jueves, 18 de septiembre de 2008

Los brothers / Isaías Lafuente

El monumental terremoto que está viviendo el sistema financiero en la cuna del capitalismo, con réplicas de extensión global, dejan en evidencia el debate local que ha entretenido durante meses a nuestras principales fuerzas políticas: unos, negando la evidencia de llamar crisis a lo que ha devenido en formidable crisis; los otros, intentando cargar en exclusiva las causas de la misma a la acción del Gobierno.

Los profanos hemos podido entender con claridad que la economía mundial se asienta sobre una gran hipoteca. Los clientes particulares hipotecamos el bien que queremos comprar y los bancos se hipotecan a su vez - lo llaman búsqueda de financiación exterior - para poder cubrirse de las hipotecas concedidas.

La pirámide funciona cuando no se modifica la solvencia de los deudores y cuando los bienes hipotecados se aprecian razonablemente en el mercado. Pero cuando alguna de esas variables quiebra puede llegar la ruina, de un ciudadano de Soria hipotecado o de uno de los más grandes bancos de inversión del mundo.

Y la desconfianza cunde indiscriminadamente, por eso nadie ha querido hacerse con Lehman Brothers a pesar de estar a precio de saldo, por eso hay ciudadanos de Soria de probada solvencia que no encuentran quien les conceda hoy una hipoteca, y por eso la cotización de todos los grandes bancos ha caído en picado en los últimos días a pesar de mostrar impecables balances.

Nadie se fía de nadie y cunde la sensación de que si la aristocracia bancaria puede ir a la ruina, algo parecido puede pasarle a cualquiera en cualquier momento.

Esa estrategia piramidal está en la esencia de lo que en España hemos llamado castizamente chiringuitos financieros. Ahora hemos descubierto que esa cultura también se ha instalado en las más nobles entidades de Wall Street.

La voracidad irresponsable de algunos directivos y su creatividad suicida han generado productos basura que han contaminado el sistema ante la falta de regulación y de supervisión de las autoridades económicas. Las mismas que ahora se muestran incapaces para determinar la extensión de la gangrena, la terapia a aplicar y la duración del mal, algo que no alimenta precisamente la confianza.

Los hermanos Henry, Emmanuel y Meyer Lehman se revolverían en sus tumbas al contemplar las prácticas de quienes han llevado a la ruina al banco que crearon hace siglo y medio y que sobrevivió, entre otras, a la madre de todas las crisis, la del 29. Ellos nunca se hubieran atrevido, seguramente porque en el riesgo se jugaban su patrimonio y su buen nombre, y no experimentaban con pólvora ajena.

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