domingo, 21 de septiembre de 2008

Lehman pone en duda el negocio de los bancos de inversión

MADRID.- Durante los últimos cinco años, los despachos del número 645 de la Séptima Avenida, en Manhattan, fueron testigos de una de las épocas de mayor esplendor del Wall Street. Hoy seguramente ya no se oiga nada en ese edificio, lo único que queda en pie del gigante bancario Lehman Brothers, se escribe en "El Mundo".

La entidad que hasta el domingo pasado dirigía Richard Fuld atesoraba más de 150 años de historia y alardeaba de haber sobrevivido a dos guerras mundiales y a la Gran Depresión de los años 30.Pero ahora es una víctima más de la crisis subprime, que ha derrumbado los cimientos de este gigante con pies de barro hasta convertirlo en pasto de buitres bancarios (léase Barclays, por ejemplo), que se reparten lo poco de valor que queda en su balance.

Aplicado el refranero popular, a Lehman Brothers le vendría al pelo un epitafio que rezase aquello de «la avaricia rompió el saco», ya que todos los expertos señalan que las víctimas que se está cobrando esta crisis son, en realidad, víctimas de su propio negocio. Ese negocio se denomina Ingeniería Financiera, y es el que han aplicado los bancos de inversión como Lehman Brothers durante los últimos años.


El modo en que se articula toda la estructura de productos e inversiones es realmente complejo (de ahí lo de ingeniería), pero la finalidad última de todo ese tejemaneje inversor es simple: ganar tanto dinero como sea posible.Y para ello es necesario asumir posiciones de mucho riesgo, que si fallan en cadena pueden acabar colapsando un banco, justo lo que le ha ocurrido a Lehman.

Esta entidad es muy diferente a las que llenan las calles de España a través de amplias redes de sucursales. El norteamericano pertenece al elitista segmento de los bancos de inversión, cuyo negocio se centra exclusivamente en financiar empresas, asesorar operaciones corporativas y emitir productos de inversión para sus clientes, generalmente fondos y otros inversores institucionales.

A diferencia de la banca comercial, que se basa principalmente en captar depósitos (pasivo) y conceder hipotecas (activo), las entidades de inversión no prestan dinero a la gente de a pie.Su estructura se cimienta por lo general sobre cuatro grandes áreas de negocio: asesoramiento y gestión de inversiones (Asset Management), coordinación de compras y fusiones entre empresas (Mergers & Acquisitions), colocación en Bolsa (Equity Markets) y emisión de productos de inversión (Investment Banking).

Estos son, a grandes rasgos, los cuatro motores que hacían funcionar a la máquina financiera Lehman Brothers. En épocas de bonanza económica, todas esas áreas proporcionaban pingües beneficios para la entidad. Por un lado los bajos tipos de interés y la facilidad de acceso a financiación propició grandes operaciones corporativas y salidas a Bolsa.


Por otro, los inversores solicitaban productos financieros cada vez más sofisticados con los que batir rentabilidades históricas. Y todo eso era, a la larga, multimillonarios ingresos para un banco que no supo ver dónde terminaba el riesgo y comenzaba el suicidio.

Lo que al final se ha convertido en la quiebra más voluminosa de Estados Unidos empezó a gestarse hace unos cinco años. Los bajos tipos de interés y la constante revalorización del mercado inmobiliario animó a los bancos comerciales e hipotecarios (no a Lehman) a conceder más y más hipotecas, incluso a gente con poca solvencia -las famosas hipotecas subprime-.

Compañías como Lehman compraban esa deuda del banco hipotecario, la empaquetaban en sofisticados productos de inversión (Obligaciones de Deuda Colateralizada) y las vendían en el mercado a cambio de unos intereses que iban en función del riesgo de impago del cliente.

Morosidad

El problema empezó a aparecer cuando la morosidad en EEUU se disparó y los activos colocados en el mercado debían pagarse a una rentabilidad mucho más alta. «A lo largo de este año Lehman Brothers, igual que otros bancos de inversión, han tenido que ir haciendo provisiones millonarias para compensar la depreciación de esos activos, que en muchos casos ni siquiera se sabía cuánto valían realmente», explica Fernando Hernández, responsable de Gestión de Inversis Banco.

Ese tipo de operaciones era el motor principal de Lehman. Pero cuando empezó a fallar, sus otras tres áreas de negocio no lograron generar el suficiente volumen de ingresos para mantener a flote el banco. No había dinero para hacer frente a un pasivo valorado en 430.000 millones de euros y los inversores habían dado la espalda al banco con la venta masiva de sus títulos hasta hacerlos caer un 94%.

El fin de Lehman es, además, el fin de un modelo de banca de inversión autodestruida por su propia avaricia. De los cinco grandes bancos de Wall Street hoy sólo quedan dos, y nadie ahora está dispuesto a poner la mano en el fuego por ellos, a pesar de haber batido récords históricos de beneficios hace sólo un par de años.

Desde el despacho de Times Square donde Richard Fuld decidió apostar todo o nada por los vehículos de inversión más arriesgados se ha visto esta semana una imagen muy elocuente. Enfrente de la puerta, una enorme caricatura de Fuld recogía las más sentidas dedicatorias de algunos de los 26.000 empleados despedidos: «Nos jodiste», dice una de ellas. Eso mismo debió pensar el propio Fuld de la crisis subprime.

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