30 de agosto de 2008

Ya no es crisis, es recesión / José Antonio Zarzalejos

El Gobierno puede cometer un nuevo error si, como hiciera cuando negó reiteradamente la crisis, insiste ahora en que España no está en recesión. La caída en picado de la inversión y de la producción industrial, en combinación con una deuda externa que es de las más abultadas del mundo, retraen el consumo, destruyen empleo y crean las condiciones recesivas en las que están inmersos ya otros países.

El mínimo crecimiento del PIB en el segundo trimestre (sólo un 0,1%) y el respiro que el descenso del precio del crudo ha dado el mes de julio a la inflación (baja del 5,3% al 4,9%), no son datos suficientes para eludir el diagnóstico más duro y contundente sobre nuestra economía.

La opinión pública se ha sentido engañada cuando el Gobierno aventó cualquier atisbo de crisis, sustituyendo un concepto bien inteligible por expresiones eufemísticas y alternativas como las de “frenazo”, “desaceleración” y similares. Pugnar ahora por evitar el reconocimiento de que estamos al borde de crecimientos negativos y con una deuda exterior que no sabemos cómo ni cuándo vamos a poder pagar, sería reiterar el error anterior.

Mucho más cuando el Ejecutivo debe resolver con estos deteriorados mimbres dos cuestiones fundamentales: la financiación autonómica cuya propuesta gubernamental Solbes acaba de explicar en el Congreso con más pitos que palmas, y la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado para 2009. Si el gabinete de Zapatero no resuelve bien estos dos compromisos, su deterioro político podría avanzar en progresión geométrica.

En esa línea de malos augurios, pasando del campo de la previsión política a la económica, la Bolsa sigue dándole vueltas a los 11.400-11.500 puntos cuando llegó a estar en más de 14.000. Esto supone que el patrimonio del ahorrador nacional ha perdido este año del orden del 20-25% de su valor aunque la rentabilidad por dividendo se mantenga por el momento.

Más aún: los indicadores del turismo en julio-agosto son malos, y si también la industria de sol y playa queda tocada, es que tenemos un panorama abrumador porque el conjunto del sistema está tocado: venta de pisos, venta de vehículos, consumo doméstico, servicios turísticos, producción industrial, deuda exterior…

Siendo cierto que el pesimismo no crea un puesto de trabajo, como dice Rodríguez Zapatero, también lo es que el optimismo tampoco lo hace. Así que lo mejor es el realismo del que debe partir el doble mensaje de a) reformas estructurales, fiscales y laborales de las que salga un nuevo modelo económico y b) llamamiento a la más estricta austeridad en las cuentas públicas y particulares.

Además, la economía hay que contextualizarla en el momento internacional. En este orden de cosas, la nueva “guerra fría”, primero en el Cáucaso y ahora también en el Báltico, en un enfrentamiento sordo pero durísimo entre EE. UU., la UE y algunos países de la antigua URSS y la Rusia sovietizada de Vladimir Putin, vuelca un factor de incertidumbre sobre el momento presente porque aquella zona del mundo es energéticamente estratégica. El aumento progresivo de la tensión, puede golpear sobre los precios del crudo y elevarlos abruptamente, abriendo un frente adicional a las economías occidentales.

Por fin, los Estados Unidos entra en un período de ensimismamiento con el proceso electoral de nuevo presidente que culminará el cuatro de Noviembre –tomará posesión en Enero de 2009—no siendo indiferente quién resulte ganador. Obama ilusiona pero inquieta; MacCain, no ilusiona pero tranquiliza.

En definitiva, un panorama negativamente abierto en el que hay que caminar con realismo lo que aconseja hacer un buen diagnóstico: hemos pasado de la crisis a la recesión, tanto por causas internas como externas y el pronóstico lleva a alertar de que lo peor no ha llegado y que la travesía del desierto será larga y acaso no culmine, como machaconamente se repite, en 2010 sino más adelante. Y la verdad, no sabemos si tenemos Gobierno para aguantar más allá de entre doce y veinte meses a la vista de sus propias incapacidades y la volatilidad de sus pactos con otras fuerzas políticas.

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