Este año, el Ramadán comenzó el domingo en Libia, este lunes en Egipto, los Emiratos Árabes Unidos, Qatar, Bahréin, Kuwait, Yemen o Arabia Saudí, país que alberga los dos principales lugares santos del islam, y no antes del martes en Pakistán.
En cada uno de los países, los teólogos, sabios y dignatarios religiosos se reúnen todos los años para la "noche de la duda", durante la cual escrutan el cielo en busca del cuarto creciente de la luna, que les permitirá fijar el inicio del ayuno sagrado.
Algunos combinan este método con cálculos astronómicos, telescopios o el uso de un avión. Todo ello favorece las discrepancias entre países, e incluso entre religiosos de una misma nación.
En Pakistán, en esta ocasión, la subida de los precios empaña este mes de recogimiento. "La inflación tiene repercusiones en todo", lamenta Fehmida Shaukat, una paquistaní de Karachi (sur). "Solemos celebrar el mes sagrado del ramadán como el de la oración y la alegría pero, este año, es duro conservar el mismo fervor", dice.
El aumento de los precios de los alimentos básicos y los reiterados cortes de luz inquietan a los habitantes de este país, sumido además en una grave crisis política y una espiral de violencia islamista. Para intentar paliar este descontento, el gobierno federal desembolsó 1.750 millones de rupias (2,4 millones de dólares) en subvenciones a los bienes de primera necesidad.
"La gente no ha dejado de venir por ello a la mezquita pero, efectivamente, todo el mundo está preocupado", recalca Mohammad Shafiq, un dignatario religioso de la mezquita Noorul Anwaar de Karachi.
En el vecino Afganistán, la población comparte esta preocupación. Y es que el precio de los cereales se ha duplicado en un año en algunos lugares del país.
"Mi familia no puede comprarlos", cuenta Khushal, un taxista de 25 años que gana 150 dólares mensuales y no descarta tener que pedir dinero prestado para afrontar los gastos extras del Ramadán.
En su país el temor a atentados llevó a adoptar "medidas especiales" de seguridad, afirmó a la AFP el ministro del Interior, Munir Mangal.
En Indonesia, el mayor país musulmán del mundo en cuanto al volumen de población, los precios de los huevos, de la carne y del aceite se han disparado un 25% en una semana.
En vísperas del Ramadán, las autoridades argelinas garantizaron que habrá productos alimentarios básicos en abundancia y advirtieron a los especuladores que se cuiden de aumentar los precios, porque estarán bajo control.
Pero, según la prensa, los precios de los productos de primera necesidad ya subieron y el del tomate, indispensable para preparar la 'chorba' (sopa), principal comida durante el Ramadán, se cuadruplicó en dos semanas, mientras que el de las aves de corral se incrementó casi en un 50%.
Durante el Ramadán -uno de los cinco pilares de la religión musulmana- los creyentes se abstendrán de beber, comer, beber, fumar y mantener relaciones sexuales desde el alba hasta el ocaso.
PUENTES SÍ, MUROS NO
ResponderEliminarGustavo Rojana
Mis abuelos, como muchos inmigrantes, toparon con muchos “muros” en la
búsqueda de “su lugar en el mundo”. “Muros” diversos, que a veces les
parecieron imposibles de salvar: idioma, costumbres, vestimenta, religión…
Sin embargo, no me caben dudas de que la decisión de anclarse a esta
tierra nuestra tuvo como motivo principal que en ella, por cada muro que
un intolerante levantaba, infinidad de puentes les fueron tendidos. Los
generosos de espíritu siempre, afortunadamente, fueron y son mayoría en
este país.
#
La síntesis entre lo que mis padres y abuelos me brindaron y lo que mi
país me dio es esto que hoy soy, que me define como un “otro”, diferente,
sí, pero con ganado derecho a “ser” y a “hacer” en esta tierra: un
ciudadano argentino, bautizado en la fe católica, de origen palestino, que
construye su día a día en su patria, y que, a la vez, intenta desagregar
los aspectos humanos de un conflicto que pareciera circunscribirse al mero
enunciado de cifras que banalizan -cuando no niegan, cuando no ocultan-
que detrás de ese conflicto –y de un muro levantado por la intolerancia-
hay inocentes, indefensos sociales, silenciados, los “nadies” de Galeano,
que la humanidad pierde obscenamente, minuto a minuto, por obra de las
mezquindades de sus dirigentes.
La sola dignidad que me debo, por origen y por principios, y que debo a
mis hijos, me llevan a dedicar parte de mi trabajo como escritor a ese
conflicto, haciendo uso de la única herramienta que creo válida para
construir un mundo que integre al hombre con el hombre: LA PALABRA, en pos
de un futuro en el que la aniquilación sea sólo el mal recuerdo de épocas
en las que el hombre, como decía Miguel Hernández, acechaba al hombre.
De los muros hay que hablar, es el único modo de empezar a ver, de una vez
por todas, que ahí están, erigiéndose como signos claros de que no todos
optan por construir puentes que acerquen el hombre al hombre. Y que
entonces nuestra tarea, la de quienes optamos por la paz, es urgente.
Y con la palabra como único puente posible, yo también hablo y escribo
sobre un muro: el que fuera erigido por Israel en territorio palestino.
Hay quienes se sienten molestos de que lo haga desde un lenguaje como el
literario, incómodos de que sea la metáfora la que hable de este muro (que
no es, precisamente, “metafórico”), y, especialmente, molesta la
referencia a los costos en términos humanos, en términos de posibilidades
de construir la paz, que dicho muro conlleva.
Pero como este país no es un territorio en el que las armas sofisticadas
puedan ser usadas para ocultar lo que TODOS ven, o para acallar las voces;
como en este país nuestro, el uso de la violencia efectiva sigue, gracias
a Dios, siendo un delito, apelan a la violencia simbólica. Y entonces
ejercen presión: para que desde nuestro stand en la Feria del Libro se
dejen de representar escenas de mi novela, o para que el Museo Roca, donde
debía dar una charla el día 2 de junio, me avise que se suspende con la
pueril excusa de las “razones de fuerza mayor” (sic).
En resumen, ejercen presión para que no se hable de lo que ellos mismos
construyeron. En resumen, en un territorio de paz como el nuestro, también
hay quienes se empeñan en levantar o en hacer que otros levanten “muros”
para que sólo sean las suyas las voces que se escuchen. Creo, si no me
equivoco, que eso se llama DISCRIMINACIÓN.
Duele tener que hablar de muros en plena democracia. Duele tener que
hacerlo cuando se recuerda que el mundo festejó con algarabía la caída de
uno. Duele, porque llevado por ese “mal hábito” de cultivar la memoria que
tenemos los escritores, no puedo dejar de leer el presente a la luz –o
debería decir “a la sombra”- de lo que arroja el pasado. Duele, cuando
todavía nos avergüenzan, como especie, los muros levantados por el nazismo
alrededor de los guetos y campos de concentración.
Y entonces la memoria me dicta que en nuestro país fue la dictadura la que
levantó muros para aniquilar, ocultos tras ellos, a toda una generación
destinada a dirigir los destinos de este país; muros levantaba un
“interventor” de la dictadura, alrededor de las villas miseria, para
esconder la miseria vergonzante a la que eran condenados nuestros hermanos
más indefensos, en una provincia norteña… Y hasta también logró
“tapiarles” el entendimiento a unos cuantos que lo hicieron gobernador,
“democráticamente” elegido… Muros de silencio levantaron muchos que
miraron para el costado cuando se llevaban a vecinos, amigos, familiares;
muros de ignorancia levantó la censura, la quema de libros, el exilio de
escritores y pensadores argentinos; muros se erigieron alrededor de las
escuelas, para que el “conocimiento” se mantuviera aséptico de las
realidades vergonzosas que desbordaban a nuestra sociedad; muros de
papelitos y cánticos triunfalistas fueron, también, esquizofrénica,
increíblemente inexpugnables a los clamores de los torturados y a los
llantos de los nacidos en cautiverio clandestino, cuando el Mundial 78. Un
muro de falsa bonanza, de frívolo vedetismo, de mentida inclusión en el
“primer mundo” fue suficiente para desviarnos la mirada y consumar el
despojo y la destrucción económica y moral de nuestro país…
Recuerdo, y entonces me resisto a creer esto que estoy viviendo, esta
discriminación con la que se me quiere acallar; esto, que no es otra cosa
que la reproducción de las estrategias de un pasado cercano que nos
avergüenza. Muros: obstáculos a la visión, barreras al entendimiento,
límites que intentan legitimar el excluyente “nosotros” y los “otros”,
murallas que cierran el “paso”, que impiden el encuentro necesario, el
contacto enriquecedor; cercos de hormigón y concreto para que no se vea de
qué modo el ser humano se encarniza contra otro. Muros: en ellos se
estrellan los sueños y se fracturan las voluntades; en ellos la palabra
conciliadora rebota, no surca el aire ni se proyecta como posibilidad de
unión. Muros: contra ellos se congelan todos los posibles abrazos.
_______
Gustavo Rojana
es autor de “El Muro”, 2da. Edición, Editorial Argenta. Ex presidente de
la Colectividad Palestina en la Argentina. Periodista e investigador de la
problemática palestina. Productor artístico de varias obras teatrales y
musicales como “Hair”, “Casting” y “Jaime querido”. Nacido en Zárate,
Provincia de Buenos Aires, el 12 de julio de 1960.
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