miércoles, 24 de septiembre de 2008

Para Japón, la crisis financiera tiene aires de 'déjà-vu'

TOKIO.- La crisis financiera estadounidense recuerda a Japón su propia debacle de los años 90, cuando la explosión de una burbuja especulativa hizo tambalear el sistema bancario y condenó a la segunda economía mundial a una "década perdida" de recesión y deflación.

Agravada por una serie de retrasos, negaciones y malas decisiones, la crisis bancaria japonesa constituye, para las autoridades estadounidenses, un ejemplo perfecto de lo que no hay que hacer, estiman los economistas.

La debacle japonesa tuvo por origen la locura especulativa bursátil e inmobiliaria de los años 80. En 1988, se decía que la superficie del Palacio Imperial de Tokio valía más que la de toda California. A fines de 1989, el índice Nikkei se acercaba a los 39.000 puntos, contra los 12.000 actuales.

La burbuja bursátil y la inmobiliaria estallaron a unos meses de intervalo. Desde 1991, Japón quedó sumido en la recesión y la deflación, un cóctel potencialmente mortal para los bancos.

Alentados por una política monetaria laxista, los bancos habían prestado dinero con los ojos cerrados durante la euforia de los años 80. De pronto se hallaron repletos de créditos irrecuperables -que tenían como garantía activos cuyo valor estaba en caída libre-, y varios debieron declarar la bancarrota.

Su negativa a confesar la amplitud del desastre y la falta de autoridad del gobierno para forzarlos a hacerlo agravó considerablemente los problemas.

"Si hay una lección que aprender de la experiencia japonesa, es que las reacciones débiles empeoran las cuentas", resumió Richard Jerram, economista de Macquarie. "Ningún país enfrentado a una crisis financiera se demoró tanto en tomar medidas como Japón", consideró.

Para enfrentar la crisis, el Banco de Japón (BoJ) recortó las tasas de interés, y las llevó del 6% en 1991 al 2% en 1994.

A partir de 1992, el gobierno intentó reactivar la economía a través del gasto público.

Pero los economistas consideran que la respuesta de las autoridades fue demasiado lenta, demasiado indecisa y que estuvo acompañada de errores políticos groseros que prolongaron la crisis hasta bien entrada la década del 2000.

Las obras públicas sirvieron sobre todo para dotar a Japón de una serie de "puentes que no llevan a ninguna parte" y a inflar la deuda del país. En 1997, el gobierno intentó volver a llenar sus arcas aumentando del 3% al 5% la tasa sobre el consumo, lo cual resultó en una profunda recesión.

Según John Makin, profesor del American Entreprise Institute for Public Policy Research, el otro gran error de Japón fue no suministrar suficiente liquidez a los bancos en dificultades, tras creer que bastaría con una política de tasas de interés muy baja (fueron llevadas a cero en 1998).

No fue hasta 2001 que el BoJ comenzó a utilizar a diestro y siniestro la impresora de billetes.

"Las medidas convencionales, como la rápida reducción de las tasas de interés del banco central o los alivios fiscales para los hogares y las empresas, son necesarios pero no suficientes", explicó Makin. "El sistema bancario debe revelar rápidamente la extensión total de su exposición a los activos que se deprecian, o ser obligado a hacerlo", y el Estado no debe dudar en echar mano a su billetera para sanearlo, estimó.

En 1998 Japón comenzó a inyectar fondos públicos en los bancos, aunque aún en pequeñas cantidades, recordó Jerram. "Ofrecer capitales frescos permite imponer reglamentos estrictos para obligar a los bancos a sanear sus balances. Japón tardó más de 10 años en lograrlo", añadió, mientras subrayó la rapidez con la cual Estados Unidos diseñó un plan de rescate masivo de sus bancos.

Gracias a esta rapidez de reacción, dijo Makin, "no hay razones para pensar que Estados Unidos se encamina hacia una década perdida". Según Makin, la experiencia japonesa "recuerda que el peor enfoque de los problemas que enfrentamos ahora sería negar que existen".

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