domingo, 19 de octubre de 2008

¿El fin del capitalismo? / Alfonso Oramas Gross

Cuando en el año 1992 Francis Fukuyama lanzó su libro El fin de la historia y el último hombre (The End of History and the Last Man), muchos pensaron que efectivamente tal como lo proponía el reconocido pero también polémico filósofo y economista estadounidense, la historia humana había llegado a un punto final con el fracaso de las tesis comunistas, habiéndose demostrado de acuerdo a esa teoría que la única opción real que tenían las democracias liberales era la de sustentar gobiernos representativos, derechos efectivos y economías de libre mercado.

Dieciséis años han pasado y resulta claro que la teoría de Fukuyama es ahora recordada como parte de un ensayo que simplemente percibió la mentalidad de los años noventa, con toda una filosofía que nutrió, de una u otra manera, los excesos de teorías económicas que están pasando claramente las facturas.

Las crisis hipotecarias en los Estados Unidos, la burbuja inmobiliaria, el descalabro bancario, la caída de las bolsas, la presencia de la recesión, son realmente las consecuencias de una desregulación sin fundamento así como del apetito ilimitado de las corporaciones y del capital financiero.

Pero de ese punto, es decir, el reconocimiento de un modelo económico de casino, a afirmar, como muchos lo hacen en estos días, que estamos asistiendo al entierro definitivo del capitalismo, hay una enorme distancia que solo puede ser impulsada por el desconocimiento de la historia o por simple ceguera ideológica.

Por eso es que es importante recordar que la tentación de la utilidad inmediata y neta, el debilitamiento de los mecanismos de protección a la fuerza laboral, la limitación de la capacidad de los gobiernos para intervenir en sectores sensibles al ciudadano común, no es herencia real del capitalismo comprometido sino más bien de las tendencias más extremas del neoliberalismo.

Un articulista del Nuevo Herald, Andrés Reynaldo, señalaba que en la realidad las naciones capitalistas a partir de las décadas de 1950 se desarrollaron bajo un modelo puntillosamente regulado. Las economías occidentales de la posguerra trajeron, de acuerdo a Reynaldo, “al trabajador las ocho semanas de vacaciones, las licencias de maternidad hasta por medio año, la seguridad de una vejez tranquila al amparo de la seguridad social, la educación universitaria gratuita y universal y en definitiva un mayor grado de participación en las decisiones políticas”.

Es decir que lo que se trata de sustentar es que el capitalismo humanista no tiene realmente nada que ver con el exceso sin límites, que ha propiciado la debacle de los mercados globales en estas últimas semanas.

Por supuesto, se podría argumentar bajo la discusión de la teoría económica que solo el sistema capitalista podría haber permitido la desregulación y la falta de control por parte del Estado; es curioso reconocer que el salvamento bancario parece un juego de niños si se analiza todo el descontrol de los entes financieros en los países del primer mundo.

Sin embargo, trato de rescatar la idea central: así como Fukuyama se equivocaba en su predicción en el fin de la historia y de la lucha de ideologías, los que ahora con tanto énfasis se regocijan ante la caída supuesta del capitalismo, deberían revisar el verdadero contenido de lo que realmente esta llegando a su fin.

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