domingo, 26 de octubre de 2008

Entre los escombros financieros / Jeffrey Sachs

El sistema financiero internacional ha saltado en pedazos. Va a ser necesario un conjunto integrado de reformas para alcanzar un crecimiento económico sostenido y una prosperidad compartida.Los dirigentes del G8 de Europa, Japón y Estados Unidos han acordado celebrar una cumbre de urgencia en Nueva York para renovar el sistema internacional; una buena idea, pero con condiciones.

La cumbre debe de ser el punto de partida de un conjunto de cambios de gran alcance y no se debe limitarse a ser a una reunión específica y exclusivamente centrada en la regulación del mercado.

Los dirigentes del G8 están sumamente interesados en abordar la regulación [de los mercados financieros], cosa que es comprensible.Wall Street, la City de Londres y otros centros financieros han funcionado en el descontrol más absoluto, tomando y prestando dinero sin capital suficiente, alentados por unas retribuciones y unas primas desmesuradas.

La Reserva Federal de Alan Greenspan alimentó la burbuja financiera con unos tipos de interés extraordinariamente bajos y con cierta parsimonia en cuanto a la regulación. Por otra parte, se permitió que el mercado de derivados alcanzara tales dimensiones y se volviera tan difícil de controlar que no está nada claro quién debe qué a quién.

Crédito global

Los análisis de riesgos se han hecho empresa a empresa, sin tener en cuenta el riesgo en su conjunto. Cuando las instituciones son «demasiado grandes para quebrar», tienen que ser objeto de una supervisión estricta para que no arrastren en su caída al sistema cuando de tanto en tanto se hunde alguna de ellas.

Además, hemos reparado una vez más en el detalle de que no existe nada parecido a una entidad crediticia global que actúe como último recurso, sino una mezcolanza de bancos centrales y ministerios de hacienda funcionando cada uno por su cuenta, cuyas decisiones aisladas pueden ser suficientes, o no, para atajar el pánico.

Los dirigentes del G8 habrán de ir más allá de las cuestiones estrictas de la regulación financiera, sin embargo. Incluso antes de la crisis actual, el sistema económico global estaba ya fallando en aspectos fundamentales. Muchos países pobres se habían quedado al margen de la prosperidad global, cayendo con frecuencia en situaciones de violencia y conflicto inducidas por la pobreza; son esos mismos países los que más duramente se van a ver golpeados por la recesión.

También había ido ya a peor la crisis medioambiental del planeta y los violentos cambios climáticos estaban causando estragos en las disponibilidades mundiales de alimentos. La confusión se había apoderado de los sistemas energéticos al mismo tiempo que la economía mundial, en crecimiento, ejercía fuertes presiones contra las restricciones de abastecimiento, aunque no se ha producido ningún tipo de consenso sobre cómo implantar un sistema energético compatible con las necesidades ambientales y económicas del planeta.

La ayuda financiera a los países más pobres, el único salvavidas de más de 1.000 millones de personas, atraviesa una situación penosísima. Europa y EEUU han movilizado a lo largo de este último mes fondos de garantía y aval en favor de los bancos por importe de unos tres billones de dólares, pero han sido incapaces de movilizar una diezmilésima parte de esa suma a lo largo del último año para ayudar a los más pobres del mundo a cultivar más alimentos en medio de un incremento brutal de los precios de una hambruna de proporciones críticas.

EEUU ha hecho oídos sordos a los objetivos de desarrollo del milenio dirigidos a combatir la pobreza, el hambre y la enfermedad.Cuando George Bush se dirigió a la ONU en septiembre, a mitad del período fijado para la consecución de esos objetivos, mencionó la palabra «terrorismo» en 31 ocasiones, mientras que fue incapaz de mencionar los objetivos . Ninguno de los grandes contribuyentes, exceptuada Gran Bretaña, ha estado a la altura de los compromisos que contrajeron.

Los dirigentes mundiales deberían reflexionar en sobre la cumbre de diciembre en Doha. Se celebra seis años después de una cumbre similar que tuvo lugar en México en la que estos países prometieron «esfuerzos concretos» para destinar un 0,7 por ciento de su PIB a ayuda al desarrollo, un nivel que ninguno de ellos ha llegado todavía a hacer realidad.

Una verdadera cumbre Bretton Woods II sentaría las bases de un marco financiero dirigido a alcanzar unos objetivos globales urgentes en cuanto a estabilidad macroeconómica, desarrollo económico, sostenibilidad e intercambios comerciales para el desarrollo.Todos estos puntos son fundamentales para el crecimiento a largo plazo, pero los objetivos globales en todas y cada una de estas cuatro áreas siguen lejos de conseguirse.

La 'tasa Tobin'

He aquí, pues, un orden del día para Bretton Woods II. En primer lugar, es necesario que se reestructuren las finanzas sobre la base de un esquema normativo que regule sin limitaciones de ninguna clase el comportamiento aceptable del capital, la información financiera, la gestión del riesgo en todo el sistema y las facultades de una nueva y última instancia crediticia. Los que comercian con derivados, los fondos de cobertura de riesgos y los intermediarios de valores se someterían a controles regulatorios.

El FMI saldría reforzado con nuevos poderes para convertirse en una auténtica instancia crediticia global con carácter de último recurso (como ya recomendé hace una docena de años). Para hacer posible todo este paquete de medidas, habría que implantar una modesta tasa sobre las transacciones financieras, una tasa Tobin, para aumentar las disponibilidades del FMI y financiar otras necesidades urgentes a escala internacional.

En segundo lugar, la nueva estructura financiera debería contribuir a rescatar el mundo del cambio climático producido por el hombre.Para ello bastaría con una tasa sobre el contenido de carbono de los combustibles fósiles, que sería recaudado por todos los países, mucho mejor que el engorroso sistema de intercambio de emisiones defendido por los mismos manipuladores financieros que nos han traído la actual crisis bancaria.

Los ingresos por esta tasa se quedarían, en su mayoría, dentro del propio país para ayudar a financiar tecnologías de bajas emisiones. Una parte se dirigiría a financiar tres prestaciones públicas en todo el mundo: investigación y desarrollo de energías sostenibles; transferencia de tecnologías de energía sostenible a países de bajo nivel de renta y adaptación al cambio climático.

En tercer lugar, el Banco Mundial debería ser objeto de una reorganización con unos objetivos claros y con responsabilidad sobre su consecución.El banco cuenta con una organización deficiente para ejercer este liderazgo en la actualidad. Como cualquier burocracia, trata de evitar que se le asignen responsabilidades de acuerdo con unos resultados mensurables.

Con su actividad centrada más estrictamente en los ODMs, el banco debería contar con el apoyo de unos recursos financieros mucho más cuantiosos (la tasa Tobin, por ejemplo), de manera que esté en mejores condiciones de ayudar a los países más pobres.

En cuarto lugar, las prioridades del comercio global deberían integrarse junto con las finanzas y los objetivos medioambientales.La ronda de Doha ha fracasado porque el mundo no alcanzaba a ver razones urgentes para que culminara con éxito. Un acuerdo de comercio por el que valiera la pena esforzarse debería cumplir con dos puntos principales. El más importante sería que ayudara a los países pobres a ser más productivos, de modo que puedan participar de manera plena en el sistema de comercio mundial.

Ayuda a cambio de comercio contribuiría a que estos países desarrollaran las infraestructuras que se necesitan para hacer posible la intensificación de la actividad comercial. Además, el comercio fomentaría la sostenibilidad medioambiental, que contribuiría a reducir las emisiones de carbono y la protección de la biodiversidad.

Reformas esenciales

Todas estas reformas son esenciales para un crecimiento y un desarrollo sostenibles a largo plazo. Si los dirigentes políticos se centran exclusivamente en la estabilidad del sector financiero pero dejan de lado los problemas que a largo plazo plantean el suministro de energía, el cambio climático, la producción de alimentos, el control de las enfermedades y la pobreza extrema, es posible que se restablezca a corto plazo el crecimiento global, pero sólo para sucumbir rápidamente ante una nueva racha global de precios de la energía y de los alimentos al alza y de inestabilidad geopolítica.

Ya se han visto con toda claridad a lo largo de toda una generación, como mínimo, cuáles han sido los puntos débiles de las instituciones de Bretton Woods actualmente existentes, de las políticas medioambientales globales y de los acuerdos internacionales de comercio. Es posible que, finalmente, la actual crisis global y la llegada de un nuevo presidente de los Estados Unidos en medio de este cataclismo económico sin precedentes marquen el momento en el que el mundo se tome en serio las prioridades globales inaplazables en los terrenos económico y medioambiental a las que tenemos que hacer frente en el nuevo milenio.

La cumbre de diciembre va a significar un pequeño paso, pero podría ser la primera acción positiva en la línea de dirigir el mundo hacia un futuro seguro y alejado de las funestas amenazas que se nos vienen encima.

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