jueves, 25 de septiembre de 2008

Según Bush, Washington está libre de culpa

WASHINGTON.- Según la interpretación ofrecida por Bush, de alguna forma el país acabó frente al precipicio de "una recesión larga y dolorosa" en momentos en que, al parecer, tanto el Congreso como la Casa Blanca, las autoridades reguladoras y la Fed estaban haciendo exactamente lo que se suponía que debían hacer. Ahora que la economía se desbarrancó, Bush dice que el gobierno federal está respondiendo con "acción firme".

¿No se supone que las autoridades debían tomar medidas preventivas? "Toda nuestra economía está en peligro", agregó Bush en su discurso a la nación.

Pero en ninguna parte de su discurso de 13 minutos el presidente insinuó que los funcionarios en Washington, que deben de estar alertas al estado de la economía, omitieron un paso, fallaron en hacer sonar las alarmas o dudaron en intervenir.

Los culpables, según la imagen mostrada por Bush, fueron los prestamistas extranjeros con exceso de efectivo, los deudores estadounidenses que contrataron préstamos por encima de lo que eran capaces de pagar, las condiciones fáciles de los créditos, un sistema bancario ávido de cooperar con esta atmósfera y un optimismo excedido sobre el creciente valor de la vivienda.

Bush habló vagamente sobre los bancos de inversión, que "se encontraron endilgados con" recursos incobrables y bancos que "se toparon" con estados contables cuestionables.

El desplome económico ocurrió. "Los engranajes del sistema financiero estadounidense empezaron a dañarse hasta detenerse", dijo Bush, dirigiéndose al país como un profesor de economía en un curso para novatos.

Ahora resulta que hay muchas acciones por tomar, como las tomas y rescates federales, que han reformado la industria financiera de Estados Unidos y han dejado el concepto de la libre empresa por los suelos.

Los ocho años de la presidencia de Bush están llenos de ataques contra los demócratas, pero eso no ocurrió el miércoles por la noche.

Bush necesita desesperadamente los votos demócratas en el Congreso para aprobar su proyecto de 700.000 millones de dólares para comprarle a las instituciones financieras sus préstamos incobrables a fin de apuntalar al sistema bancario y desatascar la crisis crediticia de la nación.

En su discurso a la nación, Bush tuvo un desafío formidable para tratar de persuadir a los estadounidenses nerviosos para que se traguen la medicina amarga que significará que paguen por el rescate, que podría exceder los costos anunciados y que podría ir más allá de un billón de dólares. La verdad dolorosa es que nadie sabe cuán grande será el costo.

En todo el país, los estadounidenses están perdiendo sus casas o están viendo cómo sus vecinos son víctimas de ejecuciones de hipoteca. Los negocios pequeños no pueden pedir préstamos, pero la respuesta de Washington es rescatar a los titanes en Wall Street, no a las personas comunes y corrientes.

Los estadounidenses están angustiados y enojados, y los políticos, a unas semanas de las elecciones generales del 4 de noviembre, lo saben.

Cuando pronunció su discurso del miércoles, Bush tenía 118 días antes de dejarle la silla al próximo presidente, que deberá juramentar el 20 de enero.

Cuando Bush salga, su sucesor heredará un problema de proporciones históricas.

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