jueves, 18 de septiembre de 2008

La gran crisis / Andrés Aberasturi

Ya verán como dentro de cinco años -ojala sean sólo cinco- los economistas nos explicarán con todo tipo de detalles la crisis económica mundial en la que estamos inmersos; desmenuzarán los motivos, analizarán los errores y hasta es posible que el sistema se reorganice del tal forma que sea imposible que esta situación se vuelva a repetir.

Lo malo es que ya habrá pasado. Ocurrió con el famoso martes negro del año 29 y el inicio de la gran depresión que le siguió. Cientos de libros explicaron unos años después el por qué de esa crisis y se fueron arbitrando fórmulas para que no se volviera a repetir.

No digo yo que estemos en las vísperas de algo semejante, pero no lo digo porque no me lo puedo imaginar, porque algo, digo yo, se habrá aprendido y porque los mercados hoy son distintos, teóricamente más fuertes ante posibles terremotos financieros.

Pero la verdad es que no tenemos ni la más remota idea de que diablos está pasando. No parece que los expertos tengan mucho dominio de la situación cuando se reúnen en Tokio y se enteran por la radio de la quiebra de Lehman. Te acuestas saboreando los resultados de la liga de futbol y te despiertas con la noticia de que se ha ido al garete unos de los bancos más grandes del mundo. Pues vale.

Menos mal que todo está controlado y que los mercados funcionan y se autocorrigen. Pero te da muy mal rollo y cuanto más insisten en que en Europa en general y en España en particular -que es lo más cercano- parece que tales cosas no pueden ocurrir, más y más desconfías.

Las bolsas caen en picado, el Banco Europeo inyecta millones para sostener el edificio y los capitostes de la cosa se reúnen con urgencia mientras los bancos o se desmoronan o se meriendan los unos a los otros. Se puede pedir tranquilidad y confianza, pero, la verdad, no es fácil. Y menos mal que el petróleo parece que sigue cayendo, que con el barril al precio de hace unas semanas, yo ya estaba eligiendo un calcetín -pequeño, casi con un "patuco" sería suficiente- para guardar allí mis ahorrillos.

Lo importante es que no cunda el pánico. En eso están los analistas y los políticos y habrá que hacerles caso. Pero hay que reconocer que el panorama recuerda un poco a aquella canción -nunca sé si de Milanés o de Silvio-: "el mundo se derrumba y yo cantando".

Lo malo de estas situaciones es la extraña sensación que tiene uno de impotencia, ignorancia y una cierta desolación: estoy en manos del mercado y el mercado carece de dirección, no sabe dónde va, en realidad es sólo una entelequia desbocada y de esa realidad teórica depende mi presente y mi futuro, el tuyo, el de todos.

No sé, casi mejor cojamos la guitarra y, si hay que elegir, que el mundo se derrumbe y nos pille cantando. Mejor así que no obsesionados por los histéricos índices de unas bolsas neuróticas.

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