domingo, 21 de septiembre de 2008

¿Por qué es peor ahora? / Luis de Guindos

Resulta complicado encontrar una vuelta del verano con tanto pesimismo como la de este año. Los datos conocidos ponen de manifiesto que la economía española se ha estancado, y los indicadores de consumo, construcción e inversión nos recuerdan a la crisis de principios de los 90. El único respiro nos lo ha dado la inflación que, tras casi un año de aceleración continua, se ha moderado en agosto, tendencia que esperamos se mantenga en los próximos meses. Sin embargo, esta fase bajista está mostrando una serie de aspectos y rasgos nuevos en comparación con ciclos anteriores que, de alguna forma, determinan una crisis distinta a las de las últimas décadas.

El primer elemento novedoso es el rápido deterioro del mercado de trabajo. El empleo es un indicador retardado de la actividad.Sin embargo, en la desaceleración actual la destrucción de empleo ha empezado mucho antes de lo que era habitual. Simplemente recordar que la EPA del cuarto trimestre del año pasado ya mostraba destrucción de empleo, cuando, según el INE, el crecimiento trimestral alcanzaba un robusto 0,8%.

Además, en lo que llevamos de año el paro registrado se ha incrementado en casi 400.000 personas, los afiliados a la Seguridad Social se han reducido en los últimos 12 meses, y la tasa de paro se podría acercar al 12% a finales de año, cuando hace sólo unos trimestres no estaba muy lejos del 8%.

Un segundo elemento diferenciador es el empeoramiento de las expectativas de los agentes -familias y empresarios- que va mucho más allá de lo que sería racional en función del resto de indicadores económicos que hemos ido conociendo. Esta pérdida de confianza es bastante más acusada que en otros países europeos y también desborda lo que ocurrió en fases bajistas previas del ciclo.Se podría decir que la economía se siente mucho peor de lo que nos muestran los datos de evolución del PIB.

En tercer lugar, tenemos la rapidez en el deterioro de las finanzas públicas. Tras el superávit alcanzado el año pasado (2,2% del PIB) todo parece apuntar a que este año el conjunto de las Administraciones Públicas podría tener un déficit próximo al 1%. Tanto el Estado como las Administraciones territoriales van a mostrar importantes déficit durante este ejercicio, mientras que la Seguridad Social verá su superávit claramente recortado. Un deterioro de más de tres puntos en un ejercicio va mucho más allá de lo que sería explicable en función de la desaceleración experimentada hasta el momento actual y de las elasticidades habituales de los ingresos y gastos públicos al ciclo.

Por tanto, el empeoramiento excede el juego de los estabilizadores automáticos y del impacto de las propias medidas discrecionales adoptadas por el Gobierno. El problema es que esta evolución nos puede llevar al debate del límite del 3% del Pacto de Estabilidad el año próximo. Además, tras una docena de ejercicios de reducción continua del ratio deuda pública/PIB, éste va a volver otra vez a crecer. En definitiva, la discusión sobre la posición de las finanzas públicas se va a volver a abrir, tal como refleja el diferencial entre el bono español y el alemán, que se encuentra en niveles próximos a 0,50%, el más elevado desde el nacimiento del euro.

¿Por qué esta vez es peor? Los aspectos anteriores hacen que esta crisis sea más compleja, pero las causas últimas de la brusquedad del ajuste se encuentran fundamentalmente en el modelo de crecimiento de la economía española, muy basado en la demanda doméstica.Esto ha generado importantes desequilibrios, lo que en combinación con la crisis financiera internacional determina un entorno difícil y nuevo.

Resulta complicado encontrar un período reciente en el que el acceso al crédito sea tan problemático como en la actualidad, especialmente en una economía que se había acostumbrado a vivir del crédito externo, como refleja nuestro déficit exterior y los ratios de endeudamiento de familias y empresas. Además, a pesar de que el inicio de la crisis se produjo hace más de un año, las restricciones a nuestra financiación internacional no sólo no se han suavizado, sino que la perspectiva es que continúen con nosotros por un período adicional de tiempo que puede ser dilatado.

La banca española está dedicando los nuevos recursos que capta a cubrir los vencimientos de emisiones anteriores que no se pueden renovar en los mercados internacionales. No existe prácticamente margen para conceder crédito nuevo. Ello se refleja en las cifras de concesión de crédito, que se han desacelerado bruscamente a pesar de que todavía recogen compromisos adquiridos en el pasado antes del inicio de la crisis. Si hoy en día un particular o un pequeño empresario acuden a una institución bancaria en busca de financiación, lo más normal es que se encuentren con una negativa, ya que la propia entidad se enfrenta a recursos escasos para poder concederlo. Esta ausencia de crédito está impactando en las decisiones de consumo duradero -el derrumbe de las matriculaciones de automóviles es un ejemplo claro- de adquisición de vivienda y de gasto en capital de las empresas, y explica la rapidez e intensidad del ajuste en el mercado laboral.

El problema es que si dejamos que esta situación continúe la sociedad española puede verse inmersa en un proceso sin precedentes de empobrecimiento vía la destrucción de valor de nuestros activos, la caída de la renta de las familias y el desempleo. Y es que la cuestión no es tanto el ajuste brusco que estamos viviendo como la dificultad para recuperar el empleo y el tejido industrial que nos estamos dejando y que nos dejaremos en el camino. Especialmente si la recuperación posterior va a ser lenta como todo parece indicar. Por ello, sería fundamental intentar minimizar los daños del ajuste actual poniendo en marcha medidas dirigidas a suavizar el problema de la ausencia de crédito al que se enfrenta la economía española que es la razón básica que estrangula su crecimiento.Las propuestas al respecto, si a ustedes les parece bien, las podemos ver otro día.

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