miércoles, 15 de octubre de 2008

La economía carece de un líder nacional de confianza en EE UU

WASHINGTON.- En esta crisis no hay un héroe en caballo blanco que inspire confianza y certidumbre para aliviar los temores financieros. Al inicio, el gobierno ni siquiera pudo encontrar un caballo para halar el sistema y sacarlo del hueco.

En tiempos de crisis nacional, los estadounidenses usualmente miran a la Casa Blanca en busca de tranquilidad. Pero los intentos del presidente George W. Bush de traer calma no han dado resultado porque él no inspira confianza. Su popularidad cayó a niveles récord incluso antes del desplome financiero, minando su credibilidad en momentos en que su gobierno trata de buscar una salida.

El temor a un colapso total, no la persuasión del presidente, logró la aprobación del paquete financiero de rescate de 700.000 millones de dólares.

Un presidente impopular en los últimos días de su término no puede convencer a los estadounidenses de que se avecinan mejores tiempos.

Y pese a todas las promesas de reanimación económica de los candidatos John McCain y Barack Obama, ellos son por ahora esencialmente testigos pasivos. Ambos apoyaron el paquete, pero ninguno de ellos le dio forma, y sus propuestas subsiguientes lidian con detalles de un curso establecido por otros.

Si ha habido líderes, han sido el secretario del Tesoro Henry Paulson, quien vino de Wall Street al gabinete, y el jefe de la Reserva federal Ben Bernanke, que era un economista en la Universidad de Princeton. Ambos son experimentados, habilidosos y respetados por el mundo financiero. Pero les va mejor como expertos tras bambalinas que como comunicadores.

En otros tiempos de crisis, ha habido líderes para inspirar al país. Como Franklin D. Roosevelt luego que asumió la presidencia en 1933 en medio de la Gran Depresión, la situación más parecida a la actual.

Una vez elegido, Roosevelt tuvo que esperar cuatro meses antes de tomar el cargo. Fue el último presidente en ser juramentado el 3 de marzo, antes de que la constitución fuese enmendada para cambiar la fecha al 20 de enero. El invierno de 1933 fue el peor período de la depresión. El Congreso se reunió en una sesión inútil.

Los bancos estaban cerrando, se estaban ejecutando hipotecas de viviendas y granjas y el gobierno federal estaba paralizado. Roosevelt no estaba interesado en sumar esfuerzos ese invierno con el desacreditado presidente saliente.

Esa es la mayor diferencia entre la crisis de 1933 y la del 2008. El gobierno de Bush ha sido asumido una actitud militante y el Congreso ha actuado. Bush dijo que el paquete de rescate era lo suficientemente grande, pero que tomará tiempo para que surta efecto.

Requirió además un cambio en el plan del gobierno, para añadir 250.000 millones de dólares para comprar acciones en bancos importantes, siguiendo la pauta de los esfuerzos de Gran Bretaña y la Unión Europea.

El problema de Bush es que la gente, incluso los republicanos en el Congreso, no le escuchan. Él está al irse. Roosevelt, que era el presidente flamante, tomó posesión prometiendo cambios y acciones contra la depresión. "Lo único que debemos temer es el temor", declaró.

En unas pocas horas, Roosevelt declaró un feriado nacional bancario, una forma más sutil de decir que los bancos estaban cerrado por cuatro días para evitar desplomes. Solamente se permitió que abriesen los bancos fundamentalmente fuertes.

El presidente llamó al Congreso a una sesión especial. La noche siguiente, pronunció el primero de sus discursos radiales, diciendo a los estadounidenses que el gobierno iba a proveer los mecanismos para la recuperación y que "corresponde a ustedes apoyarlos y hacerlos funcionar". Inmediatamente siguió el flujo de leyes del "Nuevo Acuerdo".

Roosevelt no pudo poner fin a la Gran Depresión, el desempleo siguió e dobles dígitos hasta la Segunda Guerra Mundial. Pero sus programas aliviaron las penurias. Pese a todo, Roosevelt cambió el ánimo nacional y el papel del gobierno federal en tiempos de crisis.

No ha sido siempre la economía lo que necesitó un liderazgo inspirador. Lal conducción de Dwight D. Eisenhower en la Segunda Guerra Mundial le mereció la confianza que él llevó a la política en 1952, y la uso para esencialmente prometer que pondría fin a la guerra en Corea. Dijo que si resultaba elegido, "Iré a Corea". Y así lo hizo. Un armisticio puso fin al conflicto a los seis meses de comenzada su presidencia.

Abraham Lincoln se convirtió en el rostro y la voz de la Unión en la Guerra de Secesión. John F. Kennedy le informó a los estadounidenses de la amenaza y después del fin de la crisis de los misiles en Cuba en 1962.

Ni siquiera un liderazgo fuerte es suficiente a veces para resolver problemas nacionales. Pero cuando la crisis se debe en parte a una falta de confianza en los mercados y en el crédito que alimenta la economía, la calma impartida por un líder nacional confiable es de buena ayuda. En estos momentos, no parece que nadie pueda desempeñar ese papel.

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