lunes, 27 de octubre de 2008

El problema no es el G8, es el G4 / Carlos Segovia

El pecado original se produjo en San Petersburgo el pasado 1 de octubre. Fue allí cuando Zapatero restó increíblemente importancia a la reunión que estaba preparando Nicolas Sarkozy para tres días después y a la que no estaba invitado el español: «Creo que hay muchas reuniones informales para intercambiar ideas u opiniones y es lógico que así se produzca». Gran error.

Sí porque fue ahí, en la convocatoria del presidente francés del día 4 en París, cuando Zapatero tenía que haber lanzado su órdago. Era intolerable que Sarko -el jefe de la Unión Europea en ejercicio- convocara a un grupo elitista de países para tomar decisiones ¡europeas! De los cinco grandes allí sólo había cuatro representados. Estaba la canciller alemana Angela Merkel, el británico Gordon Brown, el italiano Silvio Berlusconi y el imparable neogaullista francés. Ni rastro del español.

Y de reunión informal, nada. Allí acudieron también el presidente de la Comisión Europea, Jose Manuel Durao Barroso, el presidente del Eurogrupo, Jean Claude Juncker, y hasta el presidente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet. Debutó así en la historia de la Unión Europea el G4, el directorio soñado por el gaullismo, la Europa a geometría variable sin café para todos.

Zapatero aceptó no ser convocado por aquello de que los otros cuatro grandes de la UE sí forman parte, a su vez, del llamado G8 (el grupo de los países más industrializados y Rusia), pero ese fue el germen de lo que ha venido después. Una semana más tarde, quiso salvar los muebles intentando apuntarse el tanto de ser el inspirador de la primera reunión de los países del euro a nivel de jefes de Estado y de Gobierno. Pero le pisó el anuncio Berlusconi y el propio presidente francés aseguró el día 21 ante el pleno de Estrasburgo que el que propuso la cumbre del euro fue él mismo.

En ese mismo discurso ante el Parlamento Europeo, Sarko planteó quién debía ser invitado por George W. Bush a la cumbre económica internacional del día 17: «Hay varias escuelas, pero deben ir los del G8, que es incontestable, y el G5 [México, Brasil, China, India, y Sudáfrica]». Aquello era grave para Zapatero, porque él mismo se había metido en el lío de generar expectativas de que él iría y que le apoyaba Brown.

El español se ha propuesto colarse como sea en la fiesta de Washington y si San Lula -el brasileño que preside el G20- le ayuda, conseguirá entrar, al menos, en los postres. Eso sí, si va, tendrá que ser coherente y acusar allí mismo a Bush de ser la causa de todos los males neoconservadores que han arruinado la economía mundial.

El problema de emperrarse en el loable empeño de ir siquiera un rato a esta súper cumbre es que como España no figura en ninguna G por razones históricas, tendrá que pagar un precio. Los gobiernos que apoyen este favor a ZP no lo harán gratis.

ZP busca ahora una fotografía en Washington, pero lo que es realmente prioritario es que Sarkozy no vuelva a montar un G4 excluyendo a España de su campo de juego primordial, que es la UE. Zapatero debe estar en la pomada de lo que se está cociendo ahora: planes anti recesión en toda la UE, tras los ya aprobados para la banca.

El innovador Sarkozy trama cada día nuevos ataques contra pilares tradicionales de la UE como la libre competencia y el control presupuestario y hay que exigir lucidez y coordinación. Quizá resucite, como sostiene el veterano eurodiputado popular José Manuel García-Margallo, la vieja idea de Delors de apoyar con aval europeo grandes emisiones nacionales de deuda que revitalicen la economía.

Este brainstorming afecta directamente a España y el Gobierno debería ser mucho más protagonista. Solbes, como siempre, tiene la esperanza de no tener que hacer nada. Confía en privado que la inflación casi se desplomará como el petróleo y que Trichet bajará tanto los tipos que los españoles se encontrarán de pronto con precios bajos e hipotecas más baratas. Dinerito fresco salvador sin que Hacienda se tenga que despeinar.

Mientras tanto, queda la lección de que hay que tomarse en serio la política internacional. No sólo ZP. Es lamentable que Rodrigo Rato renunciara en 2007 a nada menos que dirigir el Fondo Monetario Internacional, donde sería tan útil un español ahora. «Cada vez te echamos más de menos en la política», le dicen notorios empresarios decepcionados con Rajoy. «Vosotros sí, pero mi partido, no», zanja Rato.

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