lunes, 15 de septiembre de 2008

El desestímulo / Joaquín Estefanía

Imagínense un país con un déficit público por debajo del 3% y una deuda pública inferior al 60% del PIB (por ejemplo, del 36%)... y con un paro del 15% o más de la población activa y la actividad a medio gas. Será sin duda un país campeón de la ortodoxia dictada por el Tratado de Maastricht, pero campeón también en aspectos tan nocivos para el bienestar de sus ciudadanos como el desempleo. Ese puede ser el escenario en el que se encuentren pronto algunas zonas europeas si la crisis sigue profundizándose y sus políticas económicas no reaccionan más allá de los estabilizadores automáticos.

En el debate parlamentario sobre la coyuntura, celebrado el pasado miércoles, el presidente de Gobierno ajustó notablemente el diagnóstico de lo que sucede y definió el empleo como la prioridad de su política económica , pero no llegó hasta el hueso de las exigencias. Se podía sobreentender que en una Europa como espacio económico común y con una moneda común, era en ese territorio donde habrían de tomarse las medidas adicionales que ya no tienen efecto en un solo país. Máxime cuando apenas 48 horas después de la comparecencia de Zapatero en el Congreso había convocada en Niza una reunión informal de los ministros de Economía y Hacienda de los veintisiete, ampliamente publicitada.

Por ello resulta muy desestimulante el resultado público de tal reunión: el único acuerdo central al que han llegado los responsables económicos de la UE -cuyos principales países, según muy recientes pronósticos de la Comisión, están entrando en recesión o, en el mejor de los casos, en cotas próximas al crecimiento cero- fue descartar un plan de reactivación de la economía europea, manifestar recelos y desconfianza ante la política económica proactiva de la Administración americana (EEUU creció a un ritmo del 3,3% en el segundo trimestre del año, alejándose de la recesión), y confiar la recuperación en el cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento y en las reformas estructurales aprobadas en la Agenda de Lisboa. En definitiva, puro lenguaje de madera.

De nada sirve que, por primera vez desde su creación, la zona euro sufra un retroceso en su crecimiento. Los responsables económicos de la Unión padecen la misma parálisis que se observó al final del mes de agosto en una reunión que 14 premios Nobel de Economía (Solow, Stiglitz, Nash, Mundell, Phelps, McFadden, Scholes, Myersson,...) tuvieron a las orillas del lago de Constanza. Se esperaba de tanta eminencia gris un poco de claridad ante la crisis económica más compleja desde el crash del veintinueve. De la misma no salió ninguna receta y ellos mismos relataron esa impotencia como "un resultado descorazonador".

Durante los días previos a la reunión de Niza, Francia -presidenta de turno de la UE- había calentado el ambiente hablando de una Europa coordinada. Nicolás Sarkozy y su ministra de Economía parecían insinuar pistas cuando declaraban que "en una Europa unida en lo económico y en una zona unida en lo monetario, debe haber una respuesta común". Las diferencias entre las posiciones de los distintos países y dos datos que mejoran, al menos en el corto plazo, las expectativas de crecimiento -la devaluación del euro frente al dólar, lo que estimula las exportaciones, y la bajada del precio del petróleo- han impedido un mensaje común, una política común, una pedagogía común frente a una crisis generalizada que paraliza la actividad económica.

Para marginar la reflexión pertinente sobre la política monetaria, el gobernador del BCE, Jean-Claude Trichet, reabre el fantasma de la relación de los salarios con la inflación -como si fuese el problema principal- y no se habla del vínculo entre el precio del dinero, las subidas de precios y el poder adquisitivo de los asalariados. Tampoco se ha llegado a un consenso sobre los sistemas de supervisión de las instituciones financieras que trabajan en varios países a la vez, y no se ha hecho pública reflexión adicional alguna sobre el papel de las agencias de evaluación de riesgos, tan negativo en la metástasis de las hipotecas subprime.

Aunque se trataba de una reunión informal, la sensación de una Europa varada ante las dificultades económicas no puede resultar más desestimulante. La crisis aumenta de grado; la política económica, no.

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