domingo, 5 de octubre de 2008

Las orejas al lobo / Antonio Casado

El puesto de trabajo y los ahorrillos del banco. Eso es mentarle la bicha a los españolitos. La crisis económica tomará cuerpo y alma en el hombre de la calle, el español medio, cuando esas dos cosas estén en peligro. Entonces la cantinela del telediario dejará de ser un galimatías de cifras y palabras ilustradas con imágenes de Wall Street para convertirse en lo más parecido a las orejas del lobo del viejo refrán. Hasta aquí llegó la broma.

La semana que termina se cerró con los ecos inquietantes de unas declaraciones del vicepresidente del Gobierno, Pedro Solbes, asegurando que no corren el menor peligro los ahorros depositados por los ciudadanos en bancos y cajas de ahorro. Eso por un lado. Por otro, supimos que el paro registrado alcanzó una cifra tan alta que hemos de remontarnos a 1997 para encontrar otra similar. Y con tendencia a seguir subiendo.

Lo de Solbes sonó como lo de la soga en casa del ahorcado. Sobre todo cuando en los medios de comunicación se empezó a hablar de máximos garantizados en caso de quiebra y de la remota posibilidad de que los ahorradores quieran retirar sus depósitos todos a la vez. Por remota que sea, a muchos se les habrán puesto los pelos de punta sólo de imaginar la posibilidad de que un día vayan a retirar su dinero y en la ventanilla les digan que se han agotado las existencias.

Coincidiendo con la entrada en detalles sobre lo que podría ocurrir si empezasen a quebrar los bancos, los gobernantes de diversos países se apresuraron a ocupar espacios mediáticos esta semana para asegurar, como hizo Solbes en España, que no hay ningún peligro de que los ahorradores se encuentren sus cuentas bloqueadas de la noche a la mañana por falta de liquidez en los bancos. Peligrosa dinámica. La gente tiende a mosquearse si de repente todos los gobernantes empiezan a recomendar calma porque, en efecto boomerang, se puede sembrar la alarma donde antes no la había.

El otro punto sensible en la percepción de la crisis es la pérdida del puesto de trabajo. Se trata de un golpe bajo a la autoestima de un hombre, o una mujer, que de la noche a la mañana recibe una carta de despido porque su prestación laboral ha dejado de ser necesaria. Es el principio de una secuela de males a escala individual, familiar y social. Y su alcance lo podemos rastrear en las cifras del desempleo, que no han parado de crecer durante los últimos seis meses.

Más de dos millones seiscientos mil (2.625.368) de parados y con tendencia a subir. Para encontrar una cifra parecida hemos de remontarnos al año 1997. Y no es lo peor tener que mirar once años atrás. De momento, once. Lo peor de todo es esa abrumadora coincidencia de las inequívocas señales que anuncian el empeoramiento. Solo dos consuelos. Uno, el mal de muchos. Y dos, estamos mejor que dentro de un mes, mucho mejor que dentro de dos meses, e infinitamente mejor de lo que estaremos a principios de 2009.

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