domingo, 7 de septiembre de 2008

Panorama después del verano / Luis de Guindos

Aunque no ha sido tan llamativo como el año pasado, agosto nos ha dejado un número de hechos económicos muy significativos.Hace un año tuvimos la constatación empírica de la crisis del crédito con las intervenciones masivas de los bancos centrales, inyectando liquidez, ante el colapso del mercado interbancario y el cierre de los mercados de préstamo en todos sus plazos.

En esta ocasión, las noticias económicas han sido más variadas resaltando especialmente tres; primero, la intensa caída del precio del petróleo y de otras materias primas. Segundo, la apreciación del dólar; y por último, la constatación de la generalización de la desaceleración económica a la práctica totalidad de las zonas económicas en el mundo, incluida la de los países emergentes.

No se trata de hechos independientes sino que están íntimamente relacionados. El precio del petróleo ha pasado de estar por encima de los 150 dólares a caer más de un 25% en sólo unas pocas semanas.Las causas de este desplome son dobles. Por un lado, la apreciación del dólar, pero principalmente la evidencia de que la demanda de crudo se está desacelerando con intensidad, especialmente en los países en desarrollo, cuya demanda incremental era la causa fundamental de la fuerte alza experimentada en el último año y medio.

La subida del dólar responde a su vez a la constatación de que la debilidad económica no se limita a los Estados Unidos, sino que se ha generalizado a Japón y la zona euro, donde en el segundo trimestre el crecimiento sobre el primero fue negativo. Dicha debilidad empieza también a ser cada vez más evidente en los países emergentes, que hasta no hace mucho parecían invulnerables a la desaceleración de EEUU.

De nuevo, como ha ocurrido siempre en los ciclos de la economía mundial, la tesis del desacoplamiento no se ha cumplido en la realidad por mucho que surjan voces diciendo que «esta vez es diferente». La convergencia en el crecimiento de las distintas zonas geográficas se produce por la desaceleración del resto del mundo y por una mejora inesperada de los Estados Unidos.

Sorprendentemente, en el segundo trimestre la economía norteamericana creció por encima del 3%. Sin embargo, este repunte no será perdurable ya que obedece al cheque enviado por el Tesoro antes de verano a los contribuyentes y a un fuerte incremento de las exportaciones, mientras que los indicadores adelantados de actividad y empleo siguen apuntando debilidad.

Las principales señales de optimismo las hemos tenido en el ámbito del déficit externo, que ha mostrado una corrección importante, y en la percepción de que el deterioro del sector de la vivienda no va a más, lo cual es la condición necesaria para el inicio de su recuperación en el futuro.

En definitiva, en las últimas semanas se ha dado una cierta «normalización» de la economía mundial en el sentido de que los datos e indicadores se han movido hacia un comportamiento más en línea con lo que sería razonable en un escenario donde el estancamiento va a ser la variable globalmente dominante. La burbuja de las materias primas ha empezado a desinflarse, lo cual constituye una buena noticia para la inflación, que alcanzó en julio máximos de las últimas décadas.

Y, sin duda, facilitará la labor de los bancos centrales, que no se verán tan presionados para elevar los tipos de interés, aunque el impacto podría ser mucho más moderado de lo que en principio puede parecer si las expectativas de inflación se han anclado en un nivel superior. Simultáneamente, el mundo se puede estar acercando a lo que el FMI denomina una suave recesión mundial; esto es, un crecimiento global próximo al 3%.
Tras el estallido de las burbujas inmobiliaria y del mercado del crédito, le está tocando el turno a las materias primas y puede que en los próximos meses le acabe ocurriendo lo mismo a los mercados emergentes. Las fuertes caídas de las bolsas china e india adelantan dicho ajuste, al igual que los crecientes desequilibrios macroeconómicos de algunos países asiáticos.

Por último, parece cada vez más evidente que nos adentramos con creciente intensidad en una nueva etapa de la crisis del crédito que puede ser incluso más profunda y seguramente más duradera que la inicial y que deriva del impacto de la recesión en las cuentas de resultados de los bancos, vía incrementos generalizados de morosidad, mucha menor actividad crediticia y mayores costes de financiación.

Respecto a la economía española, los datos publicados no han sido buenos. La economía se ha prácticamente estancado en el segundo trimestre y el mercado laboral ha tenido un comportamiento muy negativo. Por su parte, la inflación alcanzó un máximo por encima del 5% en julio para caer en agosto, mientras que la subyacente se ubica en el entorno del 3,5%.

De esta forma, y a pesar de la contracción de la zona euro en el segundo trimestre, nos hemos comido prácticamente el diferencial de crecimiento en términos interanuales con Europa, que se había convertido en una constante en los últimos 12 años.
Por tanto, el ajuste de la economía española está siendo mucho más intenso que en los países de nuestro entorno y la señal más evidente la tenemos en que el deterioro del mercado laboral es muy superior en España que en el resto de la zona euro.

No obstante, en mi opinión, el hecho más significativo ha sido el brusco empeoramiento de las finanzas públicas en los primeros siete meses del año. Los datos publicados ponen de manifiesto que el Estado podría acabar el ejercicio con un déficit próximo al 1,5% del PIB. No deberíamos ser optimistas con el saldo de las Administraciones territoriales -autonomías y ayuntamientos- que podría incluso compensar el superávit menguante de la Seguridad Social.

De este modo, para el conjunto de las Administraciones Públicas el déficit acabaría por encima del 1%, frente al superávit del 2,2% de finales del ejercicio pasado. Resalta así la rapidez e intensidad del deterioro de las cuentas públicas en sólo 12 meses, que va mucho más allá de lo que sería el juego de los estabilizadores automáticos, y que abre frentes no previstos y especialmente inconvenientes en las circunstancias actuales de la economía española. Pero esto lo veremos otro día.

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