domingo, 26 de octubre de 2008

Ahora y el veintinueve / Luis de Guindos

Una de las afirmaciones más corrientes en relación con esta crisis financiera es que se trata de la peor desde la del veintinueve, cuando se inició la Gran Depresión. Esta constituye el periodo económico más negro de los tiempos modernos por los errores que se cometieron de política económica, por su impacto negativo en la renta de los ciudadanos -de casi un tercio en el caso de Estados Unidos- y por el surgimiento de fuertes tensiones autárquicas que acabaron con el profundo proceso de globalización iniciado medio siglo antes y que, en última instancia, desembocaron en la Segunda Guerra Mundial.

También fue un momento de intenso debate en el ámbito de la política económica que elevó el keynesianismo a la posición de paradigma dominante durante casi 50 años. Se inicia así la intervención de los gobiernos en la economía mediante políticas reguladoras de demanda, fundamentalmente presupuestarias, en el intento baldío de acabar con el ciclo económico.

¿En qué se parece y en qué difiere la crisis actual de la del 29? Existe, a priori, una diferencia fundamental; la crisis del 29 fue consecuencia de una recesión que ya se había iniciado con anterioridad. El colapso entonces de la Bolsa y los problemas de los bancos, dos años después, respondiero a una situación de desaceleración profunda y previa de la economía que se vio además agravada por los errores de política económica.

Ahora, sin embargo, la caída de los mercados y los problemas de los sistemas bancarios en el mundo son anteriores a la recesión, a cuyo desarrollo iremos asistiendo en los próximos trimestres tal como apunta el Fondo Monetario Internacional.

A partir de aquí empiezan las similitudes. La primera es que ahora, al igual que entonces, la crisis no es americana sino global, lo que implica que su solución exige planteamientos también globales. La falta de coordinación internacional hace 80 años transformó la tormenta en huracán y agravó las consecuencias de la crisis. Por ello, no es de extrañar que los primeros signos de descoordinación que se vieron dentro de la Unión Europea hace unas semanas fueran recibidos con enorme preocupación por los mercados. Y por el contrario, después de la reunión del G-8 y del Eurogrupo, que mandaron señales comunes y acordadas, la reacción se transformó en positiva.

La segunda similitud de ambas crisis la tenemos en el exceso de endeudamiento de familias y empresas, y en el impacto sobre la economía real que el proceso de reducción de dicha deuda produce.Como señaló Keynes en 1931, el pánico surgió como consecuencia del derrumbe del valor de los activos que los bancos tenían en sus balances. Además, para el economista británico el futuro del capitalismo dependía de lograr corregir dicha situación.Sin embargo, las respuestas fueron inadecuadas y bastante descoordinadas.

El entonces secretario del Tesoro americano -Andrew Mellon- señaló que se debería dejar caer los bancos para limpiar las partes podridas del sistema, y únicamente a finales de 1932 se creó un fondo de ayuda, denominado Corporación para la reconstrucción financiera. No obstante, la obligación de hacer pública la lista de los bancos que acudían a dicho fondo causó desconfianza y pérdidas de depósitos en las entidades que lo utilizaron, lo que llevó en última instancia a su inoperatividad. Así, al poco de su toma de posesión, Roosevelt tuvo que anunciar unas vacaciones bancarias cerrando todas las entidades durante una semana.

Por todo ello, la crisis del 29 puede ser de gran utilidad a la hora de definir cómo actuamos ahora. Por el momento parece que sí hemos aprendido de los errores de entonces. La reacción de los distintos gobiernos ha sido, tras el desconcierto inicial, bastante coordinada, y la mayoría de los planes de rescate han coincidido en una serie de aspectos comunes.

El primero, y tal vez la señal más poderosa para recuperar la confianza, es que no se va a dejar caer a ningún banco, elevando simultáneamente el máximo garantizado de los depósitos de los ahorradores. A partir de aquí, se establecen medidas para facilitar liquidez y financiación a los bancos, y lograr su recapitalización. Se busca que los bancos se vuelvan a prestar entre ellos, para facilitar el flujo de crédito hacia las empresas y familias.

Sin embargo, para esta última finalidad han surgido dos enfoques alternativos. El primero sería el inicialmente propuesto por el Tesoro americano, centrado en la adquisición de activos problemáticos.Este enfoque contrasta con el británico, que supone la inyección directa por parte del sector público de capital en las entidades bancarias.

La ventaja fundamental de la inyección de capital por los gobiernos es que se dirige al núcleo del problema al restaurar la base de capital de los mismos, y permite que el precio de los activos problemáticos sea fijado por el mercado cuando se venden y no por los gobiernos.

Por el contrario, la infusión de capital plantea dudas sobre el papel del sector público en una economía de mercado, por lo que debe quedar claro que dicha presencia en el capital es una medida extraordinaria que no implica interferencia en el día a día de las instituciones más allá del necesario control sobre el dinero de los contribuyentes, y que tiene un carácter temporal.

De cualquier forma, recientemente hemos visto una convergencia entre ambos tipos de aproximaciones al haber anunciado el Tesoro americano que va a entrar en el capital de nueve bancos. Parece, por tanto, que en lo que son los contenidos de los planes de ayuda se está dando una cierta aproximación que como decíamos anteriormente ha ayudado a superar lo que el Times hace más de un siglo denominó «la pasión del miedo».

Esperemos que esta cooperación continúe en el futuro cuando los efectos reales de la crisis se vayan dejando notar cada vez con mayor intensidad. Muy especialmente será fundamental avanzar en la liberalización de los flujos comerciales en el mundo. Por ello, la concesión del Premio Nobel a Paul Krugman, que es un brillante defensor del libre comercio, constituye en estos momentos un buen recordatorio del camino a seguir.

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