miércoles, 17 de septiembre de 2008

La naturaleza de esta crisis financiera / Fernando González Urbaneja

La crisis financiera en la que andamos chapoteando dio la cara hace poco más de un año, cuando varios fondos de inversión vinculados a títulos hipotecarios basura con origen en Estados Unidos tuvieron que cerrar por pérdida de valor, por crisis de liquidez. Aquello se arregló de mala manera, con promesas de que era un mal identificado y no contagioso.

Fue entonces cuando empezó una movida incierta cuyo origen viene de más atrás, en concreto de la implantación de un sistema de crédito que desprecia el análisis del riesgo para confiar en una perpetua revalorización del activo que soporta: la vivienda. La crisis empezó cuando el precio del riesgo se fue más debajo de cero.

Los culpables de semejante desprecio a algo tan esencial para el mercado como es el riesgo son los banqueros centrales que inundaron de liquidez el sistema con irrelevantes precios reales del dinero, negativos en ocasiones. Tan culpables son también los supervisores que no repararon en la que se estaba montando con ese desprecio al riesgo y que no impusieron razonables criterios de prudencia y exigencias precisas de solvencia a las entidades financieras.

Y más culpables todavía son los banqueros que alentaron semejantes prácticas, que van contra el manual más elemental de la profesión. Entre todos engendraron una crisis que se estudiará en los libros de historia y que debería servir para revisar el sector, que ya se está reestructurando a la fuerza.

La naturaleza de la crisis es financiera, está localizada, pero ha contagiado como la peste a todo lo que encontró alrededor, a bancos que actuaban en el mercado hipotecario primario, a los que intervenían en el secundario tomando paquetes hipotecarios y a los acreedores de todos ellos.

Hace unos meses, los más pesimistas decían que era una crisis que podía arrasar unos 600.000 millones de dólares; hace unas pocas semanas el listón ya había subido al millón de millones y ahora cualquier cifra superior parece verosímil.

Después de años de predicar sobre el rigor contable, sobre las normas internacionales de obligado cumplimiento, de “basileas” 1, 2 y 3, etc., resulta que los bancos de inversión, los mayores expertos en financiaron, los que aconsejan a los demás lo que hay que hacer, se van a la quiebra en fila de a dos. ¿En quién creer cuando los que más saben se equivocan?

Aun hoy, y en un mercado como es el español, poco expuesto a la crisis general, se puede ver en el escaparate de algún banco de postín: “Financiamos el 100% de su vivienda”. Alguien debería advertir que no debe ser así, que es como mentar la soga en casa del ahorcado.

La naturaleza de la crisis es financiera y desde el propio sector la respuesta tiene que ser, por un lado, reconocer el problema y su alcance y luego evitar su extensión y contagio. De manera que en tanto eso ocurre hay que tomar con cautela cualquier operación de crédito y, por lo mismo, cualquier aventura de riesgo. Ésta es una de esas crisis que encogen el ánimo y que no reparte alegría.

Cuando el presidente del Gobierno se pone a explicarla se le nota flojo, deseoso de endosar el asunto a terceros y sacudirse el polvo.

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