jueves, 4 de septiembre de 2008

El petróleo parece que afloja / Enrique Badía

Tengan o no razón quienes venían apostando por un pinchazo de la burbuja petrolífera, la realidad es que los precios internacionales acumulan una caída del orden del 30 por ciento desde los máximos registrados a mitad del pasado mes de julio. En paralelo, el dólar estadounidense se ha apreciado algo más del 10 por ciento frente al euro, lo que sin duda habrá incidido en la cotización del crudo y restado una parte de efecto beneficioso del abaratamiento para las economías de la moneda única; entre ellas, la española.

Tienen, no obstante, algo más de credibilidad los pronósticos que sitúan la cotización del barril en rangos de 70-80 dólares a finales del presente año. Pero, ¿se cumplirán?

Independientemente de otros factores, es indudable que la retracción de buena parte de las principales economías está relajando la demanda de materias primas, incluidas las energéticas, a escala global, pero como es lógico eso no resuelve el problema de fondo: el avance de la producción se ha revelado insuficiente para cubrir las necesidades en las partes ascendentes del ciclo económico.

Viene a ser una especie de círculo en absoluto virtuoso: el crecimiento presiona al alza los precios hasta niveles que, antes o después, acaban por ralentizarlo o incluso detenerlo, en primer lugar en los países más dependientes de las importaciones de crudo, pero cuando la actividad se recupera, los precios vuelven a subir.

El lento avance de la producción mundial de petróleo responde a diversas causas. De una parte, el agotamiento de yacimientos, sólo parcialmente compensado por la puesta en explotación de otros nuevos y el descubrimiento de nuevas reservas. De otra, la falta de inversiones para aumentar o en muchos casos sostener los niveles de producción.

A lo que cabe añadir factores de inestabilidad diversos en muchas zonas petrolíferas, actuaciones tipo cártel para manejar los precios y la incidencia del intrincado tejido financiero dedicado a derivados, opciones y futuros.

Un cuadro que hace tiempo reclama acciones decididas para diversificar las fuentes, racionalizar los consumos y sobre todo buscar alternativas al petróleo, cuanto antes, mejor. En suma, un diseño de política energética que conjure el riesgo, al borde de la evidencia, de que la disponibilidad energética constituya un factor limitativo a las capacidades de crecimiento y por tanto prosperidad.

La cuestión suele cobrar vigencia cada vez que la amenaza cobra forma o se materializan los efectos de estancamiento económico, pero se aparca tan pronto los precios vuelven a bajar, precisamente como consecuencia de la pérdida de vigor del ciclo… hasta la próxima vez. ¿Volverá a ocurrir lo mismo?

Reducir drásticamente la dependencia del petróleo en un plazo de doce años va a ser probablemente uno de los ejes de campaña de Barak Obama, aspirante demócrata a la presidencia de Estados Unidos en las elecciones del próximo 4 de noviembre. Si materializa su propósito, caso de ser elegido, será indudable la incidencia en los mercados, dado que aquel país capta ahora mismo en torno a la cuarta parte de la demanda mundial de crudo.

Escépticos y obstáculos, en todo caso, no van a faltar, pero ¿no se echa en falta algo parecido a esta orilla del Atlántico? No parece que, de momento, la Unión Europea en su conjunto ni la mayoría de sus socios estén por la labor.

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