domingo, 19 de octubre de 2008

Los daños reales de la crisis / Luis de Guindos

¡Qué diferencia en sólo siete días! Tras el pesimismo sin límite de la semana anterior se ha pasado al optimismo más desbordado al principio de ésta, aunque posteriormente ha vuelto la volatilidad y el nerviosismo. La razón es el compromiso de los gobiernos expresado en las reuniones del G-7 y del Eurogrupo el fin de semana pasado de no dejar caer a ninguna entidad financiera.

Para ello, los diferentes gobiernos han ido aprobando planes de salvamento de sus sistemas bancarios. En éstos, se abarcan acciones de inyección de liquidez, financiación a medio y largo plazo de las entidades e incluso de recapitalización vía adquisición de acciones por parte de los Tesoros públicos.

Y por primera vez parece que dichas medidas han conseguido empezar a devolver, aunque sea moderadamente, la confianza al sistema bancario, tal como refleja la evolución de la cotización de los bancos y la relajación del mercado interbancario tras un periodo largo de tensiones crecientes.

Sin embargo, puede que tal vez nos estemos fijando demasiado en la inmediatez de la turbulencia financiera y hayamos olvidado que la misma tiene consecuencias para el conjunto de la economía mundial y para la forma en que se va a diseñar la política económica en el futuro. Es lo que podíamos llamar los daños laterales de la crisis financiera, que sin embargo pueden resultar mucho más tangibles y percibidos por el ciudadano que la propia crisis en sí misma.

La primera consecuencia, y seguramente la más grave, es la recesión de la economía mundial. Tal como ha insinuado el FMI, ésta puede que esté al borde de la recesión en 2009, con un crecimiento global por debajo del 3%. La mayoría de los países desarrollados entrarán en recesión técnica el año próximo con un crecimiento que no excederá del 0,5%, el más reducido desde 1982.

En el caso de los países en desarrollo, la desaceleración será muy evidente, con un crecimiento inferior al 5%, algo que no ocurría desde 2002. En conjunto, la economía mundial podría en 2009 tener su peor comportamiento de las tres últimas décadas. Las buenas noticias vendrán del lado de la inflación: es previsible una caída intensa en línea con el derrumbe de los precios de las materias primas.

Esto permitirá una actuación coordinada de los bancos centrales, tal como vimos hace unos días, para reducir los tipos de interés.Pero el problema es que mientras no se restaure la confianza en el sistema bancario la cadena de transmisión de los impulsos monetarios estará rota y las bajadas de tipos no tendrán consecuencias sobre el coste del crédito, ya que éste simplemente continuará sin fluir, en una especie de moderna trampa de la liquidez keynesiana.

Un segundo damnificado de la crisis serán las finanzas públicas.El deterioro vendrá dado lógicamente por la recesión a la que nos enfrentamos, que a través de los estabilizadores automáticos tendrá un impacto muy intenso sobre las cuentas públicas. Sin embargo, van a existir otras vías de transmisión que incidirán negativamente en los déficit públicos y en los ratios de endeudamiento de los distintos países.

Hemos visto cómo los gobiernos han ido adoptando planes de ayuda a sus sistemas bancarios que engloban actuaciones que van desde la adquisición de activos tóxicos a la nacionalización e inyección de capital en los bancos para evitar su caída. Aun suponiendo que el coste de la deuda se compensara con el rendimiento de los activos adquiridos, dichas actuaciones implican emisiones importantes de deuda y, fundamentalmente, la asunción por parte de los Tesoros públicos de un nivel elevado de riesgo, que se ha reflejado en un primer momento en el coste de los seguros de impago de los emisores soberanos, que se han incrementando a medida que se conocían dichos planes.

Algo parecido ocurre con la elevación del importe máximo de los depósitos asegurados por el sector público, que de forma muy generalizada se ha dado en todos los países. Necesariamente, este tipo de actuaciones se acabará reflejando en los riesgos de cada país y en los tipos de interés que pagan por sus emisiones de deuda pública. Por todo ello, la partida de costes financieros de los presupuestos nacionales se va a incrementar notablemente.

El tercer impacto de la crisis será sobre el proceso de globalización.No podemos olvidar que la Gran Depresión del 29 acabó con la internacionalización iniciada a finales del siglo XIX y que los países reaccionaron a la crisis con la autarquía. Seguramente, ahora es diferente, pero la crisis azuzará los sentimientos nacionalistas y acabará afectando a los dos motores de la globalización: la liberalización de los flujos de capital y de los intercambios comerciales.

El primero se verá afectado por el mayor intervencionismo en los sistemas financieros de los países desarrollados. El segundo, por la recesión de la economía mundial y el surgimiento de tensiones nacionalistas. La única esperanza es que hoy sabemos que lo peor de la Gran Depresión, y lo que agravó intensamente sus efectos y el impacto en la población, fue la tendencia hacia la autarquía con que reaccionaron los distintos países.

Por último, un damnificado, especialmente relevante, podría ser la propia economía de mercado. En este caso, al igual que ocurre con la globalización, las consecuencias serían especialmente negativas para el bienestar de la economía mundial. La crisis financiera y los propios planes de los gobiernos para salvar sus sistemas bancarios, más la secuela de la recesión, sin duda animarán a los enemigos de la economía de mercado que se vieron esquinados tras la caída del muro de Berlín.

El debate ideológico va a ser intenso. Creo, no obstante, que los términos del mismo se deberían centrar en cuál es el verdadero origen de la crisis. Seguramente entonces, veríamos que dicho origen se encuentra mucho más en un fallo de la política monetaria de los bancos centrales -especialmente de la Reserva Federal- en la última década, que ha distorsionado el marco de las decisiones de los agentes -familias, empresas y bancos- y ha llevado a una asunción incorrecta de riesgo, a un exceso de crédito y a la aparición de burbujas en los precios de los activos. Y es que seguramente la principal causa de la situación actual sea haber olvidado el impacto que la política monetaria tiene en el ciclo del crédito, y el de éste en la actividad económica.

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