domingo, 14 de septiembre de 2008

¿Comienza el deshielo? 1 / José Vidal-Beneyto

El imperialismo mediático, la infantilización de saberes y prácticas -”me cago en mis viejos”-, la invasión numérica, el culto obsesivo del ego, la implosión de lo público y la celebración unánime de lo privado, el dinero como único rasero, y su consecuencia del todo negocio, la política devorada por los partidos y éstos enclaustrados en las luchas por el poder, han convertido nuestro paisaje intelectual en una paramera y han agostado nuestro horizonte ideológico condenándolo a una glaciación perversa de redundancias inútiles y vacíos corruptores.

Tras casi 20 años de tedioso inmovilismo comienzan a aparecer signos de deshielo, como prueban las tomas de posición teórico-programáticas en el seno del socialismo institucional, la movilización de la izquierda radical, así como de diversos núcleos intelectuales extraeuropeos. El desencadenante común a todos ellos es la conciencia cada vez más extendida de fin de ciclo que se manifiesta en las múltiples crisis y disfunciones del sistema de organización económica dominante, el capitalismo, a la par que en el agotamiento del régimen político soberano en los últimos 150 años: la democracia.

El análisis más convincente de la peripecia política nos viene de la mano de uno de los politólogos actuales más prestigiosos, Guy Hermet, compañero indefectible en nuestra lucha contra el franquismo, tan moderado en su opción política básica, como radical en su defensa de la democracia. El profesor Hermet lleva 20 años advirtiéndonos del deterioro de la práctica democrática y sus libros El pueblo contra la democracia (1989), Les désenchantements de la liberté (1993) y últimamente L’Hiver de la démocratie, que en octubre aparecerá en castellano, nos dan amplia noticia de este proceso de descomposición que parece imparable.

A lo que hay que añadir, de manera más concreta e inmediata, las mencionadas luchas por el poder en el interior de los partidos, casi siempre con ocasión de la renovación de las posiciones en la cúspide, que con frecuencia tienen lugar a palo seco, como está ocurriendo ahora en el PSOE de mi País Valenciano, pero en otros casos, como en el partido socialista francés, buscan reforzar las posibilidades de los diversos candidatos a golpe de libros, referencias doctrinales y propuestas de programa. Lo que ha producido este año en Francia una abundante floración de textos, casi siempre en forma de entrevistas, por obra de los principales pretendientes y de sus aledaños.

Y así Bertrand Delanoë con De l’audace (Laffont 2008), Ségolène Royal y Alain Touraine Si la gauche veut des idées (Grasset 2008), Martine Aubry Et si on se retrouvait (Ed. de l’Aube 2008) entre los primeros; y entre la pléyade de los segundos sólo dos textos en la forma tradicional de libro, Vincent Peillon La révolution française n’est pas terminée (Seuil 2008) y Gérard Grunberg y Zaki Laïdi Sortir du pessimisme social (Hachette 2008).

La confrontación con el liberalismo es el hilo conductor permanente de todos estos análisis, que se inscriben en el viejo debate entre las dos grandes opciones políticas enfrentadas que nos han acompañado a lo largo del siglo XX. Desde la controversia italiana entre Benedetto Croce y Luigi Einaudi, centrada en el antagonismo versus la compatibilidad de ambas, que Croce sostenía revindicando esta última puesto que el liberalismo político es un ideal moral, una preferencia ideológico-cultural, perfectamente capaz de convivir con posiciones económicas muy distintas, entre ellas la socialista.

Enlazando con Hobhouse, quien es el primero que, a principios del siglo pasado, aboga frente al socialismo determinista, por el socialismo liberal, susceptible de aunar, como nos recuerdan Monique Canto-Sperber y Nadia Urbinati, la distribución de riquezas que proclaman los socialistas a la distribución de libertades que predican los liberales. Lo que nos lleva no sólo a postular su coexistencia sino con Carlo Roselli y Guido Calogero a defender su indisociabilidad.

Frente a esta interpretación Norberto Bobbio sostiene, en Liberalismo y Democracia, que la relación entre ambos es esencialmente conflictiva porque para los liberales la propiedad es un vector de libertad mientras el socialismo le asigna la función de instrumento de poder, tanto social como político; lo mismo sucede con la igualdad social, que mientras el liberalismo la considera fruto de la libertad política los socialistas la reputan como la condición esencial para que podamos ser libres y disfrutar de verdadera libertad.

Como veremos, los analistas de la izquierda esquivan hoy la necesidad de reformular las grandes categorías de la posición de progreso apuntándose, si son socialistas al socialismo liberal e intentando reeditar la infausta experiencia de Blair. Si están en opciones más radicales o más perezosas se lanzan a la abstrusión salvadora: ya no existen clases sociales sino conjuntos, ya no hay fuerzas sociales sino simples multitudes. Los ejemplos, el próximo día.

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